SUECIA, NUEVAMENTE UN REFUGIO

La primera vez que vine a Suecia, en el verano de 1975, creí que sólo lo haría por tres meses y jamás regresaría una vez llevado a cabo un plan  económico. Como cientos de otros chilenos que vivíamos en Rumania y éramos estudiantes universitarios, vinimos a trabajar al país nórdico en lo que fuera necesario, para mejorar nuestras condiciones de vida. Algunos de nosotros pensábamos seguir hacia Francia para desde ahí organizarnos y poder regresar a Chile y liberarlo de la dictadura de Pinochet. Por supuesto que no hubo Francia ni hubo organización y menos hubo lucha para mí ni para muchos otros exiliados. Los tres meses se transformaron en seis y al primer viaje lo siguieron otros viajes. En 1977 me quedé definitivamente en este país escandinavo. Desde el primer viaje y hasta muchos años después, Suecia se convirtió en la nueva patria, en un verdadero refugio. Era un refugio contra la represión, contra la muerte que representaba la dictadura militar, apoyada e instaurada por Estados Unidos.

Después de casi tres decenios decidí abandonar el refugio, que hasta entonces se había convertido en una specie de cárcel. Mis problemas económicos ya no existían. Llevaba una vida dura, con mucho trabajo; sin embargo tenía todas las comodidades que cualquier persona sin mayores ambiciones de lujo como poseer el último automóvil deportivo o el yate. Yo no necesitaba esas cosas, únicamente herramientas para trabajar. Pero ver a los sindicatos de trabajadores discutiendo con los patronos aumentos de salario de uno por ciento o  por aumentar los días de vacaciones pagadas que ya eran cinco semanas, u otras pequeñeces no eran una prioridad para mí. Nunca sentí los problemas del pueblo sueco como mis propios problemas aunque también me afectaban. Naturalmente que había deseos de intervenir en política y tenía opiniones sobre cada uno de los problemas del país. Pero había algo en el subconsciente que me decía no debía olvidar que mi verdadera lucha política no estaba en Europa sino en América Latina. Gracias a una luz que se encendió en Venezuela con Hugo Chávez renació en mí la esperanza. Quise conocer ese cálido país. Me atraía su clima y el idioma. No obstante, era el cambio estructural de la sociedad que comenzaba allí lo que más me atraía. Nuevamente podría volver a estar entre gente que deseaba dejar atrás el atraso económico de un país y de un continente, gente que anhelaba con ver una mejor distribución de las riquezas económicas entre sus habitantes, enseñanza gratuita para todos y todo lo que implica un verdadero cambio social, económico y político.

Una vez en Venezuela volví a revivir aquellas interminables marchas en apoyo a una causa justa, las discusiones entre camaradas, las muestras de cariño y solidaridad entre hermanos de clase, que había estado experimentado en Chile antes del Golpe de Estado de 1973. Nuevamente pude expresar mis opiniones en completa libertad y para un auditorio que mostraba interés. Poco a poco escribí algunos folletos que distribuí entre muchos camaradas y otra gente, aunque fue un trabajo muy corto y con magros resultados. Me quedé atrapado en el tiempo y en el espaci0. Surgieron dificultades y debí ausentarme de ese país que ya empezaba a sentir como el mío. Decidí regresar a Suecia para arreglar mi situación económica, es decir, por lo mismo que había hecho hacía más de treinta años atrás. Nuevamente vine por tres meses y me quedé cinco. El mismo esquema del siglo anterior. Luego volví y me quedé aún por más tiempo y ahora ya estoy aquí permanentemente, viajando sólo de vez en cuando a Venezuela, con la que muy difícilmente puedo romper los lazos. Nuevamente me sirve Suecia como refugio pero me sigo sintiendo como en una cárcel. Aquí no tengo con quien conversar sobre lo que ocurre en los países del tercer mundo ni hago trabajo político alguno. Hay gente que sí habla un poco y escucha, pero nadie se interesa lo suficiente. Todos están inmersos en sus actividades laborales o en sus estudios. Sus metas son la satisfacción personal o familiar; obtener una o varias carreras profesionales; comprar un departamento o una casa; comprar los automóviles más modernos y lujosos; comprar un barco y una casita de campo, donde se pueden cultivar fresas y ver pasar alces, corzos y osos desde sus ventanas. Y viajar, por supuesto, visitar todos los países del mundo, incluyendo los nuevos que han surgido de la desmembrada ex Yugoslavia. No hay límites para un súbdito sueco ni para un residente extranjero en Suecia. Todas las puertas del mundo están abiertas para ellos y todo lo que se vende en cualquier país está a su disposición. Por eso, además de la casita en el campo también le suman muchos la casita en España, en Turquía o en otro país europeo donde el dinero sueco tiene mayor valor. Con todo el mundo a sus pies, pocos piensan en ayudar o solidarizarse con los millones de humanos que sufren de hambre, de denigrante opresión o de explotación, tanto de mercaderes internos como de empresas transnacionales, es decir, por las mismas empresas que los explotan a ellos pero en forma distinta, más «civilizada», no con tanta crueldad como lo hacen en los países pobres.  Tal vez algo les dice en su interior que es mejor ignorar aquella cruel realidad porque gracias a la explotación de los más pobres del mundo se puede seguir manteniendo el elevado estándar económico y social de Suecia y de otros países europeos. Sí existen grupos de activistas o simpatizantes que se solidarizan con una parte de los explotados, contra la segregación racial, contra la ablación y otros problemas no menos importantes pero más bien locales o de determinados grupos étnicos. Más allá de eso no van. Y creen inocentemente que basta con ir a unas marchas o con entregar ayudas económicas a ONGs que gastan su dinero más que nada en sus sistemas administrativos y en salarios de sus funcionarios que en ayuda real que pocas veces se sabe a dónde va. Sólo un escaso porcentaje de esos pequeños grupos de activistas entienden que la única forma de poder solucionar los problemas de los explotados en forma global es la organización en un partido político, aunque no sea el partido ideal que se pueda desear. Es posible que en el futuro surja un movimiento que aglutine a todas las fuerzas de izquierda, incluyendo a los activistas «esporádicos»  y entonces todos los luchadores o simpatizantes de las ideas de verdadera libertad y democracia tengan lugar.

La gran mayoría de la población está completamente alienada, dirigida por los medios de comunicación que tienen todos la misma línea informativa, la dirigida por las clases económicas de la gran burguesía. Es lo que ocurre en todos los países europeos. Hay unos pocos medios de izquierda pero no tienen el alcance que tienen los medios comerciales.  Por eso no vale la pena considerarlos, desde el punto de la capacidad de llegar al público y poder influir de alguna forma en su opinión. Por eso las opiniones de la mayoría de la población coinciden con las de los periodistas de los medios de las grandes empresas comerciales. Cuando se trata de analizar algunos de los conflictos internacionales como la invasión de Irak o Libia, la agresión de mercenarios terroristas en Siria o los ataques de los anteriormente triunfadores de la Revolución Naranja en Ucrania (que perdieron las últimas elecciones y ahora se deciden por una «revolución» menos anaranjada, con más violencia) la mayoría de la gente muestra desinterés o repite las mismas palabras que ha oído en la televisión o que han dicho sus familiares o amigos. Muchas veces coinciden con algunas opiniones divergentes pero las adaptan de tal forma que finalmente apoyan las intervenciones norteamericanas en los conflictos y se acusa a los grupos de resistencia contra esas intervenciones de todas las barbaridades que cualquier mente enfermiza pueda imaginar. Nadie menciona a los terroristas caníbales que asesinan militares sirios, mostrándose orgullosos frente a las cámaras. Nadie menciona a los cientos de grupos de mercenarios y de grupos terroristas que participan en todos los conflictos armados, aliados de Estados Unidos de los cuales «el policía mundial» toma distancia y asegura que ya no apoyará… pero que sigue apoyando. Sí se mencionan los bombardeos del gobierno sirio contra las posiciones mercenarias en Aleppo y Homs y otras acciones que siempre son consideradas como «ataques del régimen».

Pese a la gran falta de conciencia que existe en este país (y en todos los países europeos) y la dificultad para aceptar las políticas de los gobiernos de este viejo continente, no hay otro lugar en el mundo donde yo tenga las posibilidades de llevar a cabo mis metas económicas a corto y mediano plazo. No hay otro país donde yo pueda llevar a cabo mi trabajo profesional. En cualquier otro país estaría desocupado y no tendría garantía alguna de retribución económica. Sólo en Venezuela seguiría teniendo atención médica gratuita (que no tengo en Suecia, porque no existe). Pero allí no tengo posibilidades de trabajar. Por eso, en lugar de ser una carga en un país latinoamericano, soy un aporte en un país europeo (el único de toda Europa) y tengo todas mis necesidades satisfechas (con excepción de la vivienda). Por eso Suecia es nuevamente mi refugio.

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