Recuerdo un día que hablaba con Oscar, uno de los campesinos colombianos en el sector de parcelas del kilómetro 7 de Casigua El Cubo, en Venezuela. Sus padres habían llegado a Venezuela hacía muchos años. Una vez asentados en ese país lo enviaron a estudiar a Colombia porque, según ellos, la educación era allí mejor que en Venezuela. En realidad, ellos consideran que todo es mejor en Colombia. Sin embargo, viven en Venezuela y aprovechan todos los beneficios que le otorga ese país, incluyendo préstamos para sus actividades agrícolas, algo que jamás habrían conseguido en su país de origen. Hablamos sobre muchas cosas, entre otras sobre nuestras preferencias musicales, mientras recorríamos otros sectores en busca de gasoil para un tractor. Mejor dicho, intentamos hablar de música, sin lograrlo. Oscar era un fiel amante del Vallenato y de las baladas romántico-trágicas tipo bachata. Sabía tocar la guitarra y cantaba ese tipo de temas. Cuando le dije que yo prefería la música clásica, Oscar no entendía de qué se trataba. Luego de haberle explicado en distintas formas a qué me refería, pero sin posibilidades de hacerlo oír alguna pieza musical -allí en esas inhóspitas tierras no teníamos radio y menos una conexión a internet- entendía aún menos. En vano intentaba yo explicarle que se trataba de música instrumental interpretada en cientos de formas desde hace muchos siglos y mencionarle compositores como Beethoven, Mozart, Chopin y algunos otros. Absolutamente todos eran desconocidos para Oscar. El único que le «sonaba» era el perro de una película. Sus pensamientos buscaban la explicación en la cumbia, la salsa, el reggeaton y otros géneros de música latinoamericana o rap norteamericano. Como en muchas oportunidades, al conversar con los campesinos colombianos, había un choque cultural que me bloqueaba completamente. Lo mismo sucedía con el lenguaje. Ellos no usan los verbos oír ni ver sino que utilizan mirar y escuchar, verbos más activos. No pueden decir «vi salir el sol por la mañana», por ejemplo. Para ellos lo correcto es decir «miré salir el sol por la manaña». Y así era con muchas otras cosas más. Era muy poco lo común entre ellos y yo.
Cuando era un niño e iba a la escuela Santa Teresita del Niño Jesús, en un suburbio de Santiago de Chile (Conchalí) yo vendía revistas religiosas a la salida de la iglesia del mismo nombre. El Hermano Lorenzo me había asignado esa tarea voluntaria. Yo no sólo vendía las revistas sino que también las leía. Me podía llevar a casa las que yo quisiera y las que más me interesaban eran de una serie llamada Vidas Ejemplares, historias sobre la vida de los santos. Devoraba aquellas revistas y me sumergía imaginariamente en el mundo de la oración y la penitencia. Yo quería ser como alguno de esos santos que padecían enormes sufrimientos por solo llevar el mensaje de Dios a todos los rincones del mundo y ayudar a los pobres, puesto que creía ser un buen creyente.
Después de una larga vida de trabajo, estudios, exilio y viajes por muchos países y algunos matrimonios equivocados y otras relaciones sentimentales que me dieron seis hijos, mi pensamiento está muy lejos del pensamiento del niño que vendía libros y revistas católicas. Ahora mis intereses están en la ciencia, la economía política y la historia, aunque hay algo bastante relacionado con la lectura de las revistas católicas. Se trata de mi afición a la música clásica y leer sobre la vida de los compositores clásicos. Cada noche, antes de dormir, leo una biografía de alguno de ellos, al mismo que oigo alguna sinfonía, un concierto o cualquier composición musical que me transporta al mágico mundo de la armonía del piano, violines, clarinetes, trombones y todo tipo de instrumentos que expresan muchas sensaciones. Si bien es cierto, muchas de las composiciones tienen origen religioso (puesto que la música clásica nació en los monasterios y estaba asociada a todo lo religioso, como también ocurría con la pintura, la literatura y otras manifestaciones artísticas e intelectuales) es imposible desconocer su belleza. Además, la interpretación, comprensión o disfrute de sus melodías es algo que cada oyente puede individualizar y asimilar como mejor le parezca.
Leer las biografías de los clásicos y estudiar el momento histórico en que existieron, nos demuestra muchas cosas importantísimas, como por ejemplo, las causas de su extraordinaria capacidad de creación. La mayoría de ellos recibieron ayuda de sus padres o mecenas. En su entorno familiar había músicos o amantes de la música. Ello iba acompañado de una situación económica regular o buena. Es una de las razones de por qué muchos de ellos pudieron desarrollar sus capacidades auditivas y musicales, hasta convertirse en genios. Todos ellos pertenecían a una clase media que gozaba de ciertos beneficios que jamás tuvieron los siervos de la leva o los aprendices de los maestros artesanos, que eran mucho más numerosos en una época en la que la Iglesia, los reyes, príncipes y nobles dominaban la economía y todos los centros de poder. Una vez logrado cierto éxito, los músicos pudieron reunirse unos con otros -a veces trabajando juntos- pudiendo así recibir influencia y ayuda mutua, aunque muchas veces había diferencias y rivalidades entre ellos.
Lo importante es rescatar el valioso bien que los clásicos nos han legado y aprovecharlo al máximo. La música clásica debería promoverse adecuadamente y en todo el mundo para que más y más ciudadanos la disfruten. La música clásica debería llegar a todos los niños, desde antes de su nacimiento. Invito a mis lectores a abrir algunos enlaces en los que se muestran muchas ventajas de oír música clásica:
LA INFLUENCIA DE LA MÚSICA CLÁSICA EN LA INTELIGENCIA
MÚSICA PARA MEJORAR LA INTELIGENCIA
POR QUÉ ESCUCHAR MÚSICA CLÁSICA?
BENEFICIOS DE LA MÚSICA CLÁSICA PARA LOS BEBÉS
BENEFICIOS AL ESCUCHAR MÚSICA CLÁSICA
BENEFICIOS DE LA MÚSICA CLÁSICA. VÍDEOS