Si usted ya ha leido la primera parte, podrá entender mejor lo que expongo en esta segunda parte.
Respeto las ideas, entre las cuales está la de conservar los restos mortales de seres humanos. Pero no estoy de acuerdo con que eso se haga. En primer lugar, porque guardar cadáveres contamina el ambiente. Debemos pensar que cada año mueren más de 372 millones de personas, que se van sumando a los muertos que ya reposan en cientos de miles de cementerios de todo el mundo, por lo que deben de ser unos cuantos billones de restos que ocupan enormes áreas de terreno. Además del terreno que se ocupa, se utilizan diversos materiales de construcción para proteger las tumbas y para adornarlas. Hay muchas tumbas sencillas pero también las hay muy lujosas, la diferencia entre ricos y pobres se puede reflejar también en los cementerios, de los cuales hay muchos tipos, públicos y privados.
Lo que más llama la atención es que en la Biblia, Dios dice my claramente al primer supuesto hombre creado (el único creado pues el resto son sus descendientes), que «eres polvo y en polvo te has de convertir». Esta frase es genial, porque refleja una verdad innegable. Todos no somos más que materia que se transforma. Lo que nuestras madres han recibido para subsistir es lo mismo que recibimos nosotros gracias a lo que nos da la tierra. De allí vienen las plantas, alimentos para nosotros y para los animales. La interacción entre la luz, el agua y las sales minerales producen los aminoácidos y otros elementos necesarios para que podamos existir, mantenernos en vida durante el ciclo desde la infancia hasta la vejez. Cuando nuestros organismos mueren, se descomponen gracias a la acción de microorganismos que nos van transformando en elementos, compuestos químicos que finalmente se mezclan con la tierra. Esos restos pasan a ser alimento de nuevos vegetales y microorganismos de todo tipo que a su vez sirven de alimento a nuevos animales, incluidos los seres humanos. Lo único que perdura por más largo tiempo son los huesos, que finalmente también se deshacen o se fosilizan, pasando a formar parte de rocas. El compuesto químico que más claramente se transforma en nuevas vidas es el agua. Este elemento, del que están compuestos todos los organismos vivos, se evapora o se mezcla con las aguas subterráneas que continúan el ciclo continuado de condensación, evaporación y licuación. Esto es muy fácil de entender si vemos algunas imágenes como la siguiente:
Lo anterior implica que cada uno de nosotros ha obtenido muchos de los elementos que antes formaron parte de otros seres humanos. Incluso mientras tenemos contacto con otros seres humanos y otros seres vivos estamos intercambiando distintos elementos e incluso microorganismos de todo tipo, como bacterias, hongos y virus. Cuando entramos a una oficina nuestros cuerpos van dejando una serie de desechos de todo tipo, trozos de vello y cabello, ácaros, restos de piel y partículas de todo tipo. Lo mismo ocurre cuando subimos a un avión, cuando nos sentamos en un taxi o cuando viajamos en un bus o en el tren. Por muy lejos que estemos de otra persona, nuestros desechos los alcanzan así como nosotros somos invadidos al mismo tiempo por los suyos. El aire está siempre contaminado con millones de partículas y microorganismos. La mayoría de esas partículas y seres vivos no se ven debido a su muy pequeño tamano. Las partículas más grandes de polvo se pueden ver si dejamos que entren los rayos de sol a través de una ventana, si nuestra habitación está semioscura. Los microorganismos y muchas otras partículas son imposibles de ver sin microscopio. Siempre estamos rodeados de microorganismos que han vivido en los organismos de otros seres vivos, incluyendo a todos los humanos con los que tenemos contacto en un radio de varios metros e incluso de cientos de metros, debido al viento y la actividad de millones de insectos.
Jesucristo dijo que su reino «no era de este mundo», por lo que descartaba la conservación de los cadáveres, lo material. Se entendía que lo importante era el alma o espíritu, que no ocupaba espacio ni lugar en nuestra mundana dimensión. Ni para el Dios del Antiguo Testamento ni para el Mesías del Nuevo Testamento los cadáveres eran importantes ni se debían conservar, guardar o venerar. Sí se menciona que los cadáveres se deben enterrar. En las épocas antiguas no había mejor forma de deshacerse de los cadáveres que enterrarlos. Si se dejaban a la intemperie podían propagar muchas enfermedades. No había técnicas desarrolladas que permitieran deshacerse de materias contaminantes, como lo son los cadáveres. Por otra parte, la población no era tan grande como es actualmente. Hoy en día prácticamente todos los continentes tienen mas población de lo que pueden soportar, si consideramos que los recursos naturales son limitados.
Puede haber muchas otras razones por las cuales la mayor parte de los grupos humanos han querido conservar los cadáveres humanos. Pero desde el punto de vista de la salud, del ambiente o de la economía, no hay motivo alguno para seguir manteniendo esa costumbre. Ni siquiera hay motivos religiosos (si se analizan bien los antiguos escritos en los que se basan las religiones) que justifiquen la conservación de los cadáveres y menos aún la edificación de lujosos mausoleos para venerar a los muertos. Desde un punto de vista cristiano y pensando en el ambiente, no es necesario rendir culto a los que han dejado de existir, menos aún la utilización de grandes extensiones de terreno que se podrían destinar al servicio de los que permanecen vivos. Lo más lógico es que en el futuro los cementerios desaparezcan. Quienes quieren venerar a sus antepasados lo pueden hacer en el recuerdo y tal vez conservando algún pequeño cofre o botella metálica en donde se guarden las cenizas de los cadáveres. Las iglesias o los ayuntamientos pueden destinar una pequeña edificación para guardar los cofres, si sus descendientes no desean tenerlos en sus hogares. En mi caso particular y en el caso de millones de otras personas, no nos interesa qué se hace con nuestras cenizas. Éstas se pueden depositar en algún lugar donde puedan ser útiles. También pueden ser arrojadas al mar o dejar que las lleve el viento desde una montaña o de cualquier otro sitio. Las futuras generaciones lo agradecerán. Somos polvo y en polvo nos hemos de convertir, nada más.
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