UNA DESPEDIDA PARA SIEMPRE, ADIÓS ELINA

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                                                                                                            fuente de las fotos

Hace dos días asistí a una ceremonia funeraria o momento de  recuerdo (minnesstund) en la Capilla de Silverdal, en Helenelund. Nos despediríamos de Elina, la abuela materna de mi hija de 15 años. Con excepción de sus familiares más cercanos, a los que veo con cierta periodicidad, volví a ver rostros de personas que no había visto desde hacía mucho tiempo. No fue fácil volver a ver esos rostros. Sentía hacia ellos mucha simpatía y en otra circunstancia me habría alegrado de verlos. No es que no sintiera alegría en esta oportunidad. Pero todos sentíamos tristeza por saber que una persona conocida y respetada por todos nosotros había dejado de existir. Lo que nos unía era justamente la tristeza por no poder tener más ocasiones de volver a hablar con esa abuela que tanto quería a sus hijos y nietos. Por lo tanto, la alegría era opacada por el sentimiento de pena. Por ese motivo no era fácil hablar con los asistentes.

Nunca había asistido a un funeral en mi vida adulta. Lo hice sólo cuando niño en unas dos ocasiones, más que nada porque me llevaron a esos eventos. Nunca voy a bodas ni a otras ceremonias. Por lo tanto, no sabía cómo vestirme ni cómo comportarme. Pero lo importante era participar de la ceremonia y apoyar a mi hija, que sentía más que nadie la pérdida de su abuela.

La ceremonia fue amenizada por una oficiante de la iglesia sueca y un músico ecuatoriano. Fueron momentos de recogimiento y reflexión. La oficiante de la ceremonia tuvo mucho cuidado en respetar las creencias (o no creencias) de todos los presentes y en ningún momento se mencionó a Dios, lo que por mi parte agradecí enormemente. Se hizo alusión a la vida de la fallecida, a su obra y a los bonitos recuerdos que todos teníamos de ella. Para mí los momentos más emotivos fueron cuando nos acercamos por turno a la urna en donde estaban los restos de Elina y le dimos nuestra despedida personal y cuando esperábamos con mi hija el momento de escribir algunas frases en un libro de despedida. Fue entonces cuando nos abrazamos y nos transmitimos todas esas sensaciones que nunca se podrán expresar con palabras. En ese corto instante nos transportamos, cada uno a su manera, a aquellos momentos que compartimos con Elina en muchas cenas y reuniones.

Después de la ceremonia había un encuentro en un comedor de la iglesia, algo con lo que yo no había contado. Allí la gente estaba más relajada y más ocupada de sí misma. Ya nadie se acordaba de Elina, por lo menos no en mi mesa. Cada cual disfrutaba de una ensalada-torta (smörgåstårta) muy bien adornada y exquisita. Luego torta y café. Se contaban anécdotas y se hacían bromas. No estábamos sentados todos en una mesa sino en tres mesas separadas, por lo que no había posibilidad de compartir en forma recíproca de las opiniones de cada uno. Tal vez por eso se desviaron las conversaciones a temas totalmente alejados del actual, la conmemoración de una persona querida que ya no estaría más presente en las reuniones. Sentí un poco de tristeza por eso. Creí que en ese momento se recordaría algo especial de la difunta, de lo que ella hubiese esperado de cada uno de los presentes o de lo que le hubiese gustado compartir con ellos. Entiendo, sin embargo, que se debe mirar hacia adelante y no sumirse en las lágrimas ni en pensamientos dolorosos. La vida continúa para todos y hay que pensar en el futuro. Los recuerdos de los seres queridos seguirán en los rincones de la mente de cada uno y serán como aliento para afrontar nuevos desafíos. Por mi parte, solo me queda repetir lo que escribí en el libro, más o menos así: Gracias Elina, por haber existido. Descansa en paz.

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