RESEÑA DE UN VIAJE Y LLEGADA A OTRO MUNDO

20 DE NOVIEMBRE, 2011

Un momento entre las 3 y las 6 de la tarde del este día domingo. Estoy volando en un avión de Iberia con destino a Madrid. Ya ha terminado una aventura que comenzó en mayo de este año, cuando llegué a Estocolmo para volver a trabajar como acostumbro hacer. Nuevamente encontré mi ritmo y trabajé más que dos o tres personas juntas en un mismo horario.

El primer mes fue de pérdidas económicas por falta de trabajo y por la acción de una ratera que me robó la billetera en un supermercado de Skärholmen (VER FOTO).

Robo, imagen de vídeo grabado por cámaras de seguridad

Muchos días estuve tratando de ubicar a esta mujer, para llevarla a la policía. Pero fue imposible dar con ella, a pesar de tener bien clara su imagen grabada en las cámaras de viogilancia del supermercado.

En junio todo cambió. Empecé a trabajar, aumentando el ritmo en forma paulatina, a pesar de la reticencia del dueño de la empresa donde empecé a trabajar, que dudaba de mi capacidad física y mental para afrontar un trabajo prolongado, en condiciones peligrosas, que requieren mucha concentración y dedicación, además de buena preparación pedagógica, equilibrio emocional y paciencia.

A lo largo de esos cinco meses tuve la oportunidad de volver a conocer gente muy interesante y de lograr empatía mutua con ellas. Con la mayoría de mis alumnos logré una buena interacción y pude transmitirles mis conocimientos y mi experiencia, que les ayudaron a obtener su licencia de conducir.  Lamerntablemente no pude acompañar a todos hasta su examen final. Era imposible. Un error en el sistema de Trafikverket (Dirección de tráfico sueca) ocasionó retardos enormes para miles de aspirants a conductores. Lo importante, sin embargo, es que todos mis ex alumnos -de una u otra manera- van a poner en práctica mis consejos y tendrán éxito en sus actividades. La licencia de conducir es importante para conseguir trabajos y para conservarlos, por ejemplo, además de darles facilidades en el transporte para otro tipo de actividades.

Me llevo muy gratos recuerdos de personas maravillosas. Algunos eran simples trabajadores. Otros eran profesionales o estudiantes. Casi todos, me demostraron su simpatía y recibí no pocos regales en señal de agradecimiento, algo que no es muy frecuente en mi actividad laboral. Algo más importante que los regalos, lo más reconfortante y beneficioso fue sus muestras de simpatía, sus comentarios de agradecimiento y su buena disposición para aceptar mis consejos. Hubieron muchos momentos emotivos, muchas risas en circunstancias divertidas, a pesar de la gravedad de algunas situaciones en las que evité accidentes al actuar con mis pedales o tomando el volante en el momento preciso, antes de un choque. Tal vez uno de los momentos más graves fue cuando una de mis alumnas (Therese) tuvo que esquivar unas enormes cajas que se habían desprendido de un remolque, delante nuestro. Ella y yo actuamos como una sola persona y evitamos un accidente que podía habernos costado la vida a 90 km/h en el túnel de la autopista, entre Sollentuna y Hagby. Otros incidentes se presentaron en algunas rotondas, aunque la mayor parte de las intervenciones fueron con alumnos que no acostumbraban a conducir conmigo.

A pesar de que las conversaciones sobre temas variados eran cortas, puesto que siempre evito alargarlas para que mis alumnos no  distraigan su atención en el tráfico, muchas de ellas fueron productivas, tanto para mis alumnos como para mí.

21 de noviembre. Otro momento, entre las 13.30 y las 14.30 horas.

Por fin se han apagado las luces de advertencia del avión. Estoy viajando desde Madrid a Caracas. Pasé una noche muy tranquila en el Hotel Alameda. Pero perdí muchas horas antes de lograr llegar a mi habitación. La información de Iberia en el aeropuerto no fue buena. Tuve que visitar varios mostradores de esa empresa antes de que me dieran un papel con los datos del hotel. El funcionario que me atendió me dijo que tomara un bus a la salida de aeropuerto. Pero dijo que también podía ir a un “monolito” donde había un “chico” que se encargaba del transporte. El tal monolito nadie lo conocía. Finalmente otras personas me informaron donde estaba el sitio desde donde salían los buses a los hoteles. Logré subirme a uno, al igual que muchas otras personas. No había funcionario alguno que diera otra información allí. Llegamos al hotel y allí estuvimos más de una hora en la cola para recibir la llave de la habitación. Cuando llegó mi turno me faltaban datos, no bastaba con el papel que me habían dado en el aeropuerto. Expliqué en  recepción que no me dieron información suficiente, que no soy español y no sé cómo funciona su sistema. Finalmente me dieron la llave. Era una habitación cómoda, muy elegante, con televisor, servicio café y té, etc. El desayuno, muy bueno. Pero fue imposible obtener información para conectarse a Internet. La recepción siempre estaba ocupada, muy poco personal disponible

Horas más tarde. Ya en el avión; la espera fue muy larga, durante el embarque y antes de despegar. Los aviones son antiguos y no tienen los mismos servicios que tienen otras líneas, como British Airways. No hay televisores en cada asiento sino muy lejos, en el centro y delante de los asientos laterales. Mi conexión de audífono está dañada. Tengo que usar el de mi vecina de asiento. Pero no es fácil poner el volumen o seleccionar los canals de música o vídeos. Por otra parte, no se puede seleccionar una película sino ver la que pone la tripulación. Por lo demás, da lo mismo, porque hay que estirar el cuello para poder ver alguna de las pantallas. Todo es muy incómodo. Los asientos de estos aviones no tienen soporte para los pies, como otras aeronaves. Será un viaje incómodo y aburrido.

Mi vecina de asiento se llama Carmen. Es una señora de aproximadamente  70 años. Su esposo murió a los 80, hace seis años. Es diabética y tiene otras enfermedades. Lleva una cajita con medicinas, son seis pastillas distintas que debe tomar dos veces al día. Es española, pero le gusta ir a  pasar el invierno a  Venezuela. Me recuerda a aquel lisiado español  que tuve de compañero de asiento en mi primer viaje en tren, entre Málaga y Barcelona, en el año 1978. Sus temas de conversación son cosas muy simples y su visión de la vida muy parcial y sin más aspiraciones que las de seguir existiendo. Me ha cedido su comida, porque no le ha gustado. Yo he comido mi ración de carne con berenjenas y ella pidió pasta de patatas. Antes comí jamón ibérico y morcilla en el aeropuerto. Creo que aumentaré de peso en este viaje. Lo malo es que no podré entrenar hasta que llegue a mi destino, dentro de un par de días.

Son las 6 y media de la tarde y ya estoy en un bus que me lleva del aeropuerto de Maiquetía (La Guaira) a Caracas. Como siempre, es el aeropuerto que menos problemas hace a los pasajeros, después de Estocolmo. Llueve torrencialmente.  Tuve suerte porque el bus estaba a punto de partir cuando salí del aeropuerto. No hay taxis suficientes, a causa de la lluvia. Ahora iré a descansar a un hotel para continuar mañana hacia Maracaibo.

22 de noviembre

La salida del aeropuerto fue muy difícil. La lluvia tenía en jaque a todo el transporte. Después de un largo viaje pude llegar a las puertas del hotel Alba Caracas, uno de los mejores hoteles de Caracas. Lamentablemente no había habitación disponible. Era imposible tomar un taxi para ir a otro hotel por lo que tuve que tomar el metro.. El tráfico estaba prácticamente parado y la lluvia arreciaba en olas o chaparrones continuos. El bus cobra 10 bolívares pero por las maletas tuve que pagar 60. Aquí tampoco había posibilidades de tomar taxi, por eso tuve que tomar el metro. El pasaje en metro me costó sólo un bolívar.

Llegué muy tarde al hotel La Floresta; no pude comer y no era fácil encontrar algo abierto en el sector de Altamira, donde está el hotel. Compré un pan, un cuarto de jamón , una  botella de malta y un yogurt pequeño por 50 bolívares, mucho dinero por tan poca comida. El jamón tenía un sabor extraño muy distinto al jamón sueco o español. Es algo que he experimentado antes también, no sólo ahora.

Ya había llegado el día martes 22.  El huso horario me había hecho ganar seis horas. Por esa razón se pierde un poco la noción del tiempo. Por momentos creí el día anterior que ya era el 22 de noviembre. Logré ir a un centro de comunicacones para responder algunos mensajes urgentes y quise almorzar en una pizzería en el Centro Comercial Plaza. Pero tardaron mucho en atenderme y me fui a un restaurante chino, en el mismo centro comercial. Almorcé por una cómoda suma de 64 bolívares, una comida sabrosa. Me costó la mitad de lo que me salió una cena simple en un restaurante de Madrid, el día anterior. Sin embargo, para un trabajador caraqueño, es una suma muy alta.

22 de noviembre, por la tarde. Regreso hacia Maracaibo en un bus de dos pisos, llamado bus-cama pero que de cama nada tiene. Sólo son asientos con respaldos reclinables. La empresa se llama UniZulia. Tuve que pagar 100 bolívares extras al chofer para transportar dos maletas pues sólo permiten una. El pasaje vale 110. Total: 220. Tengo derecho a pagar la mitad del pasaje (por ser mayor de 60 años) pero no quise hacer valer ese derecho, para evitar complicaciones. El viaje es muy duro y largo. El bus sale a las 17:45 y llega al día siguiente a las 5:30 al terminal de Maracaibo. Un taxi me lleva a casa por 60 bolívares.

23 de noviembre. Empieza mi calvario. Tengo cansancio de los  días anteriores, del viaje desde Estocolmo. Me siento mareado. No puedo usar mi vehículo porque el seguro obligatorio se venció en junio. Tomo varios buses y carritos para ir a San Francisco, cerca de Maracaibo. En el primer bus tengo que soportar la música a todo volumen de una radio que no se oye bien. El bus suena además por todos lados. La carrocería parece estar suelta. Hay imágenes de santos y vírgenes frente al asiento del chofer. A cada tanto sube un vendedor de chocolates o de otras golosinas, con su táctica de siempre: reparten las golosinas a todos los pasajeros (que yo siempre rechazo). Luego empiezan a argumentar que son más baratos que en el comercio, que es una promoción, que gracias por la «buena educadión» al haberlos recibido, que sólo valen unos cuantos bolívares, etc. Por lo general venden sólo algunos paquetes, la mayoría de los pasajeros les devuelven las golosinas.

Pienso pagar el impuesto. En San Francisco  es varias veces más barato que en Maracaibo. No llego a la dirección, hay caminos cortados, por distintos motivos. Pierdo muchas horas en el intento. Finalmente caigo en la cuenta de que no tengo que pagar ese impuesto aún sino en enero. Sigo buscando un sitio donde pagar el seguro. Cuando lo encuentro no me funciona la tarjeta del banco, pese a varios intentos para pagar. Desde la oficina del seguro llamamos al banco. No se encuentra dificultad alguna, no saben por qué no funciona la tarjeta. Voy al banco, que atienden hasta las 18 horas. Son las 16 pero ya no reciben más clientes. Insisto en que necesito atención, deben solucionarme el problema. Logro que me atiendan, después de una hora en la cola. Me dan una tarjeta nueva, con chip. Salgo a probarla al cajero automático. No funciona. Está desactivada. Regreso al banco. Me la actualizan. Logro hacerla funcionar dos veces. Al día siguiente deja de funcionar, nuevamente. Finalmente tuve que ir al banco a retirar dinero, después de haber perdido todo el día 24. Una funcionaria me dice que para activar la tarjeta debo llamar a un número que casi nunca responde porque siempre está ocupado. Dos días perdidos por no poder usar la tarjeta. Burocracia e ineficiencia. Sabotaje? Todo es posible en un banco público.

Van pasando los días. Llega el día 29 de noviembre. Después de una semana de haber llegado a Maracaibo ya quiero irme de aquí y regresar a Suecia. Nunca antes había sentido tan pocos deseos de permanecer en esta ciudad. Malos tratos en buses y carritos, mala atención en supermercados, anaqueles vacíos y precios caros de todos los alimentos, con muy pocas excepciones. Un paquete de almendras en un supermercado chino vale más de 200 bolívares, cuando en Suecia vale 60 coronas (las monedas son casi equivalentes) en cualquier negocio. Las lluvias son continuas y las calles están llenas de huecos y baches. En un charco de agua puede haber oculto un enorme agujero que puede destrozar un vehículo. Los conductores de la zona conocen las calles y saben dónde hay un hueco. Una persona que viene de afuera no sabe dónde están los traicioneros huecos. Los conductores tocan el claxon sin motivo alguno, especialmente cuando se produce un atasco y estos son muy comunes. Caminar es complicado, esquivando charcos y evitando tropezar con un maloliente perro muerto o con bolsas de basura que obstaculizan la pasada en muchos sitios. Muchos peatones son salpicados con el barro que lanzan los vehículos de conductores apresurados e irresponsables. Todo es un caos en este Maracaibo que no veía desde hace más de seis meses. Todo casi igual que antes. O peor. Cada día peor.

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