LIBERTAD, PENSAMIENTO Y CONCIENCIA.

Libertad, libertad. Libre, me siento libre. Puedo ir adonde quiero, puedo hacer lo quiero. Aspiro el aire libremente. Camino por doquier, por calles frías en otoño e invierno, por caminos ardientes y secos en verano; por plazas y parques y por centros comerciales. Puedo tomar un tren que me lleve a otras ciudades y otros países. Puedo tomar un bus o un tranvía y puedo ir a cualquier rincón de los suburbios de grandes ciudades. Igual me subo a un tren de alta velocidad, con televisor y cómodos asientos en un país europeo que a un autobús a punto de desarmarse en algún camino rural de Latinoamérica. Me subo a un automóvil y puedo recorrer enormes distancias. Puedo comprar un vuelo e ir a cualquier país del mundo. Soy ciudadano europeo y eso amplía aún más mi libertad. Mi pasaporte sueco abre todas las puertas, aunque a veces mi apariencia latina despierta suspicacias.

Me puedo mover libremente en los aeropuertos internacionales; puedo salir a recorrer las calles de Zurich, de Miami o de Madrid. Puedo correr por los bosques de Suecia; puedo circular por todas las autopistas y caminos rurales de Francia y Alemania. Puedo surcar los mares de todos los continentes y admirar la belleza de las costas, de las altas montañas, de los valles, de las praderas, de los desiertos y de las junglas. Puedo estar un día paseando en un parque de Estocolmo y al día siguiente puedo estar cortando maleza en la sierra de Perijá, en Venezuela.

Pero no puedo decir siempre lo que pienso. Cualquiera de mis ideas puede considerarse extraña o  descabellada. Es verdad que mis palabras pueden se escuchadas con interés y aprobación mientras no me salga de los clichés y los cánones establecidos por una mezcla de culturas milenarias que tienen enorme arraigo en la población, a pesar de todos los avances científicos que han logrado romper la censura que hubo en contra de las nuevas ideas. Esa censura impuesta otrora por una religión y las censuras permanentes de otras religiones siguen arraigadas en la mente de millones de feligreses o fieles en el mundo entero. Ya no existen los horrendos castigos (quemas en la hoguera, por ejemplo) que hubo hace pocos siglos pero existe la condena moral contra las ideas agnósticas o similares. Para cientos de millones de seres humanos es inconcebible la existencia del mundo o la vida sin la existencia de un Ser Supremo, que es la justificación de las jerarquías, de la existencia de reyes o emperadores, de todo lo que implique la subordinación del pensamiento y de la acción a los designios de seres o razas «superiores».

Cuando oigo a la gente emitir opiniones que sólo son producto de las matrices que fabrican diariamente los medios de comunicación y que son transmitidas con una repetición muy bien programada en todos los periódicos y canales de televisión, prefiero callar. No vale la pena discutir sobre algo que la gente ya tiene aceptado como una absoluta verdad, muchas veces por sólo haber oído una frase, comentario o discurso en un programa de televisión o de radio. El trabajo psicológico que permite introducir en las mentes de los oyentes y televidentes miles de mensajes subliminales es enormemente eficaz. El sistema opresor ha logrado forjar una férrea estructura física e intelectual, muy difícil de ser traspasada o resquebrajada.

Si alguna vez intervengo en una conversación trato de ser muy escueto, sólo dejo entrever que no hay base científica ni datos suficientes para emitir un juicio objetivo sobre algún suceso o cadena de sucesos como la invasión de Libia o una de las tantas crisis que está removiendo al sistema capitalista mundial. Cada cual se considera experto en casi todas las materias que se mencionan o analizan, sin tener los más mínimos conocimientos históricos de un país, por ejemplo y sin entender cómo funciona la economía de una determinada sociedad.

En Suecia oigo con frecuencia comentarios sobre Venezuela y Hugo Chávez de personas que ni siquiera saben dónde queda ese país suramericano. Estas personas ignorantes emiten juicios condenatorios contra el presidente venezolano porque han recibido la descripción de una frase publicada en los periódicos o en un noticiero de la televisión, palabras sacadas de un contexto y que han sido convenientemente manipuladas. Ninguna de esas personas ha estado jamás en América Latina, menos aún en Venezuela. Ninguna de esas personas ha oído jamás ni siquiera la milésima parte de un discurso del presidente socialista. Además de los medios de comunicación, los «expertos» se apoyan en las opiniones que han emitido venezolanos que han salido de su país por distintos motivos, como casarse por interés con algún ciudadano/a europeo. Que no se me malinterprete: no todos los matrimonios o parejas de hecho son por conveniencia, pero sí lo son la gran mayoría de ellos. Otro grupo de venezolanos son gente de clase media que han decidido lanzarse a la aventura o mejorar su condición de vida. Entre ellos hay todo tipo de gente, como sucede con todos los demás grupos de inmigrantes latinoamericanos o de otros continentes. Hay delincuentes que han logrado lavar dinero obtenido por el tráfico de drogas, prostitución u otras actividades delictivas. También hay profesionales, que lograron una preparación en universidades financiadas por un país del llamado Tercer Mundo, que buscan las mejores posibilidades de obtener ganancias en negocios o mejores salarios que en su país de origen. Es la típica «fuga de cerebros» que sólo favorece a los países industrializados y ricos. Muchos de esos profesionales desperdician su capacidad porque no logran trabajar en su profesión sino que tienen que conformarse con trabajos de limpieza o de garzones de restaurante. La mayoría de esos inmigrantes tienen una visión deformada de la realidad, acostumbrados a aceptar sumisamente toda la información de los medios de comunicación de la oligarquía venezolana o norteamericana. Y estas personas son las «fuentes» de información que alimentan la curiosidad de quienes creen saber mucho sobre Venezuela.

Cuando estoy en Venezuela oigo comentarios absurdos de gente que cree que Europa es el paraíso, que aquí todo es fácil, que hay «democracia» y no hay crimen organizado. También afirman que en Europa no existe la corrupción, sólo porque en los medios no se mencionan los casos de corrupción o se ocultan convenientemente. Ejemplos de corrupción hay muchos, sin embargo y uno de los más claros ejemplos de esto fueron los negocios relacionados con ventas de armas de Suecia a países que tenían restricciones para la importación de material bélico. Un primer ministro (Olof Palme) fue asesinado posiblemente por estar involucrado o por oponerse a esos negocios. Nunca se supo quién lo asesinó ni los motivos del asesinato. Otras personas de cargos importantes, entre ellas un contralor que investigaba las tramas de la corrupción murió atropellado por un tren del Metro (ver noticia). Los hechos ocurrieron hace ya más de dos decenios, pero algún día puede ser objeto de investigación y no significa que la corrupción haya terminado (ver más). Otro ejemplo de corrupción, que se disfraza con medidas legales, son los altos salarios que obtienen muchos políticos por haber ocupado un cargo público. Además de haber recibido enormes sueldos como parlamentarios o concejales, esos senores reciben una pensión mayúscula y pueden degravar gastos en casas de lujo de sus impuestos, mientras la gran mayoría de la población debe financiar esos gastos.

Hay muchos más ejemplos que se pueden desvelar si se hacen las investigaciones correspondientes. En muchas instituciones públicas se aprueban gastos en vehículos, viajes, «conferencias», etc., que nadie puede fiscalizar. Lo mismo ocurre con las grandes empresas que dominan la economía nacional. Los impuestos que pagan son mínimos puesto que los ingresos se destinan a muchos gastos que justifican su expansión y su crecimiento, mucha veces disfrazados con falsas esperanzas de ofrecer mayor cantidad de empleos. Esto último se ha demostrado ser falso puesto que cuando le conviene  a una empresa, se deshace de sus trabajadores y los deja en la calle. Los momentos de crisis les sirven a esas empresas para justificar los despidos.

La apatía y la ignorancia total que existe en Suecia sobre lo que ocurre actualmente en Europa es deprimente. Son muy pocos los ciudadanos que han oído hablar sobre Occupied Wall Street. Menos aún son los que tienen informaciones sobre el movimiento 15 M. Sobre las lluvias e inundaciones que ocurren en Colombia y Venezuela o en algunos países centroamericanos no se informa. Sí se informa sobre las inundaciones en Tailandia y sobre las revueltas en Siria.

Soy libre. Pienso, luego existo. Pero no siempre puedo decir lo que pienso. Frente a mí hay una alta y sólida muralla que limita el pensamiento, que lo encapsula como si fuera una partícula extraña en el glóbulo ocular de la moderna sociedad. No es sólo en Suecia sino también en cualquier otro país de los que conozco, no son pocos.

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