COMO PEQUEÑO EMPRESARIO

Recomiendo este artículo a todas las personas que han pensado abrir una empresa propia o hayan elegido ese camino y están en el comienzo de esa experiencia. Mis éxitos y mis errores, reflejados en el artículo, podrán servir de guía, para que no se dejen engañar por la creencia de que todo es color rosa cuando se tiene una empresa propia y que, al contrario de lo que se cree, puede llegar a ser una actividad muy esclavizadora.

Una de las cosas más relevantes que se pueden narrar de mi vida fueron las experiencias como pequeño empresario, durante mi estadía en Suecia. Debo señalar que abrir una empresa en este país nórdico es muy sencillo y barato. A diferencia de otros países, para la constitución de una pequeña empresa sólo se requiere demostrar solvencia económica y hacer los trámites directamente en el registro de patentes. El trámite lo puede hacer cualquier particular, sin asesoría de gestores ni expertos jurídicos. Lo único indispensable es conocer bien la ley de registro mercantil. En otros países hay que pagar abogados, notarías, contratación de contadores (contables)  y una serie de gastos que no tienen sentido alguno, complican las actividades y hacen ganar grandes sumas de dinero a personas que sólo llevan a cabo un trabajo burocrático, reflejado en escribir algún documento (del que hay moldes) o poner una firma, todo ello con el mínimo esfuerzo.

No me transformé en empresario de la noche a la mañana sino que fue un proceso que duró mucho tiempo, probando en un comienzo con el intento de llevar a cabo algunos trabajos artesanales. La idea era trabajar en forma independiente y no estar sujeto a un horario ni obedecer las órdenes de jefes. Era una mezcla de rebeldía y deseo de independencia.

En Rumania -país donde estuve exiliado entre 1975 y 1977-  aprendí un poco de fotografía, puesto que había muchos aficionados a ese arte entre mis compañeros de exilio. En ese país se vendían cámaras fotográficas de gran calidad y a precios muy bajos, que llegaban de la RDA y de la Unión Soviética. Muchos de mis amigos compraron  cámaras y algunos de ellos también compraron otros accesorios como ampliadoras y sistemas de revelado. Con ellos aprendí a trabajar en la sala oscura, maravillándome con la acción de las sustancias químicas en el papel fotográfico, que hacían aparecer las imágenes en blanco y negro. Estuve a punto de incursionar en los trabajos a color, pero el dedicarme a otras actividades me impidió concluir ese capítulo.

Apenas logré el financiamiento adecuado compré una cámara sencilla, para experimentar, en Suecia. También compré un equipo completo de laboratorio y empecé a hacer trabajos de montaje. No eran trabajos originales, pero ideé montajes especiales con motivos navideños y empecé a visitar familias de latinoamericanos a las que les ofrecí mis trabajos. Nunca dejó de ser más que un hobby, aunque hubo muchos chilenos que me criticaron porque creían que con el fruto de esos trabajos me estaba convirtiendo en millonario. Y ganar dinero, para muchos ortodoxos chilenos era muy mal visto. Lo que ellos no sabían es que, lejos de ganar mucho dinero, apenas alcanzaba a cubrir los costos, pues jamás iba a poder competir en igualdad de condiciones con las grandes empresas fotográficas ni con los talleres de profesionales que hacían trabajos a color. Mi trabajo consistía en originalidad de diseño y el servicio a domicilio, aunque tuve que recurrir a otras personas para que me hicieran los dibujos que se ponían en el fondo de los montajes.

Gracias a mis conocimientos en la venta de libros, tras haber difundido y leído los que editaba la Editorial Quimantú, en Santiago de Chile durante el gobierno del presidente Salvador Allende, empecé a importar libros desde España.

Al principio vendía los libros casa por casa, ente los latinoamericanos que vivían en el Gran Estocolmo. Me iba muy bien, aunque debía cargar los libros en maletas y cajas. En un día podía visitar varias familias y vendía lo suficiente para pagar los costes de importación y me quedaba una pequeña ganancia que me permitía financiar los gastos de alquiler, vestimenta y alimentación. Lo más importante de todo era que podía leer mucho todos los libros que me interesaban. Mis clientes me encargaban los libros que más necesitaban y así fui ampliando la variedad, abarcando todas las materias, desde cuentos infantiles y libros escolares hasta libros especializados de medicina, técnicos, de informática, de economía, de pedagogía, psicología, filosofía, etc.

Las editoriales me enviaban sus catálogos y yo seleccionaba los libros que pedían mis clientes y aquellos que yo mismo consideraba interesantes y útiles, especialmente de literatura universal, latinoamericana, etc. Las editoriales empezaron a otorgarme créditos y así pude importar enciclopedias de muchos volúmenes, diccionarios de sinónimos y antónimos, enciclopedias de historia, arte, etc.

También tenía libros de temas sensacionalistas y seudocientíficos y todo tipo de libros que se convertían en “bestsellers”, como El padrino, de Mario Puzo. Había para todos los gustos. Eso hacía de mi librería ambulante la más completa de todas las que importaban libros en español, en Escandinavia.

Para llevar a cabo las actividades de importación había abierto una empresa personal (enskild firma), la forma más sencilla de empresa privada en Suecia. Todo iba bien, puesto que aprendí las formas de desgravar el IVA, gastos de transporte y otros. Mi apartamento estaba convertido en un gran almacén lleno de estanterías y cajas con libros de distintas editoriales. Yo confeccionaba listas de precios y prospectos en los que promocionaba algunos títulos. Era una especie de campaña personal para difundir la literatura y los libros que más me interesaba promover eran aquellos que tenían contenido social. En esa forma fui aprendiendo cada uno de los autores de los libros y muchas veces hasta me sabía de memoria hasta sus códigos de ISBN.

En mis visitas casa por casa conocí todo tipo de gente. Había familias humildes, que me encargaban libros de vaqueros o detectives, de tipo romántico, como Corín Tellado. También había profesionales y estudiantes avanzados que me encargaban libros más complejos.

De haber continuado así, podría haber ganado mucho dinero en poco tiempo y habría podido dedicarme a escribir tranquilamente, que era lo que siempre había anhelado, desde mi adolescencia.

Pero cometí varios errores, de los que me arrepentiría durante toda mi vida, pues se convirtieron en el freno a todos mis planes económicos y me mantuvieron en la ruina económica durante varios decenios. Tanto es así que después de algunos años se me declaró en quiebra personal y tuve que abrir empresas a nombre de otras personas, para poder sobrevivir. Eso me ocasionó aún más serios problemas.

El primer error fue abrir una librería (LAIE) en pleno centro de Estocolmo. Ese error me conduciría a cometer una cadena de errores, cada cual más grave y con mayores consecuencias negativas.

Cuando vendía los libros, casa por casa, sólo tenía gastos de mi vehículo, gasolina, servicios y reparaciones. Pero al alquilar un local tuve que sumar los gastos de alquiler y luz, además de la remodelación necesaria, compra de estanterías, máquina registradora para la caja, etc. Para colmo, las ventas no fueron las mismas que antes, cuando tenía contacto directo con los clientes, muchos de los cuales me recibían con mucho entusiasmo, me invitaban a comer o a tomar café, etc. Con muchos de ellos tuve conversaciones muy interesantes. Todo eso terminó cuando me establecí en un local comercial al que muy pocos de mis antiguos clientes se dignaron siquiera visitar.

La “adquisición” del local fue una de las primeras estafas que sufrí en mi vida. De tanta gente que conocí, había una señora española, que me presentó una compañera chilena de estudios del idioma sueco. Esta señora me presentó a un ciudadano colombiano, mecánico de máquinas reparadoras de calzado. Las dos mujeres vivían en un sector llamado Fisksätra. Nunca supe donde vivía el colombiano, aunque más tarde supe que, al parecer, no tenía vivienda propia sino que vivía en distintas casas, aprovechándose de la buena voluntad de sus anfitriones.

Todas estas personas parecían tener buenas intenciones. Me abrieron las puertas de sus casas y me trataron con una amabilidad asombrosa. El colombiano iba de un lugar a otro y tenía fantásticas ideas de negocios. Con mucha astucia logró interesarme por “comprar” un local que presentaba todas las características necesarias para hacer grandes ventas. La española asentía con gran euforia y me decía que si ponía una librería ya no tendría que sacrificarme yendo de un lado para otro con mis libros. Tanto ella como la chilena se ofrecieron  “a ayudar” en las ventas, cuando yo no pudiera estar en el local atendiendo mi clientela.

Al principio puse resistencia a las propuestas que estas personas me hacían, puesto que me había acostumbrado a mi forma de trabajar. Pero lograron disuadirme, a pesar de que yo tenía serias dudas de éxito en un lugar determinado, que me privaría de la libertad de trabajar a la hora que yo quisiera. Son esas cosas que se hacen sin madurarlas bien, con cierto grado de impulsividad.

Gracias al dinero que había logrado reunir y a los créditos que me daban las editoriales y distribuidoras españolas monté la librería en la estación de Metro Kungsklipppan. El local tenía entrada compartida con un taller de calzado, lo que hacía muy incómoda la actividad. Desde el comienzo hubo problemas con la gente que trabajaba en el taller y el olor de los pegamentos y anilinas impregnaba todo el local. Pero además hubo problemas para establecer el límite entre los dos negocios.

En el local hacía mucho frío, puesto que la línea de Metro (Kungsträdgården – Akalla) era la más nueva de todas y había sido construida a muchos metros de profundidad. El sitio era importante desde el punto de vista turístico, porque en las excavaciones se encontraron fósiles de vasijas de una de las tantas ciudades que se habían ido construyendo una sobre otra en las islas que antes componían grandes sectores del actual Estocolmo. Pero el público que utilizaba la estación era netamente nacional. La línea tenía conexión con los barrios en los que había ciudadanos extranjeros, entre ellos muchos ciudadanos latinoamericanos. Pero eran pocos los que tenían que hacer algo allí. Había otras entradas a la estación, las que llevaban a la Oficina de pasaportes y a la policía, además de hermosos parques. Los pasillos de las dos entradas que llevaban a la librería eran muy largos y en sus alrededores sólo había viviendas de ciudadanos suecos, especialmente de la tercera edad. Los clientes realmente interesados en adquirir libros en español debían dirigirse expresamente a ese lejano lugar, que no tenía ventanas hacia la calle sino que estaba en el subterráneo, a más de cincuenta metros de profundidad.

Las mujeres que habían prometido ayudarme a atender la librería no cumplieron o no tenían capacidad suficiente para hacerlo. La mujer española era semianalfabeta y no tenía idea en absoluto de lo que era literatura. Hablaba muy mal el idioma sueco y no tenía buen aspecto físico. Además sus modales eran toscos y su vocabulario no era el más indicado para atender una librería. La mujer chilena, muy elegante y simpática, no podía trabajar en horario alguno, porque tenía que atender a sus hijas.

El colombiano me cobró una cantidad exagerada de dinero por “venderme” el derecho de llave del local. Pero más tarde supe que este personaje no tenía derecho a vender ese derecho (valga la redundancia) y que le había cobrado al zapatero por haberle hecho el favor de llevar a alguien que ayudaría a pagar el alquiler del local, cuyo propietario era la empresa Metro. Cuando lo quise localizar para que me devolviera el dinero era imposible saber dónde se lo podía encontrar y tuve que aceptar todas las condiciones que me imponía el zapatero, un árabe siniestro, de apellido Dechicha, que alquiló la otra parte a otro ciudadano chileno. Después supe, también, que ese árabe tenía varios locales en otras estaciones del Metro, que subalquilaba a otras personas. Así podía ganarse la vida sin trabajar. Era un parásito de la sociedad sueca, como lo son muchos extranjeros que se dedican a ser intermediarios de locales comerciales, muchos de los cuales se usan para actividades ilegales.

Para poder aumentar las ventas y cubrir las pérdidas, empecé a elaborar varias campañas publicitarias. Puse anuncios en periódicos e imprimí volantes que repartía en todos los suburbios del Gran Estocolmo. También puse anuncios en radioemisoras comunitarias de poco alcance, que transmitían en español. Hice campañas de promoción de algunos libros que incluían regalos de obras de escritores famosos, como “El Principito”, de Saint Exupery o “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. Los volantes prometían un regalo por sólo visitar la librería. No había otras condiciones. Pero esas campañas fueron desastrosas. Un escaso porcentaje de cupones de regalo fueron canjeados y muchas de las personas que iban a buscar su regalo ni siquiera miraban las estanterías para comprar algún otro libro. Recuerdo que un día llegó una chica, a toda prisa. Entró corriendo a la librería y por poco no se cae, al tropezar con un cartel publicitario de la zapatería. La muchacha exigió que le diera su regalo lo más rápido posible para no perder el próximo tren que la llevaría de regreso a su casa. Ni siquiera se enteró de que en las estanterías había miles de libros que le podrían haber servido en sus estudios y que se vendían a precios muy bajos. Esa misma joven tal vez fue algún día a una librería sueca y compró uno de esos libros a un precio diez veces mayor.

En cuanto a mis antiguos clientes, algunos aparecieron gracias a mis campañas de publicidad. Pero en lugar de comprar varios libros, como lo hacían antes cuando yo los visitaba, ahora compraban sólo uno o dos.

……….

Nota del 9 de abril, 2011:

Este y otros artículos de este blog muestran la dificultades a las que se puede enfrentar una persona que desee abrir una pequeña empresa en Suecia, además de mostrar la ambición, el cinismo y la deshonestidad de mucha gente, que intenta (de muchas formas) apropiarse del producto de trabajo ajeno. Aquí se muestran sólo algunas facetas de algo mucho peor.

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2 respuestas a COMO PEQUEÑO EMPRESARIO

  1. Cristina dijo:

    Da tristeza leer estas experiencias y que existan asi estas personas pero bueno he leido todo lo que te ha pasado en está bella ciudad,yo acabo de llegar y estoy mirando lugares para vivir con mis hijos me han dicho de este sitio porque dicen que es un poco ecónomico que otros lugares que he mirado ,espero tener suerte y de igualmanera decir que lo que he leido lo tendré en cuenta.

    • NÉSTOR dijo:

      Gracias por tu comentario, Cristina;
      El capítulo que has leido tiene que ver con una etapa de mi vida, de hace varios decenios (eso empezó por ahí por 1978). Revela un poco la ambición de algunas personas que ofrecen ayuda, pero tienen intereses ocultos para aprovecharse de alguien. Eso sucede en todos los países, no sólo en Suecia o en su capital. No ocurre sólo con personas de algunas nacionalidades u origen, tampoco. Eso fue casual, en mi caso. Bien pudieron ser personas de otros países.
      Lo que se revela, más bien, es cómo se comporta la gente en una sociedad capitalista, en general.
      También se resalta el hecho de que a mucha gente (en este caso muchos inmigrantes latinoamericanos) no se interesa por la literatura ni por mejorar sus conocinientos. De tantos miles de inmigrantes hispanohablante que había en Estocolmo, eran pocos los que leían. El interés era tan escaso que ni siquiera iban a buscar un libro que se les ofrecía gratis. Sin embargo, para comprar televisores, videojuegos y muchas otras cosas (actualmente hay mucho mayor variedad de entretenciones, como los juegos que se bajan de Internet) la gente siempre tenía recursos y motivación, gracias a la efectividad de la sociedad de consumo.
      Estocolmo es una bella ciudad. No la he descrito en éste ni en otros capítulos, porque me he limitado únicamente a aspectos humanos. Suerte en tu estadía en la «Capital de Escandinavia».

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