No puedo sentirme orgulloso de algunas vivencias o experiencias. Tampoco me puedo sentir feliz por no haber estado en un sitio determinado una semana más tarde. Exactamente seis días después de haber estado en el Hotel Alba Caracas, en la capital venezolana, cayeron en ese sitio piedras y entraron las bandas fascistas destruyendo parte de uno de los orgullos de los caraqueños. Frente al hotel hay otra maravilla, el Teatro Teresa Carreño, que también fue vandalizado por los fascistas.
Hace exactamente diez días estuve recorriendo las calles de Maracaibo. Esas mismas calles están ahora intransitables. Las bandas fascistas las han llenado de escombros y de basura. Por doquier hay cubiertas y otras cosas quemándose. Los «estudiantes» marchan en forma amenazante, atacando todo lo que pueden, mientras las fuerzas del orden se mantienen a la defensiva, sin querer intervenir para evitar enfrentamientos. Pero no se debe esperar a que los vándalos acaben con todo y sigan destruyendo bienes públicos y privados y atacando a personas que no están de acuerdo con sus manifestaciones.
He tenido suerte por no estar allí en el momento de los ataques. Pero no estoy feliz de haber tenido suerte. Me habría gustado estar allí para soldarizarme con los patriotas que sufren todas esas molestias y que están arriesgando sus vidas. Cuando el fascismo se desata no hay forma de razonar con sus seguidores. Los conozco y he visto el odio en sus rostros. La Historia está llena de ejemplos de comportamiento del fascismo. Disfrazados de «manifestantes pacíficos», llevan sus mochilas llenas de pertrechos para sus acciones violentas. Son los mismos de siempre.
VIOLENCIA TAMBIÉN EN NUEVA ESPARTA
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