DESEOS DE ABANDONAR SUECIA Y EUROPA 1

Artículo comenzado el 27 de diciembre, noche. Puesto que se ha alargado mucho lo dividiré en dos partes.

Esta mañana, mientras leía en el gimnasio el libro de ciencias (que he mencionado en otros artículos) y reflexionaba sobre muchos capítulos interesantes, sentí un enorme deseo de abandonar todo lo que tengo en Suecia: mi trabajo, mis pocos bienes y todos los proyectos económicos. Sentía una sensación de vacío, pedaleando la bicicleta y leyendo, oyendo música y de vez en cuando mirando alguna de las ocho pantallas de televisión que muestran distintos canales. Quemaba energías y toxinas venenosas, hacía bombear el corazón a un ritmo muy superior al normal, muy necesario para fortalecerlo, sentía el sudor en mis mejillas, en el tórax y en la espalda. Hacía moverse mis neuronas a velocidades vertiginosas, desatando millones de descargas eléctricas en esa masa encefálica de aproximadamente un kilo y medio, reaccionando al ejercicio muscular y a las ideas que iban y venían del libro a la memoria y de la memoria al libro, dando nacimiento a una infinidad de asociaciones de nuevas ideas y fórmulas, inquietudes y dudas, esperanza y sed de conocimientos y deseo de comunicación.

La noche anterior había intentado tocar el piano y había descubierto que la falta de práctica me había atrofiado algunos músculos y articulaciones de la mano derecha. Tal vez exagero cuando uso la palabra «atrofiado» pero me ocasionaba dolor el movimiento de los dedos sobre el teclado y me costaba moverlos con suficiente soltura y rapidez. Lo que sí se mantiene es esa facilidad para encontrar las notas de una melodía una vez que logro imprimir la primera: un mi, un do, o lo que sea. Es maravillosa esa sensación de oír la música en un rincón o en varios rincones de la memoria y luego hacerla sonar en el instrumento electrónico. Bueno, lo mismo da si tuviera un piano normal, donde encuentro las notas con la misma facilidad. No se imagine quien lea esto que soy un pianista profesional y virtuoso o que he tomado lecciones de música. Nada más lejos de eso. Toco porque me gusta. Es como Víctor Jara decía en una de sus canciones: «yo no canto por cantar ni por tener buena voz, canto porque la guitarra tiene sentido y razón». En mi caso no canto, porque lo hago muy mal y porque no me puedo hacer el acompañamiento, solo puedo tocar las melodías. Nunca tomé siquiera una clase de piano. Quedó en mi casa hace ya 18 años un piano que se le había comprado a Bárbara, la hija de una ex esposa. Pero cuando se produjo el divorcio era imposible enviar el piano a España, de donde eran originarias la madre y la hija. Cargué con el pesado piano de casa en casa durante muchos años hasta que finalmente lo tuve que regalar porque en cada traslado debía pagar casi lo mismo que valía el instrumento y además había que afinarlo en cada oportunidad, que también implicaba otro gasto. Mientras lo tuve pude disfrutar de su compañía en algunas temporadas. La primera vez lo toqué sólo por invocar el recuerdo de una aventura platónica de mi juventud. Estuve «enamorado» de Cleíto, una compañera de curso en un liceo nocturno. Muchas veces la fui a dejar a su casa, ubicada en San Bernardo, donde había -por esas razones que nunca se logra saber- un piano en cada una de las salas o salitas de la gran casona en la que ella vivía. Eran más o menos ocho pianos de las más diversas formas y colores. Algunos estaban tapados con mantas, para protegerlos del polvo. Otros estaban descubiertos y más de alguna vez me senté frente a uno de ellos para acariciar las teclas, para imaginarme que algún día aprendería a tocar, algo que me parecía absolutamente imposible en esos momentos. Cleíto no estaba interesada en los pianos. Nadie en su familia tocaba ese instrumento. Le interesaba hablar de temas ligeros, de la vida cotidiana. Cuando estábamos juntos ella ponía todo su empeño por agradarme y de vez en cuando me acariciaba. Pero yo era muy tímido y me ponía más rojo que un pimiento, no me atrevía a hablar ni a decir nada, cuando en el fondo de mi ser quería abrazarla. En mi soledad ideaba largos discursos en los que le pediría su amor pero nunca era capaz de hacerlos realidad. Por temor a hacer el ridículo me separaba de ella y me ponía serio, trataba de abordar temas o tareas «interesantes». Adoptaba una actitud de «profesor» puesto que en muchas oportunidades yo la ayudaba en algunas materias de estudio, a veces nos acompañaba otra gran amiga, Rosa J, quien también asistía a mis «clases». Una de mis supuestas tareas era convencer a todos mis amigos y compañeros de curso, de la existencia de Dios. Pero Cleíto era una de las compañeras más difíciles de convencer. A pesar de ser muy firme en mis convicciones y poder demostrar en una pizarra o recurriendo a citas bíblicas todos los argumentos posibles para convencer a cualquiera sobre mis ideas, ella siempre desarticulaba los argumentos con frases muy simples y preguntas más simples aún. Me desarmaba y yo volvía a recurrir a las citas bíblicas y las teorías de «qué fue primero, la gallina o el huevo» o «cómo se puede explicar el organizado mundo de las hormigas o de las abejas». Tenía miles de ejemplos para «demostrar» la existencia de un «Ser Supremo, creador de la vida y de los seres humanos». Después de oír atentamente mis disertaciones, Cleíto sonreía, me tomaba una mano y decía una frase corta. Y ahí estaba yo desarmado, nuevamente.

Cuando me retiré del liceo nocturno y empecé a trabajar más que antes -a los 18 años de edad- perdí el contacto con ella y con muchos otros buenos amigos, con excepción de Carlos Lara, a quien pude ver unos días antes del golpe de Estado de 1973. Cuando salí al exilio ya nunca más pude saber de él ni de nadie más.  El único contacto con el país fue a través de mi madre, la que murió entre los años 1978 y 1980. El exilio es cruel porque interrumpe los planes de estudio o de trabajo, además del trabajo político. Pero también es cruel en el campo social, porque rompe muchas cadenas de amistad o familiares, muchos sueños y muchas esperanzas. Solo quienes han vivido en el exilio pueden entender todo lo que eso significa.

Volviendo a la época más reciente, por el año 1995, un  día decidí aprender a tocar el piano. Antes había hecho intentos esporádicos de tocar la guitarra, algo que también me encantaba hacer. Utilicé uno de los libros que le había regalado a Bárbara y que había quedado en una cajita de la silla para sentarse al piano. Era un librito sencillo, que mostraba las notas sin solfeo. No me fue difícil encontrar la primera melodía, un trozo del Himno a la Alegría, de Beethoven. Si aún hubiera sido fiel creyente como lo era cuando joven podría haber considerado un milagro aprender tan fácilmente aquella pieza musical, religiosa, por lo demás. Sin ayuda de nadie y sin saber leer notas logré aprender unas dos piezas más. Pasó el tiempo y en cortas temporadas volví a tocar. No sé cómo sucedió pero un día me dí cuenta de que podía tocar cualquier cosa. Sólo me bastaba encontrar con el oído la primera nota de la pieza. Luego venía el resto como por sí solo. Los dedos se deslizaban sobre el teclado y surgía melodía tras melodía. A veces tocaba durante varias horas, sin cansarme. Lo mismo tocaba una pieza clásica que algo moderno. Incluso esbocé varias melodías propias que nunca pude guardar por no saber escribir música. Eso sí, nunca he tocado como se debe. Utilizo más la mano derecha, con la izquierda no sé qué hacer, la mayoría de las veces. He aprendido en la misma forma que aprendí a escribir en una máquina antiquísima, cuando me preparé para poder ingresar a la Fuerza Aérea como escribiente administrativo. Entonces practiqué con una máquina de escribir negra, con teclado duro que muchas veces se atascaba y había que despegar las teclas que a veces se entrecruzaban entre ellas También se enredaba la cinta o se deslizaba y salían escritas la mitad de las letras. Creo que era de marca remington, que sonaba estruendosamente y había que correr el portapapeles con la mano cada vez que se escribía un renglón. Aprendí a escribir con sólo dos dedos, los índices de cada mano. El piano lo toco con todos los dedos pero, como ya he dicho, casi solo con la mano derecha. Por lo tanto, toco solo una parte de la melodía. La otra parte se queda en el aire. De nada me sirve agregar que puedo tocar con los ojos cerrados o vuelto hacia un lado. Sería maravilloso si algún día aprendo a leer solfeo y a tocar con las dos manos.

Pero no era el piano ni las máquinas de escribir lo que primaba en mis pensamientos esta mañana. Eran infinidad de otras cosas y la posesión de unos conocimientos que me gustaría compartir no solo con quienes están más cerca de mí sino con la Humanidad entera. En cierto modo quería retroceder a una época en la que quise aprender muchas cosas en corto tiempo. En ese entonces me estaba preparando para dar un examen que comprendía todos los temas correspondientes a los tres últimos años de la enseñanza media. Puesto que no había podido seguir estudiando en los liceos nocturnos por falta de tiempo, al trabajar mucho por míseros sueldos y tener mis trabajos muy lejos de mis viviendas -digo viviendas porque mi familia y yo debimos trasladarnos de un lugar a otro en muchas oportunidades- solicité permiso a las autoridades educacionales y dí mis exámenes como alumno libre. Logré aprobar todas las asignaturas, con excepción de química. Para ello tuve que conseguir todos los planes de estudio y comprar libros usados. Muchos meses antes de los exámenes tomé una semana libre para encerrarme en la Biblioteca Nacional. Eso creía yo que haría y que en esa semana iba a lograr aprender lo que se debe aprender en tres años. La verdad es que esa semana fue la menos provechosa. Dediqué el tiempo a otras actividades y fui a la biblioteca en contadas oportunidades. No tenía tiempo para dedicarlo al estudio y además algo me decía que era absurdo encerrarse en un sitio para leer durante tantos días y tratar de aprender. Era una misión verdaderamente imposible, algo que entendí años más tarde, cuando estudié pedagogía. No obstante, echo de menos aquella fuerza de entonces, aquella tenacidad y perseverancia, aquel incansable apetito por saber. El hecho es que logré aprobar los exámenes y obtuve la licencia secundaria, gracias a lo cual pude postular al ingreso de la Universidad y logré ser estudiante, primero en Chile, luego en Rumania y finalmente, también en Suecia. En Chile no pude continuar estudiando porque Pinochet destrozó la revolución pacífica de la Unidad Popular e inició una de las más encarnizadas dictaduras militares de esa época. En Rumania fue imposible continuar porque surgieron otras ideas. Mi primera ex esposa y nuestros dos hijos se habían radicado en Suecia y yo quise estar más cerca de ellos. También influyeron las condiciones difíciles para estudiar y mis continuos viajes a Suecia desde 1975 hacían imposible la continuidad. Ya el primer año dejé la universidad y empecé a trabajar en una fábrica de maquinaria agrícola. Dejé ese trabajo y me vine definitivamente a Suecia en 1977. Fue aquí donde pude avanzar en mis estudios, logrando una profesión de mucho menor rango de lo que había soñado pero que me ha dado enormes satisfacciones y bienestar material.

Los capítulos que leía en el libro se refieren al desarrollo del cerebro humano. He encontrado en Internet una página en la que se transcribe gran parte de uno de esos capítulos, que usted puede leer

AQUÍ (CEREBRO Y PENSAMIENTO 1).

Entre muchas de las ideas o teorías que se expresan en el libro es lo que yo he pensado con respecto a los golpes o heridas en el cerebro, que pueden ocasionar daños que influyen en el comportamiento del ser humano. Si bien muchos  de los rasgos de la conducta de cada ser humano ya vienen en los genes, otros son adquiridos gracias a la experiencia y el medio en el que se vive. A eso se debe sumar los golpes muy fuertes que hayan afectado una parte del cerebro. Recomiendo encarecidamente leer el capítulo del libro. Para su mejor comprensión yo he hecho un pequeño vocabulario con algunas de las palabras más difíciles del capítulo, que pondré al final de este artículo. Antes quiero terminar la idea central de lo que he escrito al comienzo.

La sensación de vacío es por experimentar que no hago lo que realmente quisiera hacer. Tengo un buen trabajo y puedo entrenar en un lujoso gimnasio, que vale un ojo de la cara. Tengo muchas comodidades que millones de congéneres ni siquiera se imaginan que pueden existir, sumidos en la ignorancia y en la miseria, sin poderse llevar un pedazo de pan a la boca. Está claro que yo no voy a poder resolver esos problemas. No tendría jamás la capacidad de hacerlo. Pero podría intentar -como lo hacen cientos de miles  de otros pensadores y luchadores- despertar la conciencia de mucha gente que no se da cuenta de lo que sucede en su derredor y que viven angustiados tratando de superar problemas que son mínimos en comparación con los problemas de la gran mayoría de los habitantes del planeta. Los ciudadanos europeos, encerrados en sus círculos protectores de las sociedades «del bienestar» no ven más allá de lo que les ha inculcado durante todas sus vidas la gran maquinaria del sistema económico capitalista, para lo cual cuenta con efectivos medios de información, enseñanza, persuasión y represión. Por supuesto que estos millones de europeos (y millones de inmigrantes europeizados) desconocen totalmente la condición en que viven ellos mismos, teniendo «de prestado» un estatus de privilegio, creyendo que así será siempre. No se imaginan que en cualquier momento puede haber un descalabro que los puede sumir en similares problemas a los que se sufren en los países pobres, que los recursos naturales son limitados y que no siempre habrá pueblos que se dejen explotar porque todos se van levantando para lograr el mismo estatus. Y para ello no basta con los recursos de un planeta. Por lo tanto, el nivel de desigualdades puede ocasionar conflictos que nadie se puede imaginar siquiera a qué consecuencias nos pueden llevar. La única forma de evitar que eso suceda es una explotación metódica y racional de todos los recursos naturales del planeta, evitando producir basuras innecesarias y aplicando efectivos métodos de reciclaje y máximo aprovechamiento de la energía, en todas sus formas. Si visitamos cualquier supermercado en un país europeo (y lamentablemente también en otros continentes) podemos descartar la gran mayoría de productos alimenticios, tanto frescos como elaborados en múltiples formas. Lo mismo sucede con cualquier otro tipo de productos, tanto de manufactura simple como de fabricación más compleja como de la línea blanca, electrodomésticos, aparatos de sonido electrónicos o digitales, computadoras y accesorios, etc. Lo más horrible es que muchos productos están programados para ser usados durante un corto tiempo, para que sean reemplazados por nuevas fabricaciones, año tras año y a veces con varias versiones nuevas en un mismo año. Los ejemplos más notorios son los ordenadores, impresoras, programas informáticos e infinidad de aparatos y accesorios de las más grandes compañías como Microsoft, HP y Apple. Muchos aparatos son inutilizables dentro de algunos años porque hacen desaparecer a propósito muchas compatibilidades y funciones. Buenos programas que se compraron hace algunos años ya no se pueden usar en ordenadores nuevos, por ejemplo. Algunas fechas se aprovechan para incentivar exageradamente el consumo de bienes (y malbienes, palabra inventada por mí), como es la Navidad, en la que se utiliza el mecanismo de los sentimientos como anzuelo. La fiebre consumista y la ceguera por comprar cosas inútiles se acentúa en estos días. La Navidad es buena excusa para recurrir a los “buenos sentimientos” de la gente para hacerlos gastar lo que tienen y lo que no tienen, viviendo toda su vida endeudados.

consumir

                                                    fuente

Por esas y muchas otras razones a veces me dan deseos de abandonar nuevamente Suecia y Europa, de dedicarme de una vez por todas a escribir y organizar grupos de apoyo a las causas justas que defienden los intereses de millones de seres desamparados que claman por un mundo más equitativo, en un sistema económico que dé a todos las mismas posibilidades de alcanzar los mejores niveles de vida, sin perjudicar al resto de los ciudadanos.

Vocabulario sobre palabras más o menos difíciles que aparecen en el capítulo del libro:

FRENOLOGÍA: teoría fisiológica según la cual las diversas facultades psíquicas se ubican en determinadas regiones del cerebro. Estas pueden ser clasificadas gracias al examen del cráneo.

COGNITIVO: relativo al conocimiento

TÁLAMO: estructura neuronal ubicada en el encéfalo, en la parte baja del cerebro, formado por dos membranas de tejido gris.

TRONCO CEREBRAL: región del sistema nervioso central que une la médula espinal y el cerebro.

CORTEZA CEREBRAL: capa externa del cerebro, formada por una sustancia gris, compuesta por varias capas y aproximadamente 10 mil millones de células grises.

GANGLIOS BASALES: grupo de núcleos cerebrales que se encargan de la motricidad.

HIPOCAMPO: Prominencia alargada, en forma de «caballito de mar» situada junto a los ventrículos laterales del encéfalo, que se encarga de la memoria.

HIPOTALÁMO: área del cerebro, ubicada debajo del tálamo, encargada de regular las necesidades fisiológicas.

CEREBELO: centro nervioso del encéfalo, ubicado en la región posterior del cráneo, debajo del cerebro, centro del equilibrio y de los movimientos voluntarios.

encefalo-corte

                                         fuente

ENLACES:

CEREBRO Y PENSAMIENTO 2

CEREBRO Y PENSAMIENTO 3

MADURACIÓN Y DESARROLLO DEL CEREBRO HUMANO

CÓMO LEER MIS BLOGS

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s