Yo tuve dos padrastos alcohólicos, al igual que era mi padre biológico. Mi primer padrastro lo tuve en mi ciudad natal. Uno de mis hermanos me ha hecho una pregunta que me ha traído a la memoria experiencias de mi infancia. Y mis recuerdos me llevan a ese pequeño pueblito llamado Mulchén, en lo que antes se llamó provincia de Biobío, en Chile.
Recuerdo las tardes soleadas de verano y más de algún paseo con toda la familia a algunos de los ríos que rodean el pueblo, donde nos bañábamos y disfrutábamos de una sencilla comida bajo un sauce llorón (ver fotos de sauces llorones). En esa época el pueblito tenía pocos habitantes. Nuestra casa estaba muy cerca del río y de lo que llamábamos «isla». Era un paraje con pequeñas islas, rodeado de zarzamoras (VER). Cuando las moras maduraban nos las comíamos hasta hartarnos pero nos pinchábamos mucho las manos con sus espinas. En mucho sitios esta planta se usaba como cerca de protección o separación, porque es alta y tiene muchas púas. En la «isla» había muchos árboles frutales, entre los que primaban los membrillos, una fruta ácida cuando está verde y dulce cuando madura (VER). Verde se la solía comer con sal, como se hace con el mango en Venezuela y Colombia.
Las calles no estaban asfaltadas y cuando llovía se formaba mucho barro. Cuando el sol secaba el barro y soplaba el viento todas las casas se llenaban de polvo. No era fácil mantenerlas limpias. Los medios de transporte más comunes eran las carretas de bueyes (VER) y los caballos. En el pueblo había una feria de animales, enfrente de la pensión que regentaba mi madre, en una casa que creíamos era nuestra, el regalo de una madrina. Cuando mi madrina murió sus hijos nos quitaron la casa y tuvimos que dejar el pueblo. Entonces empezaría una historia más amarga de la que habíamos protagonizado hasta entonces, al llegar a Santiago. Aquella fue la última morada que tuvimos en Mulchén.
Ahora, a la pregunta de mi hermano: ¿Por qué su padre (mi padrastro) había estado en la cárcel? Y entonces caí en la cuenta de que nunca me había hecho yo mismo esa pregunta. Ni siquiera era consciente de que ese hombre hubiera estado en la cárcel, aunque sí tenía conocimiento de ello. O tal vez no…
Debía recurrir a mi memoria de la infancia. Ya he contado antes que mi memoria no es nada buena. Empeora con los años, aunque en una época ni siquiera la tuve porque sufrí de amnesia durante casi un año. Sin embargo guardo muchos recuerdos que han aflorado a mi mente, a pesar de mis grandes dificultades para acordarme de las cosas, nombres y acontecimientos. Algunas escenas son un poco difusas pero otras están tan claras como si las hubiera vivido ayer mismo.
Chalo, como se apodaba Gonzalo (mi padrastro) era un hombre tranquilo y simpático. Había mucha empatía entre él y yo. Se portaba muy bien conmigo. Pero tenía un gran defecto: bebía demasiado alcohol. Casi siempre estaba borracho (ebrio) y trabajaba muy poco a pesar de ser un buen artesano. Supongo que también era carpintero pero yo lo conocí como barnizador. Todos los muebles que había en casa (y la pensión) habían sido hechos por él. A mí me gustaba cuando barnizaba los muebles con tintes y los pulía de tal manera que quedaban como cristales de color marrón. Eran maravillosos. También me gustaba el olor a tintes o barnices. Era el mismo olor que tenían sus ropas. Para mí era un ídolo hasta el día que con furia y desprecio rompió un regalo que me había hecho, a pesar de que yo nunca le hice nada ni lo insulté.
Chalo no aportaba mucho dinero a la economía del hogar. Muchas veces presencié discusiones y peleas entre mi madre y él. Mi madre le reprochaba que no llevara dinero a casa y sin embargo ocasionaba gastos que debía sufragar mi madre. También le reprochaba que bebiera. Aparte del aspecto económico habían otros motivos por los que discutían. La mayoría de las veces eran discusiones absurdas, en las que se echaban en cara las mismas críticas, se culpaban mutuamente de muchas cosas. Se insultaban duramente y mi madre se enfurecía tanto que lo atacaba físicamente. Mis hermanos y yo debíamos soportar esas escenas y nos invadía un miedo mayúsculo, aunque como ellos eran tan pequeños se daban menos cuenta de la gravedad de las situaciones arriesgadas que ya presenciaba yo antes de que ellos nacieran. Yo temblaba cada vez que mis padres empezaban a discutir. Mi madre perdía la paciencia y se abalanzaba sobre Chalo y lo golpeaba con lo que encontraba a mano. Una vez lo atacó con un machete* y le abrió la frente. Yo veía la sangre brotar de la herida de su cabeza mientras él la miraba desafiante, como si nada hubiera ocurrido. Me imagino que yo gritaba y lloraba, esa parte no la recuerdo. Tampoco recuerdo cómo había terminado ésa, una de tántas peleas entre ellos. Sólo sé que entonces, como en otras ocasiones, mi madre consiguió que se lo llevaran detenido a la comisaría.
Esas escenas eran tan comunes que ya la familia de Chalo estaba acostumbrada a que se repitieran de vez en cuando. Una vez Chalo se vio envuelto en una pelea callejera, con un huaso (en esa época se llamaba a sí a los campesinos, que por lo general iban a caballo por el pueblo- VER). Como en ocasiones anteriores, cuando habían reyertas en el pueblo, los hombres se abalanzaban uno contra otro y se daban bofetadas, se agarraban por las ropas y caían al suelo y allí seguían golpeándose. La gente hacía corro en derredor y gritaba, alentando a uno u otro combatiente. Todos, combatientes y público, eran una especie de tromba humana que se movía de un lado a otro, de una calle a otra. El padre de Chalo había venido a casa de visita y apenas entrar a la pensión mi madre le pide que llame a los carabineros (a la policía). Su suegro fue a buscarlos creyendo que una vez más mi madre quería enviar a Chalo a la comisaría. Pero, no, esta vez se trataba de llevarse al huésped, que había empezado la agresión en la pensión. El hombre se iba sin pagar después de haber hecho una consumisión y luego se puso violento, como hacen muchas veces los ladrones y los estafadores. Los delincuentes delinquen y luego se hacen las víctimas, sintiéndose ofendidos. ¡Cuántas veces no he sido testigo de esto en mi vida!
Nunca vi que Chalo le levantara la mano a mi madre. Mentiría si dijera lo contrario. En la ocasión de esa pelea con el huaso fue la única que lo vi violento y su violencia fue respuesta a la violencia del delincuente. A pesar de que mi madre siempre lo agredía, él nunca le pegó. Lo máximo que llegó a suceder fue cuando en una ocasión él la neutralizaó en el suelo y le sujetó los brazos para que ella no le pegara. Mi madre, indefensa sin posibilidades de seguir pegándole, me pedía que yo le pegara a Chalo con un palo (puntero). Pero yo no me atrevía a hacerlo, más que nada porque me daba lástima el pobre hombre. La situación era absurda. Mi madre insistía una y otra vez: «pégale, pégale, dale con el puntero». Yo tenía el puntero*(ver abajo) en la mano pero no podía moverme, sólo atinaba a mirarlos y a llorar. Chalo me instaba en forma irónica a obedecer a mi madre: «pégame, pégame, haz caso a tu madre». Aquella escena, como muchas otras, se quedó grabada para siempre en mi mente. Si ahora me cuesta entender esa absurda y molesta situación más me costaba hacerlo siendo un niño de unos 7 u 8 años. Me parecía que ese momento nunca iba a terminar y yo nada podía hacer, sólo llorar y tener compasión de esos dos seres pegados al suelo, ciegos por la ira, por la deseperanza y por el desamor. Quería correr y esconderme en algún lugar donde nadie me pudiera encontrar. Muchos años más tarde entendí que eran la pobreza y la ignorancia las que llevaron a esos dos seres a actuar como lo hacían.
Un día Chalo desapareció de nuestras vidas. Con el tiempo supe que estaba en una especie de sanatorio. Mi madre lo había denunciado muchas veces y logrado que lo detuvieran, otras tantas. Creo que ella y la familia de Chalo lo ingresaron en un centro de rehabilitación. Por lo tanto, no era la cárcel sino un lugar donde se le intentaría quitar su adicción al alcohol. Pero es posible que yo no supiera toda la verdad. Si estuvo en la cárcel, no sé por qué motivo puesto que él no era un delincuente. No era ladrón ni asesino sino alcohólico. Ni siquiera era violento, por lo menos yo soy testigo de eso. Lo que sé es que se lo llevaron a Puente Alto. Después de algunos años o meses regresó a Mulchén un día y traía consigo muchos regalos para sus hijos, eran unos juguetes muy hermosos, de madera, semimecánicos porque se movían como los juguetes que hubo después, de metal o de plástico. No sé si los había fabricado él pero esos juguetes fueron un buen regalo para mis hermanos. Ese viaje fue una especie de reconciliación entre mi madre y Chalo, una luna de miel de muy corta duración porque a los pocos días volvió a desaparecer. Eso fue antes de 1960. Muchos años después, cuando yo hice un viaje para buscar a mi padre biológico, encontré a Chalo y a gran parte de su familia en Concepción. En ese viaje conocí a tres hermanos que yo no sabía que existían: Mirna (no estoy seguro de su nombre), Ariel y Baldemar. Curiosamente, mi hermana tenía casi la misma edad que tenía yo. Mis otros hermanos tenían la misma edad que tenían los hijos de Chalo. Eso fue entre los años 1968 y 1970. Ese viaje se puede relatar en un libro grueso, por todas las aventuras que surgieron. Fue el primero de cientos de viajes que más tarde se ampliaron a muchos países.
He tratado de averiguar algo sobre el centro de rehabilitación o sanatorio pero no he encontrado muchos datos de esa época. Más abajo hago enlaces a páginas o artículos que se refieren a la cárcel, hospitales y otros centros que son posteriores a lo que existío antes de 1960. La excepción es el Hospital Psiquiátrico El Peral, que puede ser el lugar donde estuvo ingresado Chalo.
*El puntero era el palo que Chalo me había regalado. Lo había hecho con mucho cariño para que yo se lo llevara a la profesora de la escuela. Yo estaba muy contento con ese regalo y tenía muchas ilusiones de hacer algo positivo en la escuela, donde por lo general era maltratado, tanto por profesores como por mis compañeros de clase. Llevar el puntero a la profesora era una especie de gesto de reconciliación, para que me tratasen mejor. Pero aquel día de la pelea Chalo lo rompió con rabia, al mismo tiempo que me decía que no era mi padre. Quizá pensó que yo quería pegarle con el puntero cuando él sostenía a mi madre en el suelo. En ese momento no sé qué me dolió más, que rompiera el puntero o que me dijera que no era mi padre, algo que yo sabía muy bien pero de alguna manera sentía como que lo fuera, hasta ese día…
*El machete que usó mi madre era un cuchillo que usan los carniceros, como en el dibujo que se puede ver aquí: VER.
ENLACES:
LA DESCONOCIDA CÁRCEL DE PUENTE ALTO
PUENTE ALTO, POR CLAUDIA TAPIA
HOSPITAL PSIQUIÁTRICO EL PERAL
CÓMO LEER MIS BLOGS
Nota: esta entrada se escribió entre las 11 de la noche del día 31 de diciembre de 2016 y la una de la madrugada del día 1 de enero de 2017.
Hermano querido Tus recuerdos son igual a los míos, lo claro es que tú siempre fuiste mi referente, yo tengo lo único que ese padre me dio una caja de madera que aún tengo, nunca más vi un acción a nosotros, el carácter de mamá era terrible muy fuerte, cuando no discutía con sus convivientes, nosotros pagamos el pato cómo se dice. Un alcance yo te traeré a algunos recuerdos tú fuiste a a coyaique cuando este era un pueblito que nadie conocía, recorrías muchos lugares como mochilero Bueno feliz año hermano me parece que ya llego, por acá faltan horas 4 para ser exactos un gran abrazo quien te tiene un gran cariño
Enviado desde mi iPhone
Coyaique y Aysén eran parte de ese viaje por el sur de Chile. Gracias por tu comentario. Un abrazo,