¿SOMOS LO QUE SOMOS PORQUE SÍ O SOMOS EL PRODUCTO DE LO QUE HEMOS QUERIDO SER?

Mi día ha sido normal. Normal como lo es porque yo lo he decidido. Lo normal es para cada uno lo que se ha elegido como modo de vida, siguiendo algunas rutinas, que también hemos elegido y a las que nos hemos acostumbrado. Algunas alumnas por la mañana y luego trabajo de oficina y orden en el hogar. Al mismo tiempo que ordenaba mi casa veía una serie de televisión. En una de las escenas o parte del capítulo de la serie trababa la muerte de un torero famoso, hace algunos decenios. La serie mostraba la tristeza en la que se sumergía prácticamente todo el pueblo español en esa época, como si se tratase de la pérdida de un familiar querido.

Nunca me han gustado las corridas de toros, por lo menos desde que empecé a pensar como un ser independiente, a muy temprana edad. Siempre me ha dado rabia que unos hombres que se consideran valientes torturen y maten a un toro, con la ayuda de banderilleros y picadores. ¡Vaya valentía la de acosar a un pobre animal indefenso que lo único que quiere es salir del infierno del ruedo donde lo han encerrado, con la ayuda de tanta gente que protege al torero y debilita al toro para que éste no se pueda defender! 

Entonces me puse a pensar en qué hubiera sido de mi vida si yo hubiera tenido otras influencias en mi niñez y en mi adolescencia. Siempre he considerado que todo lo que me rodeó, fuese malo o fuese bueno, influyó positivamente en mi forma de ser. Por supuesto que nunca fui perfecto y cometí muchos errores en casi todas las etapas de mi vida. Pero me mantuve al margen de una serie de cosas que podrían haberme perjudicado y haberme convertido en un monstruo. Nunca me dejé contagiar con costumbres como fumar o ingerir drogas. Mi aversión por las bebidas alcohólicas tal vez se debió a mucha sangre que vi derramarse a causa de la ebriedad, incluso en mi propia casa. Aún recuerdo un machete cruzando el aire , yendo a incrustarse en la frente de un hombre cuando yo tenía apenas unos seis años. Y a una multitud vociferante, como jauría de perros que seguían a dos «huasos» que se pegaban bofetadas en el medio de la calle, que hacían saltar la sangre de sus mejillas o cuando «dos compadres» borrachos se abofeteaban en una fiesta y se arrojaban  a empujones y bofetadas mutuamente rompiendo mesas, sillas, vasos y botellas y luego hacían una pausa para brindar y descansar y acto seguido reanudar su pelea con la misma fuerza de antes. La veces que vi escenas de violencia en mi niñez son incontables y en más de alguna oportunidad fui víctima de la torpeza e imbecilidad de hombres ebrios. Mi corazón palpitaba al máximo cuando era testigo de tanta violencia y cuando rezaba en casa o en la iglesia me prometía a mí mismo nunca beber alcohol, nunca ser un ebrio violento. El miedo que me provocaba todo eso formó en mí una especie de coraza de anticuerpos mentales contra el deseo de beber vino u otras bebidas alcohólicas. Con el paso de los años aprendí mucho más sobre los efectos nocivos del alcohol. Esos conocimientos me han ayudado a ser casi abstemio pues bebo de vez en cuando en cantidades muy ínfimas y en muy pocas oportunidades.

Más tarde, cuando me ofrecieron drogas, supe rechazarlas aunque eso significó más de una ruptura con amigos o «novias», que me consideraban cobarde o «desabrido»  e incluso hasta traidor… En esa época las drogas no eran tan comunes como lo fueron después, pero algo me decía que esas sustancias no eran buenas para la salud. Puesto que nunca me gustó el tabaco tampoco me pudieron enganchar con algún «porro». Por lo tanto, nunca probé estupefacientes ni otras drogas. Hoy en día tengo más que suficientes conocimientos sobre los efectos negativos de drogas estupefacientes, medicinas y alucinógenos, puesto que ese tema forma parte de lo que debo impartir en las clases de la auto-escuela, algo que no se hace en otros países.

Aparte de eso, nunca viví en medios  donde se maltrata a los animales, como las peleas de gallos o las corridas de toros. Tampoco hubo gente a mi lado a la que le gustaran esas cosas. El medio en el que me desenvolvía era el de mi madre y mis hermanos menores. Las vecindarios en los que vivía había gente humilde pero tranquila. Mi madre me vigilaba mucho y no me dejaba alejarme de mi casa. Cuando nos radicamos en Santiago, después de un peregrinaje desde Mulchén -mi ciudad natal- pasando por San Felipe, donde estuve internado en una escuela para huérfanos, ya no estuve tan cerca de situaciones violentas a causa del alcoholismo. Mi vida se limitaba al hogar, la escuela y la iglesia. Creo que durante gran parte de la niñez y de la adolescencia dividí mi tiempo en partes iguales en esos sitios. Por lo tanto, la religión católica fue una gran influencia, además de servirme de refugio frente a todos los peligros que me acechaban. La ayuda del Hermano Lorenzo, de la Iglesia Santa Teresita del Niño Jesús, fue enorme. Yo era uno de sus preferidos, uno de sus mejores alumnos. La religión era mi mejor asignatura y fue lo que nos llevó a mí y al hermano Lorenzo a creer que yo tenía vocación sacerdotal. Por eso estuve de visita dos semanas en el Seminario de Peñaflor. El director del seminario dijo que yo no podía ingresar como alumno porque era hijo ilegítimo, es decir, mi madre y mi padre no estaban casados por la Iglesia Católica.

Mi madre me entregó algunos valores, que yo sopesaba con las enseñanzas de la iglesia y la lectura de los Evangelios. Hubo conflictos entre nosotros por la forma de interpretar la religión y la conducta moral. Pero, en general, creo que me dejaba guiar por sus consejos, hasta que me fui haciendo mayor. Yo creía ir más lejos que ella. La criticaba por muchas cosas, entre otras por vivir con un hombre alcohólico y dejarse humillar por él. Le criticaba su forma de hablar, que no era la misma que me enseñaban en la escuela. Me tomaba muy en serio la gramática y la pronunciación de las palabras. Y así había muchas cosas más que nos separaban cada vez más, aunque esa separación empezó ya cuando yo era muy pequeño, cuando ella me castigaba erróneamente muchas veces y en forma muy despiadada y violenta. A veces aún creo ver las cicatrices que dejaron en mi cuerpo los latigazos que me daba con correas de cuero o de caucho. Aquellas palizas fueron el motivo de una gran rebeldía de mi parte. A medida que crecía yo me atrevía a desafiarla y enfrentar los castigos sin llorar y mirándola a la cara le gritaba «señora», una palabra que la hacía ponerse verde de rabia. El que no llorara la exasperaba y que la llamara señora en lugar de madre era la peor ofensa que pudiera venir de mi parte. Era mi forma de defenderme. Aún así, sé que me quería y a veces me lo demostraba. Me arrullaba y consolaba cuando yo era víctima de los castigos o insultos de otra gente. Tal vez por eso, a pesar de pensar en forma muy diferente, yo seguía sus consejos, aunque muchas veces a regañadientes.

Hablo español porque mis padres hablaban español y en nuestro entorno se hablaba el mismo idioma. Quien nace en China habla chino. Digo algo tan obvio para que se entienda mejor lo que quiero decir. Nuestra conducta, nuestra forma de actuar y de pensar son producto de lo que nos rodea desde los primeros años de nuestras vidas. Mucho después empezamos a incluir otras formas de pensar y otras costumbres. Todos evolucionamos mentalmente, aunque lo hacemos en distintas formas. Así como cada cual tiene influencias en la temprana edad y guarda muchos valores aprendidos entonces, así también vamos incorporando nuevos valores, modificando o cambiando los antiguos. El grado de cambio o modificación va a depender de la capacidad que tenemos para encontrar las mejores fuentes de información, elegir estudios o trabajos basados en nuestras aspiraciones e intereses económicos, éticos o sociales. Sin embargo, creo que la formación que recibimos en la temprana edad fue deciciva para que pudiéramos elegir lo que hemos encontrado en nuestra adultez.

Se podría decir que somos lo que somos, no porque estuviéramos predestinados a ser lo que somos sino más bien el producto de lo que hemos querido ser o del resultado de lo que influyó en que resultáramos lo que hemos llegado a ser.

Esta ha sido mi reflexión del día.

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