Primera salida 6 de julio, en Maracaibo.
Conducir en Maracaibo es muy incómodo. Es la antítesis de la conducción en Suecia. Por eso prefiero evitar pasar malos ratos y utilizar el servicio público de buses y los llamados “carritos por puesto”.
Salir en Maracaibo y valerse de la locomoción pública es una verdadera odisea. Para la gran mayoría de quienes han nacido en esta ciudad o para quienes están acostumbrados durante años a este sistema, eso es normal. Pero para quienes no vivimos siempre aquí y que estamos acostumbrados al orden y al buen servicio, es una verdadera aventura, no imposible de realizar, pero muy sacrificada.
Lo primero, si lo comparamos con Suecia, no hay paradas con protección. Hay que estar expuesto a esperar bajo la lluvia o el ardiente sol. Hay algunas paradas, muy pocas y casi nadie sabe donde están. Por eso los pasajeros hacen parar a los buses en cualquier sitio. Para bajarse, también sólo basta con pedirle al chofer y se baja en cualquier sitio, permitido o no.
Al no haber paradas, naturalmente que tampoco hay carteles que informen sobre los horarios, los que tampoco existen. Hay que esperar lo que pase y cuando pase. Los buses son de distintos tamaños, colores y formas. No tienen número de identificación que nos diga a qué línea pertenecen o hacia donde van, salvo alguas excepciones. Sólo están pintados los destinos finales y algunos destinos en la misma dirección. Desde lejos no es fácil ver las pintadas.
En las puertas van “colectores” (encargados de cobrar) que gritan hacia donde va cada bus y empujan a la gente para que se se apretujen lo más posible para subir a la mayor cantidad posible de pasajeros, sin importar que suban más personas de las que soporta cada vehículo.
Por todas partes se oyen gritos, bocinazos y silbidos, como si fuera una gran necesidad hacerse oír para realizar cualquier actividad humana. Entre esos gritos están los de los colectores, que anuncian hacia dónde va cada unidad.
Una vez dentro, los pasajeros deben soportar la música a alto volumen, por lo general vallenatos, reguetón y bachata. Las frenadas son bruscas y los arranques también. El primer bus suena como si se fuera a desarmar. Se tiene la sensación de ir en camello o en canguro, los saltos son frecuentes y los pasajeros nos bamboleamos de un lado a otro aun yendo sentados. Seis bolívares me cuesta el primer viaje al Sambil. Es un bus pequeño que va a «El Moján». Lo estipulado es menos pero nadie se pone a discutir por el precio. El minibús tiene capacidad para 25 pasajeros sentados pero pueden llevar hasta más de 60. El muy mal estado del minibús contrasta con el reproductor de vídeo, donde se pude ver a Shakira bailando, contoneándose con movimientos sensuales, como acostumbra hacer esa cantante colombiana. Luego se muestran otros vídeos que sólo pueden ver algunos de los pasajeros que van sentados o aquellos que están parados cerca del chofer.
De regreso del Sambil tomo otro bus, mucho más grande y en mejores condiciones. El trayecto a recorrer es más largo y sin embargo el pasaje sale más barato, sólo cinco bolívares.
Como en el bus anterior, ataca nuestros oídos el vallenato. Sube un vendedor de chocolate y hace largas alocuciones para que la gente “entienda” que es más barato que en el comercio normal; habla rápido y son pocas la palabras que se entienden. Luego sube otro vendedor y éste ofrece bienaventuranzas y paz; habla de Dios y no se cansa de insistir en que él es enviado por el Ser Supremo para salvarnos. En seguida sube otro vendedor que ofrece chupetas, Al igual que el primero, éste dice que su producto es más barato que en cualquier otro sitio. Deja las chupetas en manos de la mayoría de los pasajeros y se ofende si éstos no las reciben. Más tarde pasa retirando los productos, que pocos pasajeros compran.
Luego sube otro hombre vendiendo agua fresca en bolsitas de plástico, de aquellas en las que se guardan alimentos congelados. Los usuarios hacen un agujero en un vértice de la bolsa y succionan como si se tratase de un biberón.
Uno de los temas musicales deja oír lo siguiente: “Mételo papi, ay, ay. Date prisa que mi marido está por llegar, ay, ay”. Cuando termina esa rumba o lo que sea, se oye otra, cuyo mensaje principal es “seamos amantes inocentes” y se suceden los vallenatos y otras piezas que llaman a actividades sexuales desbordadas, a la infidelidad y a “comprender” la prostitución y la delincuencia, como caminos viables para combatir la pobreza. Muchos temas musicales parecen destinados a ensalzar los delitos, a considerarlos como actos humanos normales.
Sigo con el bus hasta el centro de la ciudad. Al regresar abordo otro minibus, que cobra sólo cuatro bolívares y no lleva colerctor. El mismo chofer es el que cobra el pasaje. La música es menos estridente que en los otrs buses y el chofer entona todos los temas musicales. Es música de los años setenta y ochenta, con Donna Summer y muchos otros cantantes, la mayoría norteamericanos. El minibús que va a San Jacinto lleva una bandera norteanericana, al lado del chofer, con aspecto de roquero.
Ha habido otros viajes, muy similares. No me he movido de Maracaibo. Son pocos días. No alcanzaría a visitar otros sitios. He hablado con mucha gente y el tema más común son las elecciones presidenciales del 7 de octubre. La opinión general confirma lo que se expresa en los medios oficiales: Chávez le lleva una enorme ventaja a Capriles. No sucede lo mismo con los candidatos a Gobernador o alcaldías. El pueblo confía cien por ciento en Chávez, pero no en muchos de los candidatos a puestos regionales o locales. Persite el amiguismo y otros vicios que quitan popularidad a esos candidatos. Además, muchos de los candidatos no están confirmados en forma oficial.
Los precios de los alimentos y otros productos importantes son muy altos. Algunos, mucho más altos que en los países europeos. Los precios de la comida chatarra, de restaurantes de comida rápida en los centros comerciales son equivalentes a los precios de Suecia, algo absurdo si se considera que en ese país europeo los salarios son muchas veces más altos que en Venezuela.
Es la realidad, lo que se puede comprobar, como todo lo que afirmo en mis artículos. Para entender esas contradicciones hay que estudiar profundamente el desarrollo económico de los paises europeos y de los países suramericanos.