Hay una serie de sucesos que había pensado dejar para más adelante. Pero finalmente decidí narrarlos aquí para que haya un cierto orden cronológico. Se trata de un proyecto o varios proyectos, de ideas no llevadas a la práctica o no concretadas, aunque dediqué mucho tiempo a su planificación. He creído importante escribir sobre esto para describir la mezquindad humana, la falta de ética y de honestidad de personas en las que se confía, que se comportan en forma hipócrita, hasta que llega el momento de mostrar su verdadera cara, la del egoísmo y de la ambición material.
A causa de los serios problemas que tenía con Dechicha y sus otros “inquilinos” me decidí a dejar el local de la zapatería. Empecé a buscar otro local, con mejor ubicación y totalmente independiente. Por esos días tenía un buen amigo. No recuerdo su nombre. Lo llamaban “Paco” porque había sido carabinero, en Chile. No recuerdo su nombre pero sí los detalles de su rostro, sus gestos y su forma de actuar. Muchas veces estuve en su casa. Su esposa era profesora, muy amable y culta. Sus hijos, también.
Paco tenía un restaurante, en sociedad con otro ciudadano chileno, de apellido Pulgar. El restaurante no les dejaba grandes ganancias y debían trabajar mucho. Por eso querían cambiar de actividad, pero no se llevaban bien, motivo por el cual Paco deseaba disolver la sociedad. Yo, por mi parte, le contaba todos los problemas de la librería. Paco siempre me oía con mucha atención. Al comienzo de mi trabajo con los libros habíamos viajado juntos a Torremolinos, España. Yo iba a contactar editoriales en Madrid y Barcelona. Él iba a visitar a un amigo que tenía la representación de Le Monde Diplomatique en español y le ofreció a Paco la representación en Suecia.
Viajamos a Torremolinos porque los viajes en charter desde Suecia eran muy baratos. Desde allí nos dirigimos por otros medios a las grandes ciudades. Paco y su familia viajaron en automóvil, pero no me invitaron a ir con ellos. Yo tuve que hacer el viaje en tren, que en aquella época eran de muy mala calidad. Fue un viaje largo e incómodo. Pero me fue útil porque en el tren tuve mi primer contacto con la gente pobre de España. Entre otras personas, conocí allí a un ex combatiente de la Guerra Civil, que había perdido una pierna en una batalla.
Estuve un día en Barcelona y otro día en Madrid. Entre esas dos ciudades utilicé el “puente aéreo” que llevaba poco tiempo funcionando. Un avión de Iberia salía cada hora desde ambas ciudades, con destino a la otra.
De regreso en Torremolinos pudimos pasar los últimos días gozando de la playa y la piscina del hotel. Para ambos, el viaje fue muy fructífero.
Desde entonces nos reuníamos esporádicamente, hasta que finalmente ya nos veíamos casi a diario. El motivo de esa mayor fluidez en nuestros encuentros fue una idea que había surgido en mi mente, después de haber estudiado el sector en donde estaba ubicada la librería. Los locales que había en la estación del Metro tenían muy pocos clientes. A mi lado había una cafetería a la que entraban muy pocas personas, a pesar de que los dueños eran amables y tenían buenos precios. Pero ya estaban cansados y tenían su negocio en venta. Frente a la librería había un supermercado, que tampoco tenía muchos clientes y las mercaderías se ponían añejas. El dueño del supermercado también quería vender su negocio. Tanto el dueño de la cafetería como el del supermercado me habían ofrecido sus negocios, porque sabían que yo no estaba a gusto en el pequeño local de la zapatería. El supermercado tenía dos pisos y se aprovechaba sólo una parte de la superficie total para las ventas. El resto del espacio, un 80%, se perdía.
Mi idea consistía en transformar el supermercado, para ponerlo al servicio del púbico latinoamericano, que había aumentado en forma considerable. Allí se podía vender productos importados o provenientes de países suramericanos. También habría una sección para venta de libros en español y discos. Pero esa empresa no la podía llevar a cabo yo solo. Por lo menos, eso era lo que yo creía y por eso le propuse a Paco trabajar juntos. Paco y yo fuimos a inspeccionar el local y se entusiasmó con la idea. No sólo podíamos combinar esos dos negocios sino que había espacio para muchas otras actividades. Allí también se podía poner un gimnasio, por ejemplo.
Pasaron muchos días de reflexión y planificación. Poco a poco empezamos a concretar los planes y solicitamos las cuentas correspondientes del dueño del supermercado. Discutimos el precio y tomamos contacto con un banco, para solicitar un préstamo. Yo participaría con una parte de capital en dinero efectivo. El resto sería en mercaderías de la librería. Paco pondría su parte correspondiente en dinero, gracias a la venta del restaurante. Paco y sus esposa estaban muy contentos con la idea, que ya empezaban a abrazarla como suya.
Pero Paco sintió que traicionaba a su socio de toda la vida trabajando juntos en el restaurante. Le daba lástima dejarlo a un lado y me propuso que lo invitáramos a formar parte de la futura sociedad. Yo no lo pensé mucho porque sólo vi lo positivo de aquello. Acepté incluir a su amigo en la sociedad, pensando: “donde hay para dos, hay para tres”. Pensaba que si éramos más socios podíamos repartirnos mejor el trabajo. Ninguno de nosotros pensaba contratar personal. Éramos gente de trabajo y todo lo teníamos que hacer nosotros.
Siguieron pasando los días y volvimos a inspeccionar el enorme local que pensábamos comprar. Nuestros planes iban en aumento y pasábamos largas horas discutiendo diversos aspectos del futuro negocio. Yo hacía los cálculos y preparaba los planes del proyecto para presentarlo a los bancos. Ahora elegiríamos el banco donde ellos tenían la cuenta del restaurante. Mis futuros socios sólo se limitaban a oír mis planes y asentían en todo lo que yo proponía. Sacamos la cuenta de lo que yo pondría en libros y discos. Ellos estaban conformes con esa parte. Todo iba muy bien.
Paco y Pulgar tenían un amigo en común. Tampoco recuerdo su nombre. Pero se trataba de un empresario de espectáculos, que se encargaba de llevar a artistas y grupos musicales chilenos a Suecia. Así habían llegado a Suecia grupos como Inti Illimani, Los Jaivas y otros. También se encargaba de promocionar cantantes como Arja Sayoma, una muchacha finlandesa que cantaba canciones como “gracias a la Vida”, de Violeta Parra, en sueco. Él tomaba contacto con teatros y otros centros culturales, pagaba los viajes de los artistas y los alojaba en su casa. Al mismo tiempo se encargaba de promocionar sus discos. Era un buen y astuto comerciante. Paco le dio a conocer la idea al empresario cultural y le solicitó que nos suministrara discos, pues yo no tenía buenos contactos con muchas discográficas y los precios que conseguía eran muy altos.
Como estos personajes eran tan amigos entre sí, el empresario pidió ser invitado a ser socio. ¡Cómo lo iban a dejar afuera de tan buen negocio, siendo tan amigos! Por supuesto que él conseguiría los discos. Eso sería parte de su aportación en capital. Entonces Paco y Pulgar me pidieron permiso para que el “empresario” ingresara a la sociedad, que aún no se había registrado como tal. Me pareció que empezábamos a ser muchas personas, pero accedí a aceptar al nuevo socio. “Donde hay para tres, también hay para cuatro”, pensé.
Siguieron las reuniones, ahora de los cuatro futuros socios. Volvimos a inspeccionar el local y se sumaron nuevas ideas en la planificación del negocio. Puesto que el local era tan grande, se podía organizar fiestas y hasta actuaciones de artistas, en un ambiente más selecto que el de las grandes salas de espectáculos. El “empresario” se encargaría de conseguir los permisos correspondientes, aunque ya teníamos mucho adelantado. Yo había reunido todos los documentos legales y sólo debía sumar los datos del nuevo socio a la redacción del acuerdo comercial entre nosotros.
Llegó el día de redactar el documento final. Revisamos punto por punto, todos los detalles. En la mesa estaban todos los planes, mi diseño de la nueva distribución del local, mis cálculos y estudios de mercado, las planillas correspondientes para llenar y el acuerdo comercial. Sólo había que leerlo una vez más, puesto que todo había sido discutido convenientemente durante muchas semanas.
Cuando llegamos al punto de los libros que yo aportaría a la sociedad, Paco me dijo que no incluiríamos todos los libros. Había que hacer una selección y sólo se aceptarían aquellos que tenían mayor valor comercial. Yo quedé muy sorprendido puesto que nada de eso se había dicho antes, durante todo el proceso de discusiones que habíamos tenido. Los otros dos socios estuvieron de acuerdo con Paco. Era algo que ellos ya habían conversado, sin mi presencia y se habían puesto de acuerdo para ponerme contra la pared. Por supuesto que me opuse a la idea de seleccionar sólo algunos títulos. Pero accedí a que hicieran una valoración de los mismos.
Fuimos a la librería y mis “socios” se transformaron en expertos críticos literarios y conocedores de libros, de la noche a la mañana. Decidieron inmediatamente que los libros seleccionados serían sólo una décima parte de los libros que había en existencia y que yo debía presentar las facturas de todo el género. El precio del traspaso de una empresa a otra sería el que yo había pagado en España, sin gastos de transporte y sin IVA. Es decir, yo debía regalar casi todo mi trabajo y me quedaría con la gran mayoría de libros sin poder comercializar.
¿Qué iba a hacer yo con los libros que mis socios no iban a aceptar como traspaso? ¿Cómo compensaría yo las pérdidas por el pago de IVA y transporte, no sólo de los libros que mis socios seleccionarían sino de todo lo que yo había comprado durante muchos meses de trabajo?
Pedí que esperaran mi respuesta, puesto que las condiciones que me ponían eran muy duras. De nada servía argumentar que quien tuvo la idea del negocio y quien más había trabajado con el proyecto había sido yo y que por lo tanto, tenía más derecho a decidir sobre ese punto. “Ese es tu problema” habían dicho cuando yo pregunté cómo compensaría yo mis pérdidas.
Puesto que yo había encontrado otro local, en la calle Flemingatan 15, encontré una buena solución al problema. “Está bien”, pensé. “Yo abro una nueva librería en el otro local y allí vendo los libros que no les gustan a mis socios. Así tendremos esa librería como una especie de sucursal. Desde allí se podrá enviar clientes al negocio principal. Todos nos beneficiaremos”.
Pero cuando propuse la idea, mis socios me acusaron de desleal, porque “yo les pensaba hacer la competencia”. Era una acusación absurda, puesto que yo no me podía hacer la competencia a mí mismo. Yo no vendería los libros que se venderían en el negocio en común. Además, los clientes serían informados y se los invitaría a visitar el negocio oculto en las profundidades de la estación del Metro. No podía echar a la basura la mayor parte de mis libros sólo para satisfacer sus mezquinos intereses. Sin embargo, los tres socios fueron implacables conmigo y rechazaron mi propuesta. Yo debía renunciar al otro local y debía aceptar las condiciones que ellos habían impuesto.
Fue así como les dejé el camino libre para que ellos se encargaran solos de llevar a cabo MI proyecto. Les agradecí por el tiempo que pasamos juntos ideando y planificando todo y les deseé buena suerte. No quise saber más del proyecto y ninguno de ellos trató de retenerme. Parecían contentos de haberse librado de una carga.
Los “tres mosqueteros” compraron el negocio, pero no llevaron a cabo ni la sexta parte del proyecto ideado por mí. Al poco tiempo, los socios se pelearon entre ellos y Paco se quedó solo, con un negocio que siguió siendo el mismo supermercado de siempre, con pocos clientes, la mayoría ancianos que compraban una manzana, en lugar de comprar varios kilos, como hacían las familias latinoamericanas. La idea de un supermercado completo para latinoamericanos, con varias actividades, había muerto.
Años más tarde, Paco tuvo que vender el negocio (con pérdidas) a otros comerciantes, que instalaron allí una agencia de viajes y una discoteca.
Yo me mudé al nuevo local, con vitrina a la calle, en la calle Fleminggatan número 15. Era un local pequeño, pero menos frío. No entraba sol pero sí algo de luz. Los altos edificios no dejaban llegar directamente los rayos solares, por lo que la luz llegaba indirectamente.
El segundo error fue vender los libros a crédito. Había mucha gente que expresaba su deseo de comprar enciclopedias y otros libros caros pero se lamentaban de no poder hacerlo por falta de dinero. Mi espíritu altruista (si alguna vez lo tuve) me llevó a ofrecerles créditos fáciles de pagar. Por otra parte, yo creía asegurarme de la venta de mayores cantidades de libros y continuidad en las importaciones, renovación y ampliación de la variedad de obras de todas las materias y géneros posibles. Todo funcionaba bien, aparentemente. Los primeros clientes pagaban sus deudas, pero contraían nuevas deudas cuando pagaban las primeras. Las nuevas deudas eran siempre de mayor cuantía que las anteriores.
Empecé a llenar carpetas con clientes deudores. Con las cuotas iniciales que pagaban y el pago de sus primeras amortizaciones pude aumentar las importaciones de nuevos libros y discos de artistas latinoamericanos.
Más tarde, viendo que las ventas no aumentaban lo suficiente, empecé a hacer exposiciones en diversos lugares, dentro y fuera de Estocolmo. En esa forma pasaba semanas viajando a través de toda la zona sur de Suecia, desde Estocolmo a Malmoe y Gotemburgo. Así visité varias otras ciudades como Norrkoping, Lund, Hallstahammar y otros lugares en los que había campamentos de refugiados suramericanos.
La librería quedaba a cargo de Ingrid, que era mi pareja de aquella época. Las ventas en mis exposiciones en una sola semana superaban con creces las ventas que se hacían en la librería en varias semanas. El dinero llegaba en grandes cantidades y la cuenta bancaria aumentaba en forma creciente y satisfactoria.
Pero de pronto se acumularon las deudas. Muchas facturas de las editoriales se vencían y en cada nueva importación había que pagar grandes sumas de IVA, que en esa época era de 23,46%. El IVA lo devolvía el Estado o se descontaba de las ventas, si no se vendía la mercadería en el mismo tiempo. Como las importaciones eran mayores que las ventas, no se recuperaba lo pagado demás en IVA hasta dos meses después. Los libros estaba calculado venderlos en un período de entre seis meses y un año. Por otra parte, los clientes pagaban cada vez menos sus deudas, lo que fue provocando enormes diferencias entre los ingresos y los egresos.