Muchas cosas nos otorgan satisfacciones en la vida. No me refiero a las satisfacciones físicas sino a las emocionales, aquellas que nos hacen sentirnos útiles y queridos o admirados por nuestro entorno, aquellas sensaciones que nos hacen olvidar cosas amargas o el estrés provocado por el esfuerzo al realizar un trabajo.
Para un artista son los aplausos y el cariño del público, ya sea por sus interpretaciones musicales o del papel en una obra de teatro. Para un deportista de élite son los aplausos y los gritos en las graderías. Para un político, los aplausos, las pancartas y las consignas en su favor e en favor del partido político al que representa.
Para otras personas comunes, como es mi caso, basta con algunas palabras de aliento, de agradecimiento o de simpatía. Cuando a eso sumamos los aplausos, sentimos que todo lo anterior se multiplica y nos hace sentirnos grandes, aunque sin perder la modestia. Eso fue lo que ocurrió el sábado 22 de octubre recién pasado. Sucedió en un curso sobre los riesgos en el tráfico, obligatorio para todos los aspirantes al examen de conductor. El curso dura máximo tres horas y a veces el tiempo se hace largo, no se sabe cómo rellenar la última hora. Pero esta vez el curso se alargó hasta tres horas y media y podría haber sido aún más largo. Mis alumnos tuvieron la paciencia de escucharme durante esas tres horas y media sin que alguno hubiera mostrado muestras de cansancio. Bueno, no hablaba yo solamente, porque ellos también debían participar y lo hicieron muy bien.
Finalmente, cuando ya habíamos hecho la evaluación del curso, mis alumnos aplaudieron, algo que no ocurría desde hace muchos años, cuando tenía la antigua auto-escuela. En ese momento me sentí muy grande, pero no sólo yo, sentí que todos los que habíamos estado presentes en la sala de estudios éramos más grandes, más maduros. Qué hermoso es comprobar que unas palabras pueden tener tan buen efecto entre personas inteligentes y ávidas de conocimientos.
A veces creo que ya es suficiente, que he trabajado más de la cuenta en esta actividad. Me cansan algunas personas que no entienden que debo exigir para aprobarlos en sus ejercicios, que no se esfuerzan lo suficiente o que, simplemente, no tienen capacidad para entender cosas muy simples. Lo peor es la actitud de aquellas personas que se molestan cuando se les corrige errores o se les da consejos por su bien. Un caso extremo es el de una mujer que compró un paquete fuertemente rebajado de precio. Lo hizo en un sistema de publicidad que nos pide ofrecer a nuestros clientes 50% de descuento. La empresa de publicidad recauda el dinero de los clientes pero entrega a las empresas que venden productos o servicios sólo el 50% de ese 50%. Me explico: si yo tengo un paquete de servicios que vale 5000 coronas, el cliente paga únicamente 2500 coronas; de esas 2500 coronas yo recibo sólo 1250 coronas, es decir sólo un 25% del precio normal. Quiénes ganan? La empresa de publicidad, que se queda con 50% y el cliente, que paga sólo 50%. yo pierdo 75%. De lo poco que queda hay que pagar los impuestos y asumir todos los costos inherentes a la actividad comercial.
El paquete en sí, antes de quitarle el 50% ya tiene incluido un descuento, porque se paga el conjunto de varias cosas, no cada servicio por separado. Pues bien, la mujer en cuesttión compró un paquete que incluía, entre otras cosas, 6 lecciones de conducción. La mujer tenía miedo la primera vez que condujo conmigo. Pero poco a poco fue perdiendo ese miedo y se mostraba muy contenta y satisfecha con mi trabajo. Es tanto que una vez me dijo que quería comprar más lecciones, siempre que yo le hiciera un descuento muy grande, algo que yo no podía aceptar porque ella ya había recibido casi gratis mis servicios y se trata de que la gente, después de su primer paquete, pague otros servicios al precio normal. Por lo general, la mayoría de la gente que compra esos paquetes ya no vuelve a comprar otros. Lo que hacen es comprar nuevamente en otra auto-escuela a precios con 50% de descuento. Pero esta mujer no se conformaba con eso… el día de la quinta lección, al final de ésta, se disgustó porque «yo le hablaba muy duro». Fue algo muy simple y yo la traté como a todos mis alumnos, con mucho respeto y con cuidado, para que no se molesten cuando se intenta corregir los errores que cometen. La mujer se fué a casa muy disgustada y yo preferí no contradecirla. A los pocos días llama para decir que no estaba satisfecha con el servicio y quería que le devolvieran todo el dinero! La muy fresca había utilizado mi tiempo y el automóvil con su correspondiente desgaste y gasto de combustible durante 5 lecciones y quería que le devolviera todo el dinero al precio que ella había pagado, es decir que yo tenía que pagarle incluso lo que había cobrado la empresa de publicidad! Yo había recibido una ínfima cantidad de dinero, había utilizado varias horas de trabajo para ayudarla y ella quería que yo le devolviera el doble de lo que yo había recibido… a eso hay que mencionar que esta mujer recibió libros y otros servicios que estaba incluidos en el paquete que había comprado. Si hubiera comprado todo eso por separado le habría costado mucho más de lo que ella había pagado.
Este es un caso extremo pero hay mucha gente que intenta aprovecharse de la buena voluntad de alguien que intenta otorgar un buen servicio. Es entonces cuando dan deseos de no seguir más con la actividad pedagógica. Sin embargo, cuando muchas otras personas muestran agradecimiento e incluso llegan a aplaudir cuando se les imparte una clase, nuevamente dan deseos de continuar. Son esas cosas, en la vida, que nos dan esperanza y que nos hacen sentir bien.
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