Una vez, hace ya muchos años, me reprendió una ciudadana venezolana porque yo en mis escritos «hablaba mal» de Venezuela. Pero esa mujer no se había dado cuenta de que yo expresaba lo que veía, lo que experimentaba y no sólo sobre Venezuela sino sobre cualquiera de los países que he visitado o en los que he vivido. Siempre he sido crítico con todo lo que considero injusto o erróneo. Siempre reconozco, también, lo que es positivo.
Por otra parte, no se puede juzgar la opinión o el escrito de una persona sin conocer el resto de opiniones o artículos. Hay que buscar las razones por las cuales se emite una opinión sobre algo que el lector tal vez no conoce bien o nada. Mucha gente no se da cuenta de lo que sucede en su entorno. Lo que sucede le parece normal y aceptable o si lo encuentra negativo, lo atribuye a otras causa y no a las reales. En el caso de Venezuela –donde aún persisten muchas injusticias y eso hay que decirlo– quienes no conocen su historia ni el proceso de cambios que se está llevando a cabo, fácilmente culpan al actual gobierno de todas esas injusticias. En esto influyen, por supuesto, los medios de comunicación privados, que defienden los intereses de la Oligarquía.
Una de mis hijas me ha reprochado que viaje o esté mucho tiempo en Venezuela. Me critica porque no dedico más tiempo a mis hijos europeos que, según ella, me necesitan más que cualquier otra causa o cualquier lucha. Pero ni ella ni mis otros hijos tienen grandes problemas que necesiten de mi ayuda para resolverlos. Su economía es aceptable. No tienen problemas de vivienda, de estudio ni de trabajo. No pasan hambre, como la hacen millones de niños o adolescentes en el mundo. No están desamparados ni son explotados, como son muchos otros millones de niños y adultos en los países latinoamericanos, africanos o asiáticos. Incluso en Europa hay millones de pobres, que ni siquiera tienen donde vivir porque no tienen trabajo. Esa masa de pobres aumenta más que nunca, a causa de la crisis permanente del sistema capitalista mundial. Pero mis hijos no tienen ese problema, por ahora.
Si bien en Venezuela no puedo hacer mucho en mi calidad de extranjero, por lo menos puedo contribuir con mi testimonio, mis ideas y mi experiencia para cambiar la forma de pensar de mucha gente que aún no entiende lo que está pasando y lo que se debe hacer para que ese país siga superando el estado de atraso en el que fue sumido durante siglos. Además, el vivir entre los venezolanos y compartir sus esperanzas, sus desdichas, sus angustias o su alegría, dependiendo del momento o de los acontecimientos que allí se desarrollan, me da la posibilidad de dar a conocer la verdad de la que soy testigo. Y eso le da un valor incalculable a las opiniones que pueda dar en el futuro en cualquier otro país que visite. No es lo mismo ver cómodamente sentado en un mullido sillón las noticias tergiversadas en la pantalla de un televisor que ser testigo directo de lo que ocurre.
Con respecto a mi posición política, ésta es bien definida. Pero soy lo más objetivo que se puede ser. Es verdad que siento una gran simpatía por el presidente venezolano Hugo Chávez. Pero si tengo algo que criticarle lo hago sin temor. Para quienes no han oído gran parte de sus discursos debo informarles que el presidente venezolano es partidario de la crítica y la autocrítica. De lo que no es partidario es de la mentira,de la calumnia y de la difamación. Y eso es lo que caracteriza a un buen revolucionario o luchador social.
Por lo tanto, nunca hay que tener miedo de decir la verdad, aunque ésta implique enunciar errores cometidos por el gobierno o por sus partidarios. La verdad, para le Revolución, como el amor al prójimo y la decisión de luchar hasta el final por lograr Justicia Social. Para ello muchas veces se deben sacrificar otras cosas, no menos importantes, pero que pueden esperar.