El siguiente trabajo es producto de una reflexión personal. No pretende ser original sino más bien reflejo de algo que miles de pensadores han analizado, a lo largo de la Historia.
Hay o existe en el mundo una permanente Revolución. Podría decirse que la Revolución es tan vieja como la Humanidad misma, el impulso necesario para su evolución. Las características de cada etapa revolucionaria son distintas, tanto en el tiempo como en el sitio donde se llevan a cabo los acontecimientos. Y por supuesto que el grado de desarrollo económico y social le dan una característica especial a cada grupo, sociedad, nación o país. El grado superior de la Revolución es aquella que reúne el resultado de los últimos estudios científicos, producto de la experiencia de la lucha de las fuerzas revolucionarias y la correspondiente reacción de los defensores del viejo orden, establecido por las fuerzas conservadoras, descendientes de las clases sociales de las etapas anteriores y del pensamiento más retrógrado que ha logrado sobrevivir a través de los siglos.
La mayor parte del tiempo, la Revolución pasa desapercibida ante los ojos de la gente. Es como si estuviese dormida o muerta, lo que produce una sensación de resignación generalizada. Pero de pronto empieza a emerger, haciéndose visible y palpable cuando un grupo de vanguardia, movimientos de obreros, estudiantes y profesores hacen visibles sus banderas y audibles sus voces, sus cánticos y sus poemas. La expresión revolucionaria llega en algunas ocasiones a conquistar una parte del Poder, pero aún no ha logrado afianzarse en forma sólida en ningún país. La Revolución está siempre latente aunque en algunos países sus expresiones son incipientes o han estado aletargadas durante decenios y hasta siglos. Pero la Revolución no se detiene y llegará el día en que ya nada la adormecerá ni la frenará.
Hay revolucionarios y contrarrevolucionarios. Entre estos dos grupos hay una inmensa masa sumida en la oscuridad. Esa gran masa carece de voluntad propia, es indiferente e indolente y muchas veces se deja convencer por falsos salvadores que sólo buscan seguir consolidando su supremacía. Hay revolucionarios conscientes, que lo dan todo por la Revolución y estarían dispuestos hasta dar su vida por ella. Hay muchos otros que se llaman a sí mismos revolucionarios pero no tienen siquiera idea de lo que eso significa. De entre estos, algunos llegarán a ser verdaderos revolucionarios. Otros se transformarán en traidores y estarán dispuestos a vender a sus compañeros de lucha y todos los principios más nobles de la revolución. Así ha sido y así será, lamentablemente.
La Revolución es como el agua que baja de la montaña y que se va transformado en río después de haber sido arroyo. Es como ese río que crece a medida que baja, aumentando su cauce, arrastrando consigo materia orgánica y minerales, decantándose en su curso hasta llegar al mar. Allí seguirá su purificación hasta unirse a todas las aguas del mundo, recuperando el cristalino de sus orígenes. El río de la Revolución arrastra conciencias, ideas, pasiones, anhelos y esperanza. Acarrea consigo a hombres y mujeres, con sus culturas y sus costumbres, con sus defectos y sus virtudes, con sus buenos deseos y sus basuras mentales, con sus buenas intenciones y con sus envidias y egoísmo; con sus rectitudes y sus desviaciones. De acuerdo a eso muchos van quedando en la orilla o se entierran en el fango mientras los más honestos, los mas esforzados y los más conscientes siguen la corriente hasta llegar al mar de la justicia, de la igualdad, de la solidaridad y del amor.
Revolucionario es aquel que visualiza, estudia, analiza y concreta; aquel que todo lo deja por su causa, aquel que antepone el interés colectivo a sus mezquina individualidad. Revolucionario es aquel que combate con decisión todas las lacras de las sociedades corruptas y podridas, sociedades de miserias, de sufrimiento y de dolor. El revolucionario utiliza el arma de la verdad y del conocimiento. Revolucionario es aquel que se promete a sí mismo continuar la lucha hasta el final y no sólo lo promete sino que también lo hace. Muchos somos los que aspiramos ser algún día verdaderos revolucionarios. Pero debemos estar conscientes de que el camino no está adornado de rosas ni jazmines, ni sólo es cuesta abajo en la carrera cuando nos contagia el entusiasmo en pequeños o grandes triunfos, cuando nos abrazamos porque ganó un representante de nuestras ideas o cuando logramos unirnos en una gran manifestación o cuando gritamos hasta enronquecer uniendo nuestras voces al unísono.
Muchas veces hay ante nosotros enormes obstáculos, murallas donde se estrellan las buenas intenciones y las buenas acciones; hay peligrosos acantilados en los cuales se precipitan las esperanzas. El enemigo usa todas sus fuerzas para detener la Revolución, para hacerla desaparecer y con ella hacer desaparecer a todos quienes la defienden o la apoyan. Todas las armas y prácticas son consideradas legítimas por los enemigos de la Revolución, desde el engaño en cosas simples utilizando métodos persuasivos, muchas veces invitando amablemente a participar en sus actividades y ofreciendo dinero u otros beneficios, pasando por las amenazas veladas o abiertas cuando se dan cuenta de que no nos pueden convencer con sus discursos carentes de lógica y de sentido común, sin argumentación racional, hasta llegar a acciones violentas, como la tortura y la exterminación física.
Es así como han surgido mártires y héroes populares que permanecen para siempre en la memoria de los pueblos. Esos héroes no son más que la expresión de los más noble que hay entre los revolucionarios, que no sólo se quedan en la plática, en el discurso floreado, en el uso de la retórica. Esos revolucionarios llevan a la práctica lo que defienden teóricamente y no desmayan ante los adversarios, defendiendo con firmeza sus ideas. Esos revolucionarios meditan y reflexionan, oyen a sus companeros e intentan encontrar la mejor forma de trabajar juntos. Esos son los revolucionarios que se necesitan en todo el mundo. Ojalá todos los que se consideran o se creen revolucionarios lleguen a ser como los verdaderos revolucionarios.