EXPERIENCIAS DEL EXILIO, 2

Tengo muchas experiencias sobre el funcionamiento de guarderías infantiles o parvularios. La primera fue en Rumania, entre el año 1975 y 1976, durante el gobierno de Nicolae Ceaucescu.

Para quienes veníamos de un país latinoamericano, sometido al capitalismo, a la desigualdad, Rumania era una especie de paraíso. Bucarest era una ciudad de ensueño, con sus hermosas plazas y jardines, con su magnífica Ópera, etc. Allí conocí por primera vez los tranvías, que en Santiago de Chile era un recuerdo nostálgico. Aprendí que los tranvías eran un sistema de transporte ecológico. Muchos años más tarde, cuando ya vivía en Suecia, ví renacer en Estocolmo a esos gigantes de acero, que ya había en otras ciudades como Norkoping y Gotemburgo.

El gobierno había puesto a mi total disposición  una vivienda completamente equipada, igual que a todos mis compañeros refugiados allí. Éramos más de 1000 personas, distribuidas en los barrios Drumul Taberei, Cartier militari y Bloque 20. Muchos de nosotros estábamos allí por motivos políticos. Pero también había muchos que jamás tuvieron algo que ver con política. Algunos pertenecían a los estratos más bajos de la sociedad, verdaderos lumpen, delincuentes y prostitutas.

En otras oportunidades podré narrar muchas experiencias en aquel país, atravesado por el Danubio, río que nace en la llamada Selva Negra de Alemania y termina en un delta de Rumania, en el Mar Negro. El Danubio recorre, además, Austria, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Serbia, Bulgaria, Moldavia y Ucrania.

Por ahora me remitiré exclusivamente a las guarderías infantiles de esa época.

La guardería que conocí estaba muy cerca del sector donde tenía mi vivienda. Estaba situada en un edificio moderno y tenía el aspecto de una confortable clínica. El personal parvulario tenía uniforme blanco y limpio. Su forma de tratar a los niños y a los padres era muy amable. Había una sala de «entrega» donde todo el mundo se sacaba los zapatos, para pisar un brillante piso de madera. Una vez hechos los saludos correspondientes y el despido necesario, los niños eran traspasados a las salas debidamente adormadas con fotografías, dibujos y luces, además de un mobiliario debidamente adaptado para los pequeños. Viviendo allí tuve la oportunidad de ver un film para niños, Veronica. Allí se describe, en parte, el mobiliario de las guarderías infantiles de esa época. El film es de 1972.

Había dos modalidades a elegir. Una opción era «semanal». En ese caso se dejaba a los niños los días lunes y se los iba a retirar los viernes. También se los podia dejar cada mañana y retirar por las tardes. Los padres elegían lo que más les convenía, de acuerdo a sus necesidades de trabajo o estudio.

El servicio era completamente gratuito. Todo corría por cuenta del Estado o del Municipio. Los padres no tenían que preocuparse más que de la ropa interior de los niños. Los uniformes y la comida los ponía la guardería. Todo material de estudio o para manualidades era pagado por el municipio. Para mí era un buen ejemplo de la preocupación del Estado por los hijos de los trabajadores.

Años más tarde, cuando derrocaron al presidente Ceaucescu (al que se asesinó junto a su esposa sin darle la oportunidad de defenderse en un juicio) y ví las horrendas fotografías y vídeos de niños desnutridos y encadenados en orfanatos, no podía entender cómo podía haber dos tipos de sociedades en Rumania y yo sólo había visto una de ellas. Y eso que estuve relacionado con gente pobre y rica, durante tres años. Conocí gente en la ciudad y en el campo. Conocí los Cárpatos y la ciudad de Brasov y muchos otros sitios. Conocí una historia distinta sobre Drácula, el terror de los invasores turcos. Conocí intelectuales de ideas retrógradas, con los que discutí (en la Universidad) y obreros con los que me relacioné cuando trabajé durante algunos meses en la fábrica de maquinaria agrícola, Semănătoarea.

Rumania era un país alegre, sus habitantes eran amables y cariñosos. Era muy fácil compartir con ellos. Los niños ocupaban un lugar privilegiado, especialmente en las escuelas y guarderías infantiles. Pero los medios de difusión suecos, españoles o de otros países jamás mostraron esa realidad que yo ví. Sólo mostraron la más negativo que podían encontrar.

Continúa en el capítulo 3.

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