Hoy ha llegado la temperatura mínima de la estación otoñal en Estocolmo. Los parabrisas de los automóviles aparecieron con una delgada capa de hielo. A las 7 de la mañana la temperatura era de 2 grados, lo que quiere decir que una hora antes era de cero grados. Por eso apareció la primera capa de hielo. Es la fecha más peligrosa del año para los automovilistas y muchos de ellos habrán tenido dificultades en las carreteras si no han sabido acomodar su velocidad según el estado del camino. Por suerte es domingo y no hay mucho tráfico en las mananas. Su hubiese sido lunes los accidentes habrían sido muchos y lamentables. Sucede cada ano, porque los conductores se han acostumbrado al buen estado del camino durante los meses de verano y la primera parte del otono, no muy frío.
Desde hace unos días el otono se hace sentir cada vez con más fuerza. El viento sopla muy fuerte y la temperatura ha disminuido hasta los tres grados. Los parques y jardines, las calles y bosques están cubiertos por una cada vez más gruesa capa de hojas amarillas, marrones y rojizas en distintas tonalidades. Muchos árboles van mostrando la desnudez en sus ramas, casi sin hojas. El paisaje va cambiando desde lo verde a lo rojo aunque las coníferas mantienen sus tonalidades verdes, también muy variadas.
Ayer fue un día de mala suerte para el escritor de este blog. Nuevamente fui objeto de un robo y de la forma más descarada posible. Supongo que muchas otras personas fueron vítimas de robos el día de ayer y lo siguen siendo todos los días. Los ladrones acechan en los sitios donde se producen aglomeraciones, donde se puede llegar a tocar a otras personas por equivocación, con un maletín, un paraguas u otro objeto. Por supuesto que los ladrones tienen que contar con un poco (o mucha) suerte, que sus ataques obtengan el botín deseado.
Saliendo del dentro de Skärholmen, en una de las puertas giratorias que dan hacia la plaza, sentí un golpe en la espalda. No fue un golpe doloroso, pero fue un roce desagradable. Me giré inmediatamente y detrás había tres hombres, el que venía en el centro era más bajo que los otros. Parecían una masa compacta, como los cercos formados por los policías antidisturbios. Los hombres miraban hacia adelante, totalmente indiferentes. No tuve tiempo de grabar sus imágenes en mi memoria. No pasaba nada. Cualquiera pudo tocarme la espalda por equivocación. Pero al girarme quise mostrar mi malestar.
A mi lado iba mi hija. Como protección, puse mi brazo izquierdo sobre su hombro. No quería que ahora la tocaran a ella. Proseguimos juntos hacia un quiosco donde venden kebab, una comida turca.
Todo fue un conjunto de circunstancias fortuitas, como todo lo que sucede sin que nuestros deseos o intenciones lo hayan contemplado.
Cuando fui a pagar la merienda me di cuenta de que mi bolsillo izquierdo trasero del pantalón (donde había guardado mi dinero) estaba vacío. Nunca pongo dinero allí. Nunca llevo conmigo más de 200 coronas. Pero al día anterior no había funcionado mi tarjeta Visa. Había intentado pagar dos veces en un supermercado y el banco no autorizaba mi pago.
Cuando llegué a casa procedí a revisar mi cuenta bancaria. Todo estaba bien. Tenía saldo suficiente. Pero tuve temor de que hubiera algún tipo de actividad de un hacker o algún error en el sistema bancario. Sin demora traspasé la mayor parte de mi dinero a otra cuenta. Si había acciones ilegales destinadas a bloquear o vaciar mi cuenta me sentiría más seguro si el dinero ya no estaba allí.
Desde el mes anterior tenía guardadas 2500 coronas en efectivo, para usarlo en caso de urgencia. Puesto que mi tarjeta no funcionaba y era fin de semana, tomé el dinero aquella mañana para poder comprar algunas cosas para mi hijo menor, Cristóbal. Pero mi hijo no quiso verme ese día. Por lo tanto, había llevado el dinero en vano, no tenía necesidad de utilizarlo. Y en ese instante de la salida del centro comercial de Skärholmen unos ladrones se apoderaban de ese dinero, producto de muchas horas de sacrificado trabajo, arriesgando la vida en las carreteras del gran Estocolmo.
La forma de proceder de los ladrones es muy práctica: eligen un lugar donde la gente se acerque mucho, de tal modo que un toque pase desapercibido. Los ladrones, con dedos muy refinados, golpean la parte superior de la espalda, lo que impide que se sienta el roce de los entrenados dedos que sacan con mucha facilidad el dinero. Ese roce no se nota y la víctima no asocia el golpe en la espalda con un robo.
El robo no tiene justificación, hay demasiados carteristas y ladrones profesionales que se mueven fácilmente en todos los centros comerciales, estaciones de metro, de tren, etc. La mayoría de los ladrones son extranjeros, que se pasean en todas las grandes ciudades de Europa. Pero también hay ladrones de nacionalidad sueca, especialmente jóvenes que deambulan por los barrios, sin trabajo y sin interés por llevar a cabo otras actividades. Es la podredumbre ocasionada por las desigualdades en la sociedad y por la falta de motivación para que la gente se eduque. hay mucha gente que vive en la indigencia, madres de familia que no tienen cómo alimentar a sus hijos y se les niega la ayuda social. Hace unos días, una madre asesinó a sus dos hijos pequeños, porque estaba desesperada. No tenía cómo alimentarlos y temía que se los quitaran para ponerlos en una familia extraña, algo muy común en la sociedad sueca. Nada justifica el asesinato, pero sí se puede entender la desesperación y el desquiciamiento de una madre que no es capaz de entender que la vida de sus hijos era más importante que dónde fueran ubicados. Son las consecuencias de una sociedad mezquina, que sólo alienta a la libre competencia, al crecimiento económico que sólo beneficia a una parte de la sociedad.
Nada justifica los robos, tampoco. En mi caso es más grave por el hecho de ser ya el segundo robo que he sufrido en Estocolmo wen pocos meses. Mucho se habla de la delincuencia en otros países como Venezuela, por ejemplo pero allí jamás me han robado ni me han asaltado. Allí he sufrido otro tipo de robos, nunca en forma directa.
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