Todo se mueve. Las dimensiones se entrecruzan en espirales, túneles, líneas verticales y horizontales, oblicuas, diagonales, infinitas, vertiginosas, expandibles. Somos las partículas de un inmenso macrocrosmos que se expande a una velocidad de 73,2 km/s por megaparsec (un millón de parsec / un parsec = 30,6 billones de kilómetros = 3,6 años luz), una velocidad que va en aumento.
Somos parte de ese inmenso monstruo que se expande irrefrenablemente y rompe todos los dogmas, destruye las leyendas y todas las ideas filosóficas que intentaron durante milenios limitarnos a un pequeño mundo que primero dijeron era plano y terminaba en el borde de un abismo porque nadie había llegado tan lejos. También dijeron que nuestro planeta era el centro del mundo y que no se movía! Y millones de inocentes e inteligentes humanos murieron quemados, mutilados, crucificados, apedreados, o asesinados en todas las formas posibles por atreverse a opinar en forma distinta a la que dictaban los poderosos emperadores, papas, reyes, señores feudales, sultanes y toda una serie de personajes que nunca fueron elegidos ni por su capacidad intelectual ni por capacidad de gobernar sino más que nada por pertenecer a castas cerradas que lograban tomar el poder por descendencia o por la fuerza.
Ninguno de esos personajes fue elegido por la mayoría de los ciudadanos de sus países, ni siquiera en lo que llaman la cuna de la democracia que sólo era tal para una pequeña parte de la población, una gran farsa como lo continúa siendo en la gran mayoría de los países del mundo, en el que la democracia es el poder del dinero. Y ellos tenían la facultad (muchas veces «divina») de decidir sobre lo que era bueno o malo, sobre lo que se debía creer o no, sobre si se podía usar la inteligencia o no, sobre los conceptos de libertad, justicia y muchos otros, incluyendo nuevos conceptos que les robaron a quienes intentaron hacer una revolución continuamente traicionada, como fue con Napoléon Bonaparte, que fundó una nueva dinastía.
Muy a pesar de los descendientes en línea de sangre o de ideas de los poderosos que dominaron el mundo durante milenios, la ciencia y la tecnología avanzan, no en la misma forma que la sideral pero sí también a gran velocidad. Dentro de pocos años sabremos mucho más de lo que sabemos ahora. O por lo menos, lo sabremos algunos, todavía una pequeña parte de la población mundial porque la gran mayoría permanecerá en la ignorancia, cegados por las ideas retrógradas y por distracciones de todo tipo difundidas y fomentadas por los medios de comunicación y que les impedirá saber la verdad o ser conscientes de ella. Quizás dentro de algunos decenios, si los amantes de guerras y exterminación no logran destruirnos, logremos una sociedad de igualdad, en la que se compartan los conocimientos y los bienes, sin que existan ricos muy ricos ni pobres muy pobres. Si llegamos a esa etapa superior del ser humano tal vez logremos aminorar la velocidad del tiempo, aunque sólo sea en nuestra imaginación. Este seguirá avanzando, sin detenerse. Las otras dimensiones serán arrastradas por su inexorable poder de movimiento y nosotros pasaremos a transformarnos en otra parte minúscula -como siempre hemos sido- de toda esa materia y energía que se expande durante miles de milenios para volver a contraerse y volver a expanderse en toda su eternidad. Eso nunca se sabrá porque todo rastro de nuestra civilización se borrará en pocos siglos o milenios, o antes si a un desequilibrado mental se le ocurre apretar un botón para dar comienzo a ataques nucleares que pueden llenar el planeta de radiación letal.
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