VACACIONES OBLIGADAS

Lo siguiente fue escrito hace algunos días, no hay orden de fecha:

¡Qué relajo!, dirían unos viejos amigos que tuve. Qué vida tan fácil!, diría mi madre, si viviera. La verdad es que no puedo quejarme. Me acuesto a la hora que quiero, por la noche. Escribo una noche entera y me levanto tarde. O me acuesto muy temprano y me levanto a las cinco de la mañana. Puedo determinar mi horario como quiera, sin prisas y sin estrés. Algo así, como dejar hacer y dejar pasar, como dijeron unos franceses hace ya siglos. A veces entreno a las 6 de la manana, otras veces a las cuatro de la tarde.

Mi principal trabajo, en estos días, consiste en recuperar la maleta que Iberia me dejó en Madrid. En llamadas telefónica que un día no responden u otro día hay que estar esperando en una cola, oyendo a cada instante la misma frase: “en este momento no le podemos atender, pero tiene un lugar reservado en la cola, espero unos instantes y le atenderemos”. Cuando ya has oído la misma voz decir exactamente lo mismo durante cinco minutos lo único que deseas es tirar el teléfono y no saber más de Iberia. Pero hay que recuperar la bendita maleta. Por fin hoy, seis días de haber sido embarcada mi maleta en Caracas, llegará a las puertas de mi casa. Pero para ello debo estar esperando desde las tres de la tarde y hasta las siete, con el oído pegado al teléfono (o tal vez mejor al revés) y a la entrada al edificio para no perder la llegada de la ansiada visita.

Bueno, también he tenido tiempo para ir de compras, para visitar mi antiguo trabajo donde tengo las puertas abiertas y para visitar otras oficinas donde también tengo las puertas abiertas. En realidad, hasta ahora no se me ha cerrado puerta alguna y muchas otras se siguen abriendo.

En el gimnasio todo el personal de diferentes turnos  me ha dado la bienvenida. Todos me hacen preguntas sobre mi viaje y mi estadía en Venezuela. Se alegran de que esté nuevamente con ellos y más aún ahora que mi hija también va a entrenar conmigo. Toda la gente me atiende con una amabilidad extraordinaria, en los supermercados, en los buses, en todas partes. Uso mucho los buses porque ahora no tengo vehículo ni me he comprometido a trabajar con nadie. Tengo mi tarjeta mensual que me permite usar todos y cada uno de los buses, trenes, tranvías, metro, etc., para ir donde quiera dentro del Gran Estocolmo.

En realidad, la cultura de este país, está basada en el respeto y de no incomodar a nadie, en lugares públicos. En otros países se pone la música que le gusta al chofer y a muy alto volumen

Por supuesto que en las horas pico va gente de pie. Pero a esas horas se pone en circulación mayor cantidad de unidades. Todos los buses tienen espacios reservados para ancianos y personas con dificultad de movimiento. Hay lugar para coches de bebés y para sillas de rueda.

Hay senales luminosas en las paradas y en los buses, trenes, metro, tranvías, etc. Los horarios se cumplen al minuto, con muy pocos atrasos. Nunca es necesario esperar más de algunos minutos en cada parada. Además, de la información en Internet hay folletos con los horarios para cada medio de transporte y sus combinaciones con otros.

Presionando el botón rojo que hay al alcance de la mano sin necesidad de ponerse en pie, se enciende automáticamente una lucesita que ven todos los pasajeros y el chofer.

He puesto algunas fotos para demostrar con imágenes la excelente calidad que tiene el transporte urbano en Suecia. 

Antes de salir de casa puedo entrar a internet y sé exactamente a qué hora viene el bus o el tren que me lleva a un destino. También me da todas las posibles combinaciones para ir a distintos puntos de la ciudad. Pero si voy por la calle, como no uso esos modernos IPAD o Iphone no puedo entrar a internet. Uso teléfonos móviles más sencillos, que ni siquiera sacan fotos. En realidad, no necesito teléfonos modernos pues tengo una buena cámara fotográfica y una filmadora. Por eso, para ir a una exposición de automóviles, hoy le pregunté a los choferes qué bus debía tomar. Uno de ellos, después de darme una buena explicación, se bajó el bus y fue hacia donde estaba yo esperando para darme otra alternativa. No recuerdo que eso me haya pasado alguna vez en mi querida América Latina. Más tarde, una chica de un restaurante de comida rápida tailandesa, se puso a darme consejos cuando se dio cuenta de que estornudé. Primero me preguntó si estoy resfriado. “No, es sólo una pequeña reacción alérgica”.  Inmediatamente me recomendó una serie de cosas para evitar esa reacciones y luego me explicó otras tantas cosas que me dejó hasta mareado. Menos mal que llegaron más clientes y la chica tuvo que interrumpir su discurso. A todos los clientes los atendía con una amplia sonrisa y suaves palabras. Se esmeraba porque todos nos sintiéramos bien. Y pensaba yo que tal vez algún día atiendan en esa forma en Maracaibo, donde a veces ni te miran y te sirven con malos modales. Las dependientas marabinas (en su gran mayoría) pueden estar más interesadas en responder un mensaje de su teléfono o en Internet o incluso hasta cantando un vallenato (que se oye en la radio) que preguntarte con buenos modales qué deseas o si desea algo más ,etc.  ¡Qué diferencia!

Así es en los comercios, en los buses, en los trenes, etc. Sin embargo en otros lugares la amabilidad no existe o se pierde. Ejemplo de esto es el lugar donde vivo. En el primero piso, donde tengo mi oficina (que también es mi vivienda) hay una veintena de oficinas. En este momento hay unas diez personas trabajando y sólo una de ellas me ha saludado. En Maracaibo, todo el mundo se saluda, aunque la gente no se conozca. Entras a un banco o a una clínica y todos se saludan, incluso hasta cuando se encuentra mucha gente en la calle, en una cola para comprar, por ejemplo. Aquí no se saluda la gente, aunque tal vez ya se hayan visto en el mismo sitio más de alguna vez y saben que trabajan bajo el mismo techo y hasta respiran el mismo aire.

Finalmente aquel día llegó la maleta. Estaba intacta y nada faltaba. Los días han seguido pasando, sin trabajar. Ya me he decidido por un lugar de trabajo, pero toma algunos días programar las clases y conseguir los alumnos. Utilizo mi tiempo en entrenar en largas sesiones, visitar o salir a pasear con una de mis hijas, etc. Por supuesto que también aprovecho de escribir algunos artículos analizando problemas de actualidad internacional.

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