LUNA LLENA EN SOLLENTUNA. FRÍO, RECUERDOS Y REFLEXIONES

Eran las once de la noche del sábado 14 de junio. Por sobre los árboles y edificios en las cercanías de la estación de trenes de Sollentuna se veía la luna mostrar la luz del sol reflejada en su superficie y en sus claras y muy bien dibujadas manchas ocasionadas por campos magnéticos que desvían el viento solar. Era luna llena o por lo menos eso es lo que me imaginaba. Había silencio helado, interrumpido a veces por el ruido de algún vehículo motorizado que pasaba a la distancia. Un par de trenes pasó en dirección contraria a la mía, por la derecha, mientras caminaba hacia mi casa. Por fin ahora puedo decir mi casa, porque vivo en una verdadera casa, después de haber vivido durante tres años en oficinas, la primera de ella de sólo doce metros cuadrados. En esas oficinas no estaba permitido vivir pero yo no tenía otra opción. Por lo tanto, vivía allí en forma clandestina y sin las comodidades ni la tranquilidad de un apartamento.

Fue en esta misma fecha (hace tres años) que regresé a Suecia, después de haber estado en el extranjero desde el 2008. Y es la misma fecha en que llegué por primera vez a este país nórdico, después de un largo viaje a través de la Unión Soviética y Finlandia, desde Rumania, hace ya 39 años. Curiosamente, esta fecha coincide con la fecha en que llegué a Bucarest, procedente de Lima, en al año 1974. Antes había salido de Chile en noviembre de 1973, dos meses después del Golpe Militar del fatídico 11 de septiembre.

Esa noche había estado en un acto de solidaridad organizado por un grupo de chilenos, para ayudar a las familias afectadas por el gran incendio en Valparaíso en abril de este año. No soy partidario de ese tipo de eventos porque considero que para solucionar los problemas colectivos o individuales se debe contar con recursos de las administraciones correspondientes. Son los gobiernos municipales, regionales o nacionales los que se deben encargar de la solución de los problemas de la comunidad y de los ciudadanos. Por eso no participo en este tipo de eventos, pero en esta ocasión quise comunicarme con ciudadanos latinoamericanos y aportar con un grano de arena en ayuda de los damnificados chilenos, sin tener la certeza de que el dinero recaudado realmente va a llegar a ellos. Supongo y espero que sí.

El acto estaba un poco desorganizado. A alguien se le ocurrió separar las actuaciones en una especie de anfiteatro de la biblioteca municipal. Pero al mismo tiempo había venta de café, gaseosas, empanadas y sandwichs en otra sala, lo que dividía al público al situarlo en dos lugares distintos. Entre las actuaciones de diversos cantantes había cortas pausas y la gente iba y venía de un lugar a otro. Grupos de personas conversaban en voz alta mientras actuaban los artistas y cuando éstos querían decir algo no se los podía oír. Los micrófonos y el aire acondicionado no funcionaban bien. Había una puerta que llevaba a un pasillo que separaba las salas pero que se abría continuamente y a veces permanecía abierta durante mucho tiempo. Desde el anfiteatro se oían las risas o los gritos de la gente que entraba al local o que consumía en el otro recinto. La mayoría de las butacas del anfiteatro estaban vacías. La cantidad de artistas que actuaban era superior a la de los espectadores. Grupos de estos parecían tener su propia reunión, aunque aplaudían y vitoreaban estridentemente cuando actuaba alguno de sus amigos. Yo había llegado tarde y me fui temprano, por lo tanto vi pocas actuaciones. Uno de los cantantes era de Valparaíso y vivía en Suecia desde hace algunos años. Sus canciones eran un poco autobiográficas pero algunas tenían contenido grosero, mezclando los idiomas sueco y español, de muy mal gusto. Sólo me gustó una de sus canciones, el resto no valía la pena escucharlas. Otros cantantes ponían discos grabados por ellos mismos y cantaban tipo karaoke. Muchas canciones eran de la época de los 60, en Chile. Algunos de esos temas los canté en mi juventud y me trajeron algunos gratos  recuerdos, otros tantos muy amargos.

No reconocí a la gente que había allí. Eran todos desconocidos para mí. Los latinoamericanos que conocía antes son de otros sectores del gran Estocolmo. Había una sola persona con la que hablé, un poeta peruano que actuó, de nombre Ernesto y al que anunciaron erróneamente con el nombre «Néstor de la Tierra». Después de intercambiar algunas ideas resultó ser que este poeta había sido uno de mis clientes cuando yo tenía mi librería (LAIE), en Flemingatan 15, en pleno centro de Estocolmo, en los años 70.

Quise invitarlo a comer una empanada pero no fue posible porque lo llamaron otras personas para conversar y luego ya no nos volvimos a ver. Sin encontrar otra persona con quien hablar, abandoné el recinto y me fui a casa a disfrutar de mis libros y de algunos programas de las televisiones venezolanas y españolas. Es lo que hago a veces, además de revisar mis cuentas, poner al día la contabilidad y llevar a cabo algunas obligadas tareas domésticas. Para escribir me falta tiempo y verdadera tranquilidad, la que no es posible pensando en todos los problemas que aquejan al mundo, especialmente en Venezuela, donde las cosas se complican cada vez más. Al parecer, la derecha (liderada por grupos de corte fascista) y los grupos financieros internos apoyados por el Departamento de Estado de Estados Unidos, van ganando terreno, provocando una inflación (que no termina con el desabastecimiento, sino que lo incrementa) y divisiones en el partido de gobierno. La situación actual es de desesperación de la gran mayoría de la población. La gente pasa días enteros en colas de los supermercados para intentar comprar algo de harina o leche para llevar a sus hogares. Los anaqueles están cada vez más vacíos y los pocos productos que se encuentran son muy caros, lo que hace imposible que los ingresos de los trabajadores sean suficientes. En las colas se producen altercados y hasta situaciones de mucha violencia. La gente vende los puestos en la cola y hay quienes se pelean por un kilo de azúcar. Las colas son una especie de galerías abarrotadas de aves de rapiña que se lanzan hacia los productos que ven a su alcance y se apoderan de ellos como si fueran verdaderos tesoros. Es una situación indescriptible, que supera cualquiera de las descritas en la ficción de Cien Años de Soledad. A veces llega la Guardia Nacional para imponer un poco de orden, lo que no cambia mucho la situación.

Las enfermedades aumentan o se agravan y no se encuentran medicinas. La atención en los hospitales y clínicas empeora, como todos los servicios públicos y privados. La corrupción también sigue aumentando y mucha gente se dedica a comprar cosas para revender en el mercado negro, todo se compra y se revende, desde las medicinas hasta las baterías de automóviles y los sacos de cemento. Los automóviles son desvalijados en cualquier parte donde son aparcados. Lo primero que se les quita es la batería. En algunas ciudades ya son la mayoría de los habitantes los que se dedican al acaparamiento y al contrabando de todo tipo de productos. En los estados fronterizos, los extranjeros (especialmente colombianos) se llevan todo lo que encuentran, como lo han estado haciendo desde hace años. Para ellos todo es muy barato y lo pueden revender a un precio varias veces superiores en sus países, en Colombia o en México. Mientras tanto, el pueblo venezolano sufre de hambre y de carencia de agua, luz y de todos los servicios fundamentales. Una aguda sequía agrava la situación en el estado Zulia, porque los embalses bajan sus niveles de agua. Las llamadas guarimbas hicieron lo suyo cuando se paralizó el país cerrando calles, impidiendo a la gente ir a sus trabajos, a sus lugares de estudio y a todo tipo de actividades. Todo eso iba acompañado de asaltos a camiones distribuidores de comida, destrucción y quema de buses, hospitales, escuelas, semáforos y todo tipo de bienes públicos y vehículos privados, además de asesinatos de policías, militares y gente que retiraba los escombros esparcidos por los manifestantes «pacíficos). Aunque estas acciones han decrecido, los llamados «estudiantes» siguen bloqueando algunos sectores y recaudan dinero (lamentablemente mucha gente los ayuda, a veces voluntariamente y otras veces por miedo) para lanzar nuevas acciones violentas en el futuro. Su única propuesta es sacar a Nicolás Maduro de la presidencia, lo que implica restaurar por la fuerza a los partidos que dominaron Venezuela durante muchos decenios y que sumergieron al país en la más grande miseria, permitiendo que las empresas norteamaricanas saquearan sus riquezas naturales.

En Irak, los yihadistas terroristas ganan cada día más posiciones, como lo hicieron antes en Siria y están poniendo en jaque al gobierno. Ya han conquistado varias ciudades y han asesinado y mostrado sin  escrúpulos sus acciones en vídeos. Su objetivo es infundir miedo entre sus enemigos, para lograr dominarlos y ganar a la población para su causa. Todos los gobiernos de la región se sienten amenazados por el EIIL, muy ligado a Al Qaeda, surgido an los años 80, apoyado por Estados Unidos para que luchara contra la entonces Unión Soviética en Afganistán. Los yihadistas tienen como objetivo primordial dominar el mundo árabe para luego propagarse por el mundo entero. Esos grupos tienen ramificaciones en todo el mundo y pueden empezar a actuar en cualquier momento, una vez que se consideren suficientemente fuertes. Por eso son una amenaza para todos los países del mundo. Su principal fuente de cultivo es la pobreza extrema, la ignorancia y el fanatismo religioso.

En España se corona a un nuevo rey (Felipe VI), como si aún estuviéramos viviendo en la Edad Media o durante el Absolutismo. Todos los medios de comunicación se encargan de legitimar tal monstruosidad y apoyan a los partidos monárquicos que se autodenominan democráticos, avalando una de las mas estúpidas contradicciones, participando del desprecio a la verdadera democracia, garantizada únicamente por una REPÚBLICA.

Eso y mucho más de lo que ocurre en el mundo impide tener suficiente tranquilidad. Mientras tanto, la mayoría de la gente, indiferente  a esos problemas, se preocupa únicamente de los suyos o de lo que consideran sus problemas, dedicándose a consumir y derrochar, más consumir y derrochar y contribuir al empobrecimiento de la Tierra, que pierde sus riquezas naturales y se contamina llegando a extremos nunca antes imaginados.

ENLACES:

SOBRE LA MONARQUÍA ESPANOLA Y LA CORONACIÓN DE FELIPE VI

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