Sí. Ya sé que tengo muchos temas pendientes sobre los que escribir y muchas entradas que están inconclusas. A veces escribo que la entrada «está en proceso de elaboración», teniendo la intención de terminarla después de una necesaria pausa pero luego la pausa se transforma en un receso de días y hasta meses. Creo que esto es el reflejo de mi propia vida. Y me atrevería a decir que es el reflejo de la vida de todo ser humano, siempre con tareas pendientes, con metas truncadas (a veces indefinidas) con muchas cosas que decir a cuantos conocemos y por muchas cosas que hacer. Muchas veces preparamos un discurso o algunas frases muy claras para cuando nos vayamos a reunir con una persona determinada o con un grupo de personas, ya sea en una sala de clases o una reunión social o política. Pero cuando llega el momento de expresarnos siempre surgen cosas que hacen cambiar nuestro discurso o, simplemente, eliminarlo. La actitud de otras personas, las circunstancias inesperadas, una reflexión de último minuto, son algunos de los factores que hacen que todo cambie en aquel momento que se creía se iba a imponer una verdad o se iba a aclarar algún malentendido. Puede suceder, incluso, que al intentar aclarar una situación alguien nos interrumpe y en lugar de aclaración se produce un empeoramiento de la misma.
Quisiera poner un poco más de orden en los aspectos de mi actividad iuntelectual. Lo he intentado muchas veces pero siempre surgen obstáculos que me impiden la necesaria concentración para escribir con tranquilidad y con tiempo suficiente. Cuando tenía quince años tuve la idea de escribir un libro. Sin haber leído lo suficiente y sin haber adquirido experiencia en la vida, creía que ya lo sabía prácticamente todo. Todos los sufrimientos desde mi niñez, hasta ese entonces, eran para mí más que suficientes. Mis conocimientos de religión eran otro de mis «fuertes» pilares. Llegué al 1968 sin saber que en Europa había una corriente social de esa época, que pretendía cambiar el mundo, darlo vueltas y transformarlo. Habían pasado 5 años y yo había adquirido mucha más experiencia. Entonces probé cambiar el mundo y para ello «recluté» a un grupo de muchachos con los que salía a correr por los cerros de Pudahuel, en Santiago de Chile. Intenté formar un movimiento nuevo, con ideología nueva, sin influencias políticas ni religiosas. En cinco años había dejado de ser católico y había intentado conocer otras religiones, todas de corte cristiano. Finalmente me decidí por un camino propio, basado en el empirismo, en en análisis matemático y científico. Mis ideas eran tan convincentes que logré ganar adeptos entre mucha gente. Todos me escuchaban con atención y asentían cuando yo criticaba todo lo malo que había en la sociedad chilena. La frustración fue enorme cuando me di cuenta de que nadie en mi derredor estaba dispuesto a hacer algo por llevar las ideas a la acción. Incluso fui traicionado por personas a las que consideraba muy amigas y se me sacó a un lado, como a un enfermo de lepra en la Edad Media. Mis ideas eran peligrosas. Mi forma de vivir era «anormal». Sacarse los zapatos para entrar a una vivienda era algo incomprensible. Lo había visto hacer a los japoneses en más de alguna película y consideré que era una buena costumbre; por eso la adopté. Pero en Chile nadie hacía eso. Por eso yo era «raro». Cuando vine a Suecia por primera vez, me sorprendí y al mismo tiempo me alegré, porque aquí no se usan los zapatos dentro de las viviendas. Aquí eso jamás puede ser «raro».
Salir a correr por las mañanas también era «extraño», no era normal. Tampoco era normal que quisiera aprender a tocar la guitarra y leer cientos de libros en poco tiempo. Extrañísimo era, también, que siempre estuviera activo, que no me cansara y que no bebiera café, té ni comiera muchas cosas que consideraba nocivas para la salud. Y qué decir de tener ideas sobre cómo cambiar el sistema de administración de un país, la injusta distribución de las riquezas y muchas otras ideas que tenían que ver con economía, planificación arquitectónica, sistema de salud, religión, etc. Eran «muchas ideas para una sola cabeza» como me dijo mi amiga María en una oportunidad. María, María. Qué gran amiga, creía yo. Y seguramente lo fue, a su manera. Era la esposa o amante de un ginecólogo. Con ambos cené muchas veces, mientras improvisábamos interminables charlas sobre filosofía, psicología y medicina en una lujosa casa que tenían en el sector de Providencia, cerca de Las Condes.
-!Qué mierda es eso de medicina preventiva!- llegó a decirme el renombrado y experimentado médico. María, no se si aún vives. Si es así ya eres una anciana de más de 75 años. Dudo que hayas llegado a mi edad con la misma salud que yo tengo actualmente. Dudo que hayas evolucionado profesionalmente porque estabas destinada a ser enfermera hasta el fin de tu vida laboral y la amante de un médico hasta que éste seguramente te cambió por otra enfermera. Gracias, María. Me convenciste para que aceptara alejarme de la sociedad y alguien se encargó de enterrarme en la oscuridad, llegando a borrar mi memoria durante más de un año. Curiosamente, ahora recuerdo con todo detalle todo ese tiempo que pasé en la oscuridad. Por lo tanto, el intento de eliminar mi psiquis fracasó. Gracias, no por el martirio que eso significó sino por la experiencia que adquirí durante ese tiempo, a pesar de tener que esforzarme después más que cualquier otra persona por aprender cosas, porque mi memoria nunca volvió a ser la que fue antes de aquel entierro de mi capacidad intelectual. A pesar de todo logré llegar a un buen nivel. No el que hubiera querido, pero suficiente como para entender la vida con más o menos claridad.
Mi intento de cambiar la sociedad chilena fracasó estrepitósamente. Pasaron los años y llegué a ser estudiante universitario, después de haber trabajado en la Fuerza Aérea, en el Ministerio de Defensa. Luego me uní a otras personas, a nuevos partidos políticos, aunque nunca llegué a desarrollar un trabajo de importancia. Estuve inmerso en la actividad política de antes del Golpe Militar de Pinochet. Luego vino el exilio, nuevos países y un nuevo continente: Perú, Ecuador, Rumania, Suecia, España. Más tarde vinieron los viajes por gran parte de Europa y algunos viajes relámpago a Estados Unidos y una larga estadía en Venezuela.
¡Cuánta experiencia durante tántos años de trabajo, estudio, viajes, formación de distintas familias y rupturas de las mismas. Cuánta madurez obtenida durante ese tiempo! Sólo ahora creo estar preparado para escribir un libro y dejarlo como un mensaje para la ageneraciones futuras.
Mirando hacia atrás, regresando a mis quince años, me pregunto ahora cómo en la mente de un niño puede caber la idea de que se tiene demasiada experiencia a esa edad… y por eso entiendo a la gente joven, que con razón, aunque muchas veces en forma errónea, intentan cambiar la sociedad. Cuánto potencial humano se está perdiendo, generación tras generación. Si toda esa gente joven tuviera una buena guía, el mundo tendría más posibilidades de progreso no sólo tecnológico sino también científico e intelectual. Los ideales mueren muy temprano y la gente sucumbe a las cosas materiales, a lo más simple y banal. La solidaridad no existe, prácticamente, sólo está presente en los discursos, porque se ha puesto de moda (no porque realmente se piense lo que se dice). Hasta el mismo Rey de España aparece ahora «muy conmovido» como defensor de los inmigrantes africanos que mueren en las costas del Mediterráneo, por ejemplo. Ese Jefe de Estado que nadie ha elegido, quiere que sus súbditos lo amen, para así poder mantener la monarquía, enemiga de la democracia. Y por eso aparenta ser «solidario». ¡Cuánta hipocrecía vemos en las declaraciones de tánto dirigente político o de muchos gobernantes! Son contados los políticos que son honestos. Y esos no están en los partidos de derechas ni en la nobleza. Por lo tanto, ningún rey puede ser honesto.
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