En mi peregrinar (de este mes) por la literatura universal he llegado desde el Ramayana de Valkimi hasta El Tiempo Perdido de Marcel Proust, desde la India exótica del siglo III A.C. hasta el comienzo del siglo XX. Un buen salto en la Historia.
Me he detenido un poco en la lectura de la obra del escritor francés, autor de la siguiente frase: «A cierta edad, un poco por amor propio, otro poco por picardía, las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear». Una frase discutible, indudablemente. Pero es una forma de ver la realidad o de interpretarla. Los lectores podemos darle nuestras propias interpretaciones. Y en eso consiste la genialidad de la frase, que no es tan simple, aunque lo parezca. La frase nos hace pensar, indiferentemente de la distancia que exista entre una época y otra, entre una sociedad y otra.
He leído sólo una parte de cada obra. No disfruto del lujo de tener tiempo para leer las obras completas. Sueño con un día en el campo, sentado junto a mi escritorio teniendo a mi lado todos los libros más importantes de literatura universal, de historia, filosofía, economía, etc. De fondo la música de Bach, de Chopin o de Schubert. Muchos cuadernos de notas y muchos bolígrafos. Una computadora con teclado en español y los mejores programas para editar todos los libros que siempre he pensado escribir. Allí podría pasar horas y hora estudiando y escribiendo. Si Marcel Proust viviera en nuestra época yo creo que soñaría con algo similar. Muchas veces he imaginado qué maravilla sería si todos los escritores, científicos o artistas de hace uno o dos siglos vivieran en el siglo XXI y tuvieran en sus manos toda la tecnología actual. Si ellos pudieron dejar un legado tan importante en sus obras, en condiciones tan difíciles, con los medios actuales podrían haber multiplicado por cien o más sus obras.
No es fácil leer a Proust. Hay que introducirse en sus obras, hay que ser partícipe de esa sociedad burguesa. No hay comparación posible con la realidad latinoamericana, menos aún de la contemporánea. Pero es útil sentirse como una especie de testigo sin ser testigo, al intentar comprender el comportamiento de los personajes de En Busca del Tiempo Perdido. Leo y releo algunos capítulos y releo también la biografía de Proust. Trato de comparar al autor y al protagonista principal, Marcel. En el último libro, editado después de su muerte, se encuentra la clave o la solución final. La respuesta es la soledad, que puede ser cruel pero también consoladora. Los recuerdos y los pensamientos se funden en un solo devenir, en una caminata en el tiempo, que puede ser presente, pasado y futuro al mismo tiempo. Comparado con Siddarta podemos encontrar la misma respuesta: se puede deambular por el mundo, se puede gozar de riquezas, se puede alcanzar la satisfacción sexual, fama, reputación y poder. Pero nada puede dar más satisfacción que encontrarse consigo mismo, lograr la tranquilidad espiritual y rescatar en los recuerdos todo aquello que realmente fue hermoso.
No puedo decir que estoy en condiciones de escribir una crítica a la obra de Marcel Proust. Para ello debo leer todas sus obras y analizarlas con mucha dedicación. Por ahora eso es imposible. El tiempo de que dispongo es muy escaso. Lo que leo es comparable a una gota de agua del vaso lleno que quisiera beber. Lo mismo ocurre con muchas otras obras de cientos de autores.
Hoy ha hecho calor en Estocolmo y Sollentuna. He recibido nuevos alumnos y ya mi esquema de trabajo empieza a alargarse y engrosarse. Las lecciones son muy amenas. Algunos alumnos tienen muchas dificultades para aprender pero la mayoría avanzan muy bien.
Así siguen pasando los días y a pesar del trabajo intenso y mis horas de gimnasio he alcanzo a escribir algunos artículos en los otros blogs. Tal vez los que más puedan interesar a mis lectores son los de mi ABC DE LA SALUD.
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