La nada no existe. Siempre hay algo en el mundo físico. Hay un universo inmenso, ilimitado. En ese mundo hay estrellas y planetas distribuidos en millones de galaxias. Hay también agujeros negros y existe el vacío. Pero en ese vacío siempre hay algo. Siempre hay energía o materia, calor o frío. Siempre hay movimiento, en muchas direcciones. Y en cada organismo vivo orgánico o inorgánico, siempre hay un microuniverso poblado de millones de células divididas en invisibles partículas que componen los átomos. Siempre hay algo, es imposible encontrar la nada.
Y en nuestro interior no físico, ¿Qué hay? En ese mundo totalmente invisible, formado por señales electromagnéticas, impulsos enviados desde nuestro cerebro al captar y percibir el contacto con nuestro exterior o nuestro interior físico ¿Qué hay? A veces parece que nada. Es como un inmenso vacío que nunca llegamos a satisfacer. Lo alimentamos continuamente con esperanza, con pensamientos, con emociones que a su vez son alimentadas desde el exterior, con pensamientos o palabras que nos llegan de algún otro lugar, cerca nuestro o a miles de kilómetros de distancia. Pero esos contactos exteriores se interrumpen y a veces mueren. Entonces sentimos la nada, la no existencia, la nada absoluta.
Y entonces buscamos desesperadamente ese contacto perdido en el pasado mediato o inmediato, tal vez perdido en el tiempo y en el espacio o en cualquier otra dimensión. Pero no encontramos una sonrisa ni una palabra. Sólo encontramos la nada. Y la nada es tristeza, soledad, angustia, recuerdos que van y vienen y nos dejan sabores amargos porque ya no son nada más que eso: recuerdos. Bajamos a lo más recóndito de lo que Dante llamaba infierno en su Comedia. No hay látigos ni llamas. No hay figuras fantasmagóricas ni gemidos ni lamentos. Pero está oscuro y se siente el frío en la espina dorsal; nos sentimos vagando por túneles, esquivando estalactitas y estalacmitas, sin ver una luz o vemos una luz que está lejos y por más que intentamos acercarnos más lejos la percibimos. No llegamos a sitio alguno, nos sentimos perdidos y no podemos mover los labios para pronunciar palabra alguna y ya no podemos movernos en dirección alguna. Un dolor nos invade, o tal vez no es dolor, es algo pesado que nos oprime en nuestro interior a la altura del corazón y la garganta. Sentimos que algo nos aprieta los brazos y las piernas y perdemos todo sentido del tacto. Estamos lejos de todo, lejos en la nada.
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