Me imagino cómo saltaban de alegría anoche muchos chilenos (supongo que la gran mayoría de ellos), después de la victoria del equipo chileno sobre Australia en la actual competencia deportiva, en Brasil. También supongo la cara de tristeza de muchos españoles después de la derrota frente a Holanda. Siempre es así, algunos gozan de inmensa alegría y otros sufren de profunda amargura. Antes y durante los partidos hay mucha emoción. La gente se vuelve como poseída por el magnetismo que implica la competencia que ha sido promovida durante decenios por la FIFA y otras organizaciones que se dedican al negocio del fútbol. Es verdad que se trata de una fiesta agradable para quienes son aficionados del deporte nacido en Gran Bretaña, durante la Edad Media. Pero las grandes competancias de las ligas nacionales y de la organización internacional de fútbol son lucrativos negocios que benefician a muchas empresas privadas, aunque también ayudan al desarrollo de parte de las infraestructuras de algunos países.
Respeto las aficiones de millones de personas que durante estos días casi no piensan en otra cosa que no esté relacionada con el fútbol, los nombres de los jugadores, sus historias, sus hazañas, sus aventuras, etc. Es una verdadera fiebre de fanatismo y de evasión, que no deja lugar a pensar en los grandes problemas que aquejan a la Humanidad. Lo más importante no son las guerras que se están desarrollando en muchos países y que deberían detenerse. Tampoco son importantes los grandes deterioros que está sufriendo el planeta a causa de la contaminación ambiental y la agotación de los recursos naturales por parte de muchas de las empresas que invierten dinero justamente en este tipo de eventos. Lo verdaderamente importante para millones y millones de aficionados al fútbol es que gane su equipo y que se luzcan sus jugadores preferidos, que les brinde momentos de éxtasis cuando una pelota de poluiretano (fabricada por una conocida marca, regalona de la FIFA) entre en el arco del equipo contrario y se oiga el estridente grito de GOOOOOOOOOOL. Respeto sus aficiones pero no las comparto. Para mí esas aficiones alejan al ser humano del interés por solucionar sus propios problemas y los problemas de la sociedad.
Todo pasa a segundo plano incluso antes de que comience la gran competencia deportiva. Todos los canales de televisión, los periódicos, la radioemisoras, absolutamente todos los medios de difusión narran lo que acontece en derredor del Mundial de Fútbol. Se hacen programas especiales, se fabrican nuevos productos de consumo, se aprovecha de publicitar grandes proyectos de empresas multinacionales, etc. Todo es fútbol y dinero, aunque esto último no se menciona mucho.
Actualmente se critica mucho al gobierno de Brasil por haber destinado mucho dinero a la preparación y ejecución del evento deportivo. Pero nunca se criticó antes a los otros países que fueron sede del mismo. Es verdad que se destina mucho dinero a una actividad deportiva que dura sólo unos pocos días, pero hay que reconocer que quedan las instalaciones, que servirán para muchos otros eventos culturales y Deportivos en el futuro. Lo que se debe criticar son las actividades de la FIFA (que no siempre son transparentes) y el desconocido destino del dinero reacaudado por esa entidad.
NOTA, TARDE: Empecé a escribir este artículo muy temprano, por la mañana, antes de empezar a trabajar. Por la tarde he entrado a la página de Clarín.cl y he encontrado un interesante artículo que hace referencia al mismo tema. A continuación transcribo un trozo del artículo, al que hago el enlace correspondiente:
Hay algo en el fútbol que rebasa a los otros deportes, para elevarlo a la categoría de pasión de las masas. Está relacionado con la comunidad, con el juego colectivo, con la necesidad de pertenencia, identidad e integración. Pero expresa también, como escribía Ignacio Ramonet hace unos años, el drama de los perdedores, porque en el fútbol siempre habrá más perdedores que ganadores, a lo cual podríamos agregar que siempre, y por muy campeón que sea un equipo, estará la oportunidad de la derrota. El fútbol tiene que ver con la vida misma.
Por eso es el deporte de los pobres, identificados con su equipo como si fuera su propio destino. Amar al equipo es, decía Ramonet, aceptar la derrota y el pesar. ¡Qué partido no es sufrimiento! Y es precisamente esta pena, bastante más frecuente que la alegría, la que concita la unidad. Somos leales pese a toda la adversidad, permanecemos juntos, nunca estaremos solos. Así lo dice el himno del Liverpool FC, club proletario británico: “You will never walk alone” (Nunca caminarás solo).
Es éste el aspecto del fútbol que ha atraído a los políticos, que lo aman y también le temen. Porque los hinchas dan su vida por su equipo, que trasciende y se funde de una manera compleja con la identidad nacional. Levantar la bandera chilena o de cualquier país en el estadio es una representación patriótica que expresa en esos momentos no solo sentimientos de profundo nacionalismo, sino aún más: es también un ritual guerrerista, expresado como rostros pintados, que lleva a enfrentamientos y sacrificios. El estadio, y también las calles después de un partido, se convierten en un espacio para las más extremas representaciones nacionalistas. Un acto litúrgico como pocos en la sociedad moderna. ENLACE AL ARTÍCULO TITULADO EL HINCHA, DÓCIL CLIENTE DEL FÚTBOL NEOLIBERAL.
OTROS ENLACES:
EL GRAN NEGOCIO DE LA FIFA
LA FIFA, LOS NEGOCIOS Y LOS DERECHOS HUMANOS
GRAN NEGOCIO A COSTA DEL PUEBLO