17 DE MAYO, 2011
Desde que regresé a Suecia, hace una semana, todo había salido de las mil maravillas. Aún no tengo trabajo, pero no me desespero porque lo obtendré. Siempre lo he hecho, en todos los países donde estuve, desde que era niño. La única excepción fue Venezuela, donde nunca intenté hacerlo, pues se trata de hacer otras cosas allí, como cultivar la tierra o realizar algún trabajo social.
Los primeros días me sentía un poco atado. Tuve que volver a acostumbrarme a esta avanzada sociedad, donde los conductores de automóvil u otros vehículos se detienen para dejarte pasar, en lugar de tirar la máquina encima, como lo hacen en América Latina. Volver a oír el idioma sueco diariamente y otros idiomas en esta multilingüe sociedad. Volver a experimentar la amabilidad en las tiendas y otros sitios donde se venden cosas o servicios, la facilidad para comprar las cosas; entrar a una tienda o supermercado después de haber pagado, sin que las miradas de vigilantes estén posadas permanentemente sobre tí y sin que te revisen las bolsas al salir. Esto, incluso llevando un bolso o un morral (mochila).
Tuve que comprar un teléfono usado. Los nuevos valen mínimo 1500 coronas (250 dólares) y encontré uno por 300 coronas (50 dólares). La diferencia es grande y la utilidad, en mi caso, la misma. Una muchacha libanesa me vendió una tarjeta sim, con número. La propaganda dice que las llamadas salen baratísimas pero cuando vi el saldo después de un par de llamadas cortas ya me había ocupado el 15% del saldo. Es muy común vender ese tipo de tarjetas con programas tramposos, de empresas que no cumplen con lo que prometen, como los políticos tradicionales. Pero lo importante es poderme comunicar con mi hija, amigos y posibles empleadores. Por eso quedé satisfecho con la compra.
Algunos problemas de salud me han complicado la vida, al verme obligado a enfrentar al frío de Suecia. Para los demás, ese frío es agradable, pero a mí me afecta negativamente. No es sólo el frío, también lo es la humedad ambiente. Los días lluviosos son los peores y los tres últimos días ha habido lluvia.
En una oportunidad, recorriendo algunas galerías comerciales y comprando artículos elementales para vivir aquí varios meses, tuve experiencias muy bonitas. La muchacha de un quiosco de comida me regaló una salchicha cuando pasé a tomar una taza de café. No sé si me encontró cara de muy hambriento o quizás fue porque tardé en sacar monedas para pagarle. Sólo tenía dinero en la cuenta bancaria y a ella no le podía pagar con tarjerta de crédito. En otra oportunidad, una señora me regaló dinero, sin más ni más. Lo único que yo había hecho era ayudarla a poner su compra en la caja desde el carrito de las compras y haber respondido cuando me preguntó por un artículo que yo había comprado.
Si yo fuera católico podría haber pensado que siempre me rodean ángeles que me ayudan. En un ascensor especial que sube tirado con unos cables, como un funicular, que sube o baja en forma inclinada y que tenía que usar diariamente, me hice amigo del conductor, con el que conversaba y hacía bromas. Con otros pasajeros, a los que él ha transportado durante años, el conductor no hablaba o apenas respondía a sus saludos.
Una de las primeras personas que ubiqué fue un técnico argentino, que repara computadoras. Este amigo me reparaba todos los ordenadores, cuando yo tenía mi empresa en Estocolmo. Traje de Venezuela una portátil que había llevado de Suecia y no funcionaba desde hacía dos años. Mientras la reparaba me prestó una suya y así pude conectarme tranquilamente a Internet.
La segunda persona fue mi amigo Lautaro Parra, que me regaló una guitarra nueva y muchas otras cosas. La tercera persona es mi amigo Marcelo, a quien conocí cuando él era un niño. Marcelo me ayudó a conseguir una habitación donde estoy viviendo muy bien, con muchas comodidades y pago un alquiler muy barato.
Marcelo tiene una empresa que se dedica al abastecimiento de energía eólica, construcción de plantas termoeléctricas y otro tipo de fuentes energéticas y me ayudará a conseguir empleo.
Como si todo eso fuera poco, el sábado 14 gané un premio de lotto de 2000 coronas, habiendo comprado un cupón solo el día anterior, por 40 coronas. Todo, todo salía muy bien, quizás demasiado bien.
Por qué digo demasiado bien? Pues, porque así como la vida nos da sorpresas agradables, también nos las da de otro tipo, como la de hoy, cuando compré en el supermercado Prisma, de Skärholmen. Lo que sucedió allí pudo suceder en cualquier otro lugar, dependiendo del tipo de gente con la que nos encontramos o con quienes cruzamos nuestros caminos. Y no es nada de agradable.
Después de un largo recorrido por toda la tienda y haber elegido una gran cantidad de alimentos y otros productos a muy buen precio, pagué en la caja con mi tarjeta de crédito. Para marcar la clave dejé un momento la billetera en el mesón donde está la caja registradora. Fue un movimiento automático, de esos que no se planifican. Son cosas que se hacen sin pensar, como cuando te apoyas en algún asiento o pilar, para descansar de un momentáno cansacio.
Siempre guardo mis cosas en distintos bolsillos para asegurarme de no perder todo si alguien me roba o se me pierda algo. Había comprado muchas cosas y no quería demorar a quienes estaban detrás de mí. Por eso me puse a llenar las bolsas y no tomé inmediatamente mi billetera. Luego, cuando hube terminado con las bolsas revisé todo y me aseguré de que nada se me quedaba. Pero no me revisé los bolsillos.
Salí tranquilamente con mi carrito de las compras que la cajera me permitió llevar hasta mi casa porque estaba repleto. Antes de irme a casa me dirigí a la plaza de Skärholmen, donde venden frutas y verduras a precios muy convenientes. Seleccioné allí muchos productos y cuando iba a pagar me dí cuenta de que no tenía la billetera. Regresé corriendo al supermercado. La cajera dejó su puesto de la caja para ayudarme a buscar la billetera. Revisamos todas las bolsas y debajo del mesón, por todas partes. Pero la billetera no apareció.
Entré a hablar con un empleado para pedir que se solicitara la atención del público, pues sospechaba que la persona que tenía la billetera podía estar adentro. Cuando salí de la caja había visto a un hombre en una actitud sospechosa y supuse que éste estaba allí. Lo busqué por todo el supermercado pero no lo encontré.
No era posible llamar por los altavoces, pero sí se podía revisar las grabaciones del sistema de seguridad. El jefe del supermercado me llevó hasta su oficina y empezamos a revisar las grabaciones hasta que encontramos el momento en que yo pagaba en la caja. Detrás de mí había una señora con dos niños. Mi billetera se veía claramente sobre el mesón. Esa clienta se fue y detrás de ella había una señora más o menos gorda, de unos 45 años de edad, cabello oscuro y grisáseo, chaqueta negra. La mujer llevaba dos muletas blancas sobre el carrito de las compras. Yo iba y venía, llenando bolsas. No habían bastado las que compré, por lo que tuve que comprar tres más. Todo ese tiempo la billetera negra estaba sobre el mesón. Cuando pagó la señora gorda, ésta tomó la billetera con su mano derecha. Luego la deslizó hacia su mano izquierda con la que llevaba el carrito. Un poco más adelante, después de haber pasado por mi lado, puso disimuladamente la billetera en su bolsillo y salió tranquilamente del supermercado. Andreas, el jefe del supermercado, grabó aparte toda la secuencia y guardó varias fotos, en las que se ve claramente cómo la mujer lleva a cabo el delito. Todo ese material está disponible para que lo use la policía.
Salí del supermercado a buscar a la mujer, pero ésta había desaparecido. Recorrí todos los pasillos, las entradas al Metro y de los estacionamientos. Son muchas las salidas y los pasillos. No sería difícil ubicarla si hubiese estado por allí, puesto que habían varias características que la diferenciaban de los demás usuarios y pasajeros. Seguramente se fue directamente a su casa, pero sin saber que había sido filmada y que podrá ser identificada.
Fui a hacer la denuncia al cuartel de policía, en el mismo centro comercial. No tuve que esperar mucho para que me atendieran, pero la funcionaria que lo hizo me dijo que me enviaría la denuncia escrita a casa, dentro de tres días. La policía debe ocuparse de muchos otros casos, como maltrato físico, asaltos, violaciones, etc., que tienen mayor prioridad que los simples robos.
Ahora sólo me queda esperar y tratar de ubicar a la mujer. Si lo logro, debo llamar al número 112 y la policía irá inmediatamente a detenerla. Pero el trabajo de detective lo tengo que hacer yo mismo, por ahora, lo que me retrasa un poco en la búsqueda y posible inicio de un trabajo.
Es difícil saber si la mujer es sueca o de otra nacionalidad. Todo indica que puede ser extranjera, pero es muy difícil deducir su origen. Para ello debía de haberla oído hablar, oír su acento. Pero yo jamás me imaginé que una señora coja y de cara bonachona se iba a llevar la billetera estando yo presente y ante los ojos de la cajera. Mientras ella tomaba la billetera y se la echaba al bolsillo yo no estuve a más de dos metros de distancia de ella. Ella me vio todo el tiempo pero yo estaba muy concentrado llenando las bolsas. Por eso, al revisar todo antes de irme del super, no noté que me faltara algo. Todo estaba en orden.
Como el conocido animador del programa Dossier de VTV, Walter Martínez, los acontecimientos de la historia de mi billetera están en pleno desarrollo.
En la billetera tenía casi 2000 coronas, además de documentos importantes para poder entrar a Venezuela. El dinero duele, pero más duele la pérdida de los documentos, lo que me hizo recordar el robo que me hicieron en Barcelona (Espana), hace algunos años, cuando me robaron todo el equipaje de mano, una computadora portátil y otras cosas de mucho valor más de utilidad profesional que monetaria.
La gente que roba no piensa en el daño que puede causar a las víctimas, que siempre es mucho mayor que la ganancia que da al delincuente.
El acontecimiento prueba, una vez más, que hay ladrones en todos los países y no es característica de sólo algunos. En Venezuela se critica mucho al gobierno, por la inseguridad. Pero aquí también la hay, aunque los delitos no son mayoritariamente de carácter violento. Por otra parte, los delincuentes se esconden bajo una fachada de buenas personas, lo que hace difícil sospechar de ellos. Sólo se los puede descubrir con las manos en la masa o con los sofisticados y modernos sistemas de seguridad con cámaras de grabación. Pero de ahí a que se logre hacer justicia, no es seguno.