Querida Tierra

Querida Tierra;

Quiero contarte lo que veo, lo que palpo y percibo. Soy un corpúsculo sumergido en la inmensidad de tu ente, invisible desde una distancia ínfima, comparada con la distancia entre tus polos. Pero mi imaginación me transporta a distancias que van más allá de las recónditas galaxias del infinito Universo. Y desde allí, posado sobre un meteorito que parece detenido en el vacío, veo cómo vas cambiando, cómo te transformas continuamente.

Te imagino como una bola de fuego, una de tantos planetas y soles que surgieron de otra de tantas explosiones y que algunos científicos han denominado Big Bang. Mi mente no alcanza a entender cómo se pudieron producir esas explosiones, pero me parecen más creíbles a que hubieras sido creada en un solo día. Además el día es una invención del hombre, al dividir tus viajes alrededor del sol y de la rotación sobre tu eje. 364 rotaciones en un año y un poco más que nos da un día extra cada cuatro años, fantástica matemática sideral.

Viajo contigo a través de los milenios y los siglos. Voy viendo cómo te vas enfriando, cómo surgen y se mueven las altas montañas, cómo se congelan tus aguas, cómo surgen los fríos polos y cómo en el ecuador se van formando los colores. Van apareciendo los verdes y los marrones, los blancos y una serie de tonalidades de amarillo, rojizo o azul. Miles de volcanes vivos que escupen fuego, cenizas y lava se van apagando o disminuyendo su actividad. Algunos se transforman en enormes islas. Otros en montañas que son levantadas por nuevas montañas. Veo cómo nace la vida, en un lento cambio constante desde los cuerpos unicelulares hasta cuerpos compuestos de trillones de células. Veo a los animales moverse entre gigantescos árboles. Veo las fieras salvajes y los herbívoros que les sirven de alimento. Veo cómo uno de esos animales se va irguiendo. Es uno más de los que huyen de las fieras y persigue al mismo tiempo a otros animales, aunque también recolecta frutos y raíces. Lo veo utilizar herramientas que los otros animales no pueden agarrar con sus pezunas. El animal que se mueve en sólo dos extremidades se va diferenciando de los otros. Forma grupos que empiezan a organizarse y aprenden a comunicarse mejor que el resto de la fauna. Y van pasando cientos de miles de años. El bípedo avanza y conquista territorios. Y empiezan distintos grupos a luchar entre ellos. Y llega el siglo XXI y se siguen matando, llegando a destruir ciudades enteras, países enteros, en un sólo día llegan a matar a 80 000 personas con una sola bomba atómica. La excusa que se suele usar es que se mata para salvar la democracia y la libertad. Todos se vuelven esclavos del dinero y por el dinero matan, subordinan y esclavizan.

Veo cómo te maltratan cada día y en ese maltrato yo estoy incluido, como un soldado más de destrucción. Lo siento así cuando tiro a la basura una cucharilla plástica con la que me sirvieron un helado o un postre. Y cuando tiro a la basura el envoltorio de colores brillantes de un plato de comida congelada o cuando enciendo cientos de lámparas con un solo interruptor para llevar a cabo un corto viaje por largos pasillos hasta llegar a la habitación sin muebles donde he de dormir o cuando voy a iniciar mi jornada de trabajo.

De la mañana a la noche voy echando a la basura servilletas, bolsas de plástico de todas las formas posibles, envoltorios de todo tipo y para muchas funciones. Todo eso se podría reemplazar fácilmente por paños o toallas que se pueden lavar periódicamente o con envases lavables.

No puedo hacer nada por impedir tanto derroche, menos aún del derroche de los otros cientos de millones de soldados destructivos en el mundo entero y que utilizan en forma innecesaria y prolongada los aires acondicionados, el gas o la electricidad de sus cocinas, la gasolina o el gasoil, las largas duchas y baños de tina, etc, etc.

Todos los seres humanos parecen destinados a destruir su propio hábitat, suyo y de miles de especies que irremediablemente van a desaparecer cuando seas una especie de bola gris, sin árboles, sin arbustos, sin hierba. Serás como una esfera ovalada, sin vida, sin gracia, sin sabor, sin color, insípida hasta muy por debajo de tu corteza.

La mayoría de los seres humanos no se da cuenta de tu nefasto destino si continúan actuando como hasta ahora. Siguen el ritmo de la tecnología, comprando enormes pantallas de televisión y llenando los contenedores con basura tecnológica, con radios y televisores usados, con computadores, videojuegos, con cables y transformadores, con plástico y metales, con papel y cartones. Dicen muchos que no hay que preocuparse porque todo se reciclará algún día. Pero todos sabemos que lo reciclable es una pequeña parte de los millones de toneladas de basura, además de todos los residuos de las industrias que siguen produciendo, restos de metales pesados, expulsión y expansión de gases nocivos y partículas de todo tipo que van inpregnando la atmósfetra y que contaminan las aguas y la tierra, junto a todos los venenos que se aplican para proteger las plantas artificiales y transgénitas que puedan dar ganancias a los directores y gerentes de las grandes empresas multinacionales que trabajan por aumentar la producción de artefactos y millones de artículos distintos para mantener y aumentar la fiebre consumista. Las grandes agencias de publicidad idean nuevas formas para seguir convenciendo a la población de que todo lo que tienen no sirve, que hay que comprar nuevos productos, que hay que renovarse, que hay que ir a la moda, que los zapatos del año pasado ya no sirven que ahora los hay con unos botoncitos dorados, que las faldas aumentan o disminuyen la altura para mostrar más  (o menos) los encantos femeninos, que las nuevas bebidas supervitamínicas van a otorgar agilidad y belleza, que hay que operar las narices sólo para darles un «perfil griego» o el que más guste en una determinada época, que hay que operarse los senos y las nalgas, que hay que sacarse la grasa de aquí y de allá sólo para verse un poco mejor por un corto tiempo aunque después llegará la inevitable vejez y la decadencia física definitiva.

Las máquinas publicitarias, la televisión, la cinematografía y toda la industria derivada o asociada a las grandes transnacionales no cesan en su actividad mercantilista y los ciudadanos del mundo sucumben ante sus llamativos anuncios. Se dejan engañar y embaucar con falsos sueños. Y siguen contribuyendo a la contaminación y a la destrucción de los bosques, a la disminución de las materias primas, al empobrecimiento de las tierras cultivables, a la desaparición y muerte de la flora y la fauna.

Te veo desde lejos, Tierra querida. Y también desde muy cerca. Siento que voy muriendo contigo y que nada puedo hacer por salvarnos, ni a tí, ni a mí, ni a todos esos billones de seres diminutos que creen ser tus amos y los amos de todos los otros seres vivientes. Así se los hicieron creer en un viejo libro que tuvo origen en leyendas transmitidas de generación en generación desde hace unos pocos miles de años del millón de años de existencia de mis antepasados y de tus cinco mil millones de años de vida planetaria. En ese libro también se plasmó la superioridad de un grupo étnico sobre otros y la subordinación de la mujer ante el hombre.

A veces trato de imaginarse cómo habría sido el mundo si el ser humano no hubiera recibido esas erróneas «verdades» impuestas a la fuerza y que dieron origen al racismo y al machismo, además de la creencia de que todos los animales y las plantas sólo existían para goce y satisfacción de la especie humana, para explotarla incontroladamente, sin tener el mínimo sentido de lo que actualmente se conoce como equilibrio ecológico.

Querida Tierra, muy querida y muy amada, hace tiempo que no siento el olor a tierra mojada sino sólo el olor al asfalto húmedo, impregnado de sales, orín, escupos, aceites y hollín cuando cae la lluvia. Tu corteza «epidermidal» está tapada en grandes extensiones por el asfalto y el cemento de las grandes ciudades y las carreteras. Es como si ya no pudieras respirar pues tus poros están tapados. Las ciudades crecen en forma vertiginosa. Las carreteras te van envolviendo como infinitos lazos que se cruzan y se vuelven a cruzar como trenzas rígidas e indestructibles y te van apretando como si fueran las cuerdas del verdugo antes de enviarte a la gillotina o a la horca.

Y desde esas carreteras millones de vehículos van lanzando sus malolientes gases de todas las combinaciones posibles que te van ahogando y ahogándonos. A esos vehículos se suman miles de barcos que cargan todo tipo de mercaderías o que llevan a ricos turistas en viajes de placer y que van infectando los océanos, los mares, los ríos y los lagos. Y por si fuera poco durante las 24 horas del día están volando miles de pájaros metálicos que lanzan tanto o más gases y partículas venenosas que los yates y los automóviles, buses y camiones y va cayendo por los altos picos de las montañas, en las quebradas, en los valles y en los techos de las casas de aldeas y ciudades. Veneno, veneno y más veneno. A todo esto hay que sumar la enorme contaminación que se deriva de la construcción y fabricación de cohetes, misiles, bombas atómicas y todo tipo de armas de destrucción masiva que se lleva a cabo fundamentalmente en el país más equipado militarmente en el mundo: Estados Unidos.

Tierra, mi querida Tierra. ¡Cómo poderte proteger, madre mía!

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