El domingo fue un día especial. Pude disfrutar de una corta hora de bádminton, con uno de mi hijos y mi única nieta. Jugar con ella fue como volver a jugar con alguno de mis hijos, cuando ellos tenían su edad. El bádminton es un deporte muy fácil de jugar y en Suecia es muy popular. Hay muchos centros de deporte con pistas para tenis, bádminton y squash. Como en los gimnasios, en esos centros de deporte hay buenas duchas y sauna. Es un buen lugar para compartir con familiares y amigos.
Después del bádminton nos fuimos a comer a un restaurante de la cadena O’learys, elegido por mi hijo. Es un sitio donde hay varias cámaras de televisión que muestran programas de deporte, un tanto incómodo tener que oír el típico sonido de los estadios, los silbidos y los pitazos del árbitro, todo ello acompañado de los gritos de júbilo de algunos comenzales cuando algún jugador logra un gol.
Lo peor de todo fue elegir algo para comer, porque todos los platos incluyen patatas fritas y una mezcla de vegetales con salsas más pequeños trocitos de carne. Una verdadera bomba para el estómago. Una especie de traición para mi organismo (acostumbrado a la comida sana), de parte mía porque muy bien podía haber elegido un helado o algo menos dañino. Lo importante era, sin embargo, compartir el tiempo con dos seres queridos. Tanto en la pista como allí había una gran ausente, otra hija con la que antes solíamos hacer más o menos lo mismo. La diferencia es que con ella solíamos comer en casa, con comida preparada por nosotros.
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