La noche del 14 del julio fue, para mí, una de las más difíciles en los últimos tiempos. Es una noche que no deseo se vuelva a repetir. Todo comenzó al mediodía, cuando comí un par de salchichas en una gasolinera. Los restaurantes del sector están cerrados por vacaciones y por eso, en lugar de un almuerzo, tuve que recurrir a esa comida rápida. El día anterior había hecho lo mismo y no hubo problemas aunque el sabor de la comida no era agradable. Esta vez noté un sabor menos agradable aún, creo que el puré de patatas con conservantes y dejado en una bandeja durante mucho tiempo se puede descomponer. Las salchichas dan vueltas y vueltas en una asador, por lo que también se pueden descomponer. No obstante, resté importancia a eso. Por la noche, al llegar a casa empecé a tener problemas. No tenía hambre y sólo comí una manzana, luego tomé un té de manzanilla. A los diez minutos empecé a vomitar y así estuve durante muchas horas. Intentaba dormir pero apenas me acostaba sentía reacionar los músculos del estómago y debía saltar de la cama. Los vómitos se combinaban con diarrea, además de molestos estornudos. Fue un virus o fue la combinación de dos, imposible saberlo. Perdí mucho líquido, quedé muy debilitado y al día siguiente me costaba mantener el equilibrio y subir una escalera fue una especie de suplicio, no pude subir corriendo como suelo hacer.
Me imagino el sufrimiento de quienes sufren de Malaria, que además tienen fiebre. No sé si yo podría soportar esas molestias, que pueden durar varios días. En mi caso sólo fueron algunas horas y los dolores eran producidos por los vómitos. Cada vez que vomitaba parecían tensarse todos los músculos del abdomen, como si de pronto tuvieran vida propia, imposibles de controlar. Esos músculos quedaron delicados hasta tres o cuatro días después, aunque parecían ser independientes de otros músculos abdonimales puesto que no me dolían cuando volví a hacer mis habitules ejercicios físicos. Después de los primeros ataques intenté beber manzanilla. Pero ni la manzanilla ni el agua eran toleradas por mi organismo. Apenas bebía algo lo expulsaba. Intentaba dormir, al sentirme agotado pero era imposible permanecer en forma horizontal. Tenía que levantarme, caminar o sentarme, entonces las convulsiones eran menos frecuentes. Pasaban las horas de desasosiego y finalmente tuve que sentarme a ver televisión. No era agradable ver la pantalla. Las imágenes y el sonido me parecían horrorosas. Pero no podía estar caminando todo el tiempo ni sentarme a leer o escribir. Me sentía acorralado por esos millones de pequenos bichitos con forma de gusanos, estrellitas de muchas puntas, erizos de mil pinchos o minas explosivas, alargando sus tentáculos repelentes y devorando gleucocitos defensores del sistema inmunológico. Era una guerra a muerte en la que yo no podía participar conscientemente. Bueno, es la misma lucha que se desarrolla a diario en nuestros internos universos, con la diferencia de que a veces nuestras defensas son sorprendidas por la superioridad numérica y la capacidad de resistencia y producción de los invasores.
Es entonces cuando nos hacemos conscientes de lo débiles que somos los seres humanos. Un desorden en el estómago nos puede debilitar al extremo de que perdemos la mayor parte de nuestras capacidades sensoriales, de reacción y de rendimiento. Harto de ver la televisión quise entrar a mi correo pero no pude porque olvidé la contrasena, que uso todos los días. Si hubiera deseado llamar a alguien no creo que hubiera sido capaz de recordar números de teléfono. Hasta la visión se me nublaba. Y la sed me secaba la garganta, mientras sentía difícil la respiración. Me imagino lo desagradable que hubiera sido si alguien hubiera estado a mi lado esa noche. No creo que mi humor hubiera sido el mejor, creo que no habría soportado siquiera palabras de consuelo o intentos de ayuda de cualquier tipo. Habría sido una especie de energúmeno detestable para otras personas. Menos mal que vivo solo, algo que yo mismo he elegido. Por lo tanto, yo le he evitado a otras personas las grandes molestias de tener que soportar a un ser engreído y desagradable que se retorcía por el dolor y la impotencia de evitarlo.
Después de unas cinco o seis horas logré beber algo de agua. Me sentí aliviado al no volver a expulsarla. La necesitaba más que nunca después de haber perdido tanto líquido. Luego bebí agua con un poco de sal. Más tarde logré tomar manzanilla con miel y finalmente logré acostarme para levantarme sólo dos horas más tarde. La manana del 15 de julio era imposible ir a entrenar al gimnasio. No me sentía con fuerzas y el tiempo ya no me daba. Fui a trabajar aunque mo costaba mucho hacerlo. Todo el día me sentí débil y no me atrevía casi a comer. Mi desayuno fue una galleta, el almuezo fueron un trozo de pan y algo de jamón cocido. Fue todo ese día, no tenía apetito, sólo deseaba beber agua.
La causa directa de mi enfermedad la atribuyo a las salchicas con puré. Pero debo reconocer que durante las últimas semanas no he sido previsor. Me he alimentado en forma desordenada. Ya no preparo mis ensaladas de la noche ni preparo almuerzos los fines de semana. La verdad es que no me dan deseos de preparar comida para mí solo. Además, prefiero leer en lugar de destinar mucho tiempo a tareas domésticas. Sin embargo, ese ataque del 14 de julio ha sido un aviso y trataré de enmendarme, de volver a alimentarme en forma sana. Esa es la solución.