NUEVO AÑO, NUEVOS DESAFÍOS

Nuevo año en un país desconocido, al que cuesta mucho adaptarse. Soportar el calor, los mosquitos y las hormigas, especialmente si se desea ahorrar electricidad y se utiliza lo menos posible el aire acondicionado .

Ir a un supermercado en Maracaibo es casi siempre un suplicio. En todas partes hay colas para pagar. En todas las calles hay atascos y cuesta mucho avanzar, aunque estos dos primeros días del año hay menor cantidad de vehículos en circulación. Como en todas partes, aquí hay muchos conductores que tienen prisa y es muy difícil acostumbrarse a su mala conducta. Muchos conductores irresponsables se acercan demasiado y presionan a quienes conducen en forma tranquila. En cada cruce con semáforo es común que la mayoría toque el claxon (aquí lo llaman corneta), sin motivo alguno. Es irritante, sobre todo si se ha estado varios meses en Suecia. Antes me enfadaba cuando sentía los bocinazos detrás de mi automóvil. Pero he debido aceptar esa realidad. He debido acostumbrarme a aceptar que la mayoría (por no decir todos) los conductores han aprendido esa forma irrespetuosa de conducir. Es como algo que pertenece a sus genes y toda una tradición de gente nerviosa y apresurada. No se trata de advertir a conductores que no han visto la luz verde y se han quedado mucho tiempo quietos. Los bocinazos suenan cuando nuestro vehículo ya está en movimiento o antes de que den que el semáforo tenga luz verde. También me he acostumbrado (aunque a regañadientes) de que en cualquier instante y en cualquier sitio alguien se detiene en medio de la calle para dejar o tomar algún pasajero. O a que seas adelantado tanto por la derecha como por la izquierda para que inmediatamente después hagan un giro sin señalizar. Por otra parte, infinidad de veces he tenido que esperar a que pase algún vehículo que gira sin señalizar. Utilizar los intermitentes es algo casi desconocido para los conductores venezolanos. No han entendido aún que es una buena forma de comunicarse en forma correcta con otros conductores. En cuanto a reglas de tránsito en general, parece que no existieran. No se respeta la regla de la derecha ni del camino principal. La señal de Stop se considera como señal de advertencia. Casi nadie se detiene frente a ésta. Si te detienes en un cruce con señal de stop, sin seguridad de que venga alguien por la otra calle o simplemente para cumplir con la regla, los otros conductores protestan en forma sonora. Te consideran como extraterrestre.

Siguen los acontecimientos en el mundo. Se agudizan los problemas en el Oriente Medio. Las amenazas de guerra se acentúan, tanto contra Siria como contra Irán. En Rusia se protesta aún por los resultados de las elecciones. En España, al PP lleva a cabo sus políticas de recortes sociales que afecta a la clase media y a los más desposeídos. Pero los súbditos españoles no tienen mucho para elegir. Debían hacerlo entre Rubalcaba y Rajoy, aunque ninguno de los dos son capaces de llevar a cabo una política que favorezca a la clase trabajadora. Y eligieron al verdugo más fiero.

El tiempo se me sigue escapando de las manos. No tengo una silla cómoda. No tengo un escritorio cómodo. Pongo el aire y lo apago después de sólo algunos minutos. Me molesta el frío y el ruido. Pero casi en el mismo momento de apagarlo, aumenta considerablemente la temperatura. El calor y una mala posición frente al teclado y el monitor me sofocan y me ocasionan pequeños dolores. Salgo a estirarme un poco, pero entonces me atacan los malos olores de los patios vecinos, llenos de perros y gatos. Alguien tiene cacatúas u otros pájaros. Un concierto de animales domésticos, aves prisioneras y palomas que invaden los tejados, además de los pájaros que saltan de árbol en árbol hacen oír una sinfonía desentonada, que hiere los oídos y perturba la mente.

La vida continúa. Me siento prisionero en Maracaibo. No he viajado a Casigua, donde tengo mi parcela. Los caminos allí están en muy mal estado. El recuerdo de tantos controles policiales y militares y todas las incomodidades en un lugar donde no hay electricidad ni agua potable, además de muchos vecinos ladrones, me hacen desistir de la sola idea de visitar nuevamente esos lugares.

Mientras escribo estas pocas líneas me siento muy incómodo. Cambio de silla de vez en cuando, para evitar alguna dolencia crónica. La falta de ejercicio físico facilita las molestias. Lejos están aquellos entrenamientos en el gimnasio, en Suecia. Ir a un gimnasio aquí es muy caro y hay que ir muy lejos. Sería absurdo emplear dos horas de viaje sólo para ir a entrenar a un gimnasio que tenga comodidades siquiera cercanas a las que tiene el gimnasio más modesto de Estocolmo. Aquí hay gimnasios que ni siquiera tienen duchas. Por eso entreno en casa. Pero no es fácil con aparatos de mala calidad y poco espacio. Pero la vida continúa…

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