Recuerdo los días tristes de esta festividad cristiana, aquellos días de mi infancia, cuando era un fiel devoto católico, con cientos de estampitas de santos y vírgenes en mi caja de secretos en algún rincón escondido de nuestra habitación. Y digo nuestra porque en esa época nunca tuve una habitación propia. En la misma habitación dormíamos todos, mi madre, mis hermanos y el esposo de mi madre o su amante. Aún no entiendo cómo podíamos vivir tan hacinados, a pesar de que en ese entonces la situación era un tanto privilegiada para mi madre. Aunque eso de privilegiada es un decir, porque apenas teníamos para comer. Por aquellos años mi madre tenía una pensión (especie de hostal) a la que venían huéspedes a comer y a beber. También venía gente a alquilar habitaciones, por noche o por horas. Allí trabajaba, de vez en cuando, alguna «asistenta» de mi madre que cuidaba de la pensión cuando ella se ausentaba por algún motivo. ¡Qué de historias o anécdotas no podría contar de esa época! A mi escasa edad no podía siquiera imaginar todo lo real que sucedía en las habitaciones, cuando iba a servir a los huéspedes llevándoles cervezas u otras bebidas mientras éstos retozaban en sus camas con sus respectivas parejas.
Yo tenía apenas unos 10 años y era camarero (además de otras tareas en las que me ocupaba mi madre) pero nada entendía de sexo, puesto que mi mente estaba ocupada en «las cosas del Senor«. Ni siquiera entendí lo que pasó cuando una niña menor que yo (de unos 5 o 7 años) me llevó a una habitación a «jugar a los papás» mientras su madre, que era «asistenta» acompañaba a un cliente en su habitación durante largas horas. No sé si la chica sabía ella misma lo que hacía pero tenía una cara de pícara que muchas veces me persiguió en mis sueños de infancia y adolescencia. Me explicó con todo detalle lo que se debía hacer, se desnudó y me desnudó para luego simular un acto sexual. Era para ella lo de jugar a los papás. Se acostó en la cama y me arrastró, poniéndome sobre ella. Por supuesto que nada pasó. Yo estaba embobado, sin atinar a hacer ni decir nada. En algún lugar de mi cerebro había una especie de «ángel de la guarda» que me decía que eso no estaba bien, que era un pecado horroroso. El llamado de su madre hizo que aquello no se volviera en algo interminable e incómodo. Nos vestimos a toda prisa y yo no sabía donde ir ni qué hacer cuando su madre entró a la habitación donde estábamos «jugando». No recuerdo si dijo algo pero sí recuerdo que yo estaba nervioso y tenía la cara roja, como un tomate, ardiendo. La pícara muchachita me hacía sonrojar más tarde, mirándome, riendo a escondidas y murmurando: «¿Te acuerdas lo que hicimos el otro día?» Yo trataba de hacerla callar porque temía que mi madre o la suya se dieran cuenta y se enteraran de lo que había pasado, o mejor dicho, de lo que nunca había pasado pero que para mí era como una especie de delito. Pero ella más se reía y volvía a repetir la misma frase, una y otra vez, persiguiéndome por los pasillos y por el patio.
En esa época y mucho más tarde también, cuando era Semana Santa, las radioemisoras ponían música clásica triste, que a mí me parecía horrible. Eran días de recogimiento, de meditación. Luego venía la «alegría» con una misa del domingo, por la Resurrección de Cristo.
Cuán lejos estoy de eso. Entonces y durante muchos años más yo fui fiel seguidor de esas y muchas otras costumbres religiosas. Mi fanatismo era tan grande que no podía dormir por las noches si no recitaba una serie de oraciones como El Credo, El Padrenuestro, el Salve, muchos Ave Marías y el Ángel de la Guarda. Luego, cuando quería ser sacerdote y estuve en el seminario de Peñaflor, sumé aún más oraciones a mi rosario diario. Por las mañanas tenía que rezar otra cantidad de oraciones. Mi madre, quien fue la que infundió en mí las ideas religiosas, tenía imágenes de San Francisco, San Pancracio, San Sebastián, San Antonio y otros a los que encendía velas, cumpliendo promesas por favores concedidos o por conceder que nunca supe por qué pues su vida fue un constante calvario, una vida de pobreza y miseria. En su cerebro tal vez surgían esperanzas de que la pobreza se alejaría de nosotros como por arte de magia, tal vez con un golpe de suerte. Y yo soñaba con días menos fríos en el invierno, con calles sin barro, con un desayuno completo, en lugar de un poco de harina tostada. No tenía ambiciones mayores porque no sabía qué había más allá del pueblo donde vivíamos. El «extranjero» eran para mí Los Angeles y el Santaigo, lugares muy cercanos que para mí eran más lejanos que Africa, que ni siquiera sabía era un continente.
Tenía que pasar mucho tiempo antes de que yo pusiera en duda aquellas cosas en las que había creído como verdades absolutas. Ahora reafirmo todo lo que he re-descubierto desde que empecé a pensar en forma libre, dejando a un lado los dogmas y las falsas historias que millones de libros, revistas, películas, programas de televisión y todo tipo de medios de difusión que se siguen difundiendo. Y siento tristeza porque tánta gente aún crea en esas cosas, a pesar de que se puede demostrar científicamente que todo ha sido mentira. Ni siquiera las fiestas que se celebran tienen algo de relación con lo que se dice se celebra o conmemora. Todo ha sido copiado de religiones antiguas, que existían mucho antes que el cristianismo e incluso que el judaísmo. ¿Por qué la gente no se da cuenta de toda esa farsa?
Ayer reaccioné positivamente al leer un reportaje en STRAMBOTIC, de Público.es, en el que se analiza una parte de la historia cristiana. VER AQUÍ. El Libro Año 303, Inventan el cristianismo, del estudioso Fernando Conde Torrens, es un gran aporte a los estudios sobre religiones. Espero poder leerlo algún día.
Tengo pendientes varios trabajos sobre la Biblia y sobre las religiones, en general. A quienes aún no han leido mi blog AL FINAL DEL CAMINO, les invito a leer una de mis reflexiones sobre el origen de la colección de leyendas que se ha llamado la Biblia. SE PUEDE LEER AQUÍ.
Nota del 15 de abril: A continuación, algunos enlaces a páginas en las que se escribe sobre el verdadero origen de la Pascua, que se celebraba por distintos motivos mucho antes de que el judaísmo y el cristianismo se apoderaran de su nombre, de acuerdo a sus intereses:
1.- LOS ORÍGENES PAGANOS Y ORGIÁSTICOS DE LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA
2.- LA HISTORIA SILENCIADA: EL ORIGEN PAGANO DE LA PASCUA
Nota del 1 de Mayo, 2017:
Hoy ha aparecido un nuevo artículo en Strambotic, sobre los comentarios del libros de Conde: VER AQUÍ.
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