What could I say? That nothing is the same as before, that everything has changed in just a few months? We could say six months. That would be the most accurate, although most of the world’s inhabitants did not know it. In February we started receiving more information. But in reality, the strong blow began in March.
Curiously, my trip to Cuba was marked by that slow change, which started in February. An epidemic caused by a new virus was already known in China. It was a dangerous virus, like many that appeared before. But nobody could imagine that this new germ would be much more dangerous than all the previous ones.
En España sólo se sospechaba de dos casos cuando salí de Madrid hacia La Habana. Cuando regresé, ya había miles de casos y muchos muertos. Al día siguiente de llegar a Suecia, se empezaba a conocer más datos sobre el avance de la pandemia en el mundo y el 14 de marzo se declaró el estado de alerta en España. Equivocada medida a o no, eso empezó a ocasionar mayores problemas que la misma pandemia, aunque pocos se dana cuenta de eso. Poco a poco, empezaron a aplicarse más y más restricciones en la mayoría de los países del mundo, cerrándose las fronteras y recomendando u obligando a la población a confinarse en sus hogares. Las noticias sobre la pandemia empezaron a ocupar las portadas de todos los medios de comunicación. Ya no se hablaba de la aceleración rápida del cambio climático ni del hambre que mata, directa o indirectamente a millones de humanos en muchos países, ni de la gente que muere víctima de accidentes de tráfico ni de múltiples enfermedades. De pronto había un solo enemigo de la humanidad y no una infinidad de enemigos que ocasionan más de 22 millones de muertes al año. Tampoco se volvió a hablar de los millones de mutilados a causa de accidentes laborales y de tráfico o de otras efermedades. Por supuesto que no muchos medios nos recordaron que la gran mayoría de la población mundial vive en la pobreza o en la pobreza extrema, sin trabajo (o con un trabajo muy precario y extremadamente sacrificado) o sin vivienda, sin posibilidades de tener acceso a atención de salud y educación gratuita, lo que es un negocio lucrativo en la mayoría de los países del planeta.
Para muchos era fácil hablar de «quedarse en casa» cuando hay millones de personas que no tienen vivienda o que no pueden trabajar desde casa. Tampoco se pensaba en las familias numerosas que viven hacinadas en viviendas, que muchas veces ni siquiera tienen luz o agua potable. Ahora ha aparecido un «aliado» de la gente que no puede quedarse en casa, que necesita trabajar o buscar alimentos para sus familias. Lo paradojal es esos nuevos «aliados» son los multimillonarios y sus representantes que tienen puestos gubernamentales como son el caso de Brasil y Estados Unidos. La gente está hastiada de estar confinada y tener que aceptar innumerables restricciones. Los partidos de derecha y extrema derecha aprovechan la situación y se hacen eco del descontento. Levantan sus banderas y salen a la calle para protestar contra «la dictadura» y exigir «Libertad» y hasta exigen la dimisión del gobierno e incitan a dar un Golpe de Estado, como es el caso de España, donde un gobierno de coalición, que heredó un servicio sanitario deficiente, hace todo lo posible por encontrar soluciones.
Como decía Eduardo Galeano, el mundo parece estar al revés. Los verdugos se convierten en víctimas y se confunden entre la multitud; aparentan ser solidarios y defienden la libertad de esas multitudes. Pero lo que defienden son sus propios intereses y la precariedad de gran parte de esas multitudes, su carencia de servicios mínimos, su empobrecimiento constante y la aceptación de un sistema que los hace cada día más esclavos y más vulnerables. Y, al igual que lo han hecho en todos los países donde se ha intentado cambiar las injusticias, se amenaza a quienes tienen o intentan tener una parte del poder político. Los ricos salen a las calles a tocar cacerolas, igual que hicieron en Chile las mujeres de los generales y de las familias más adineradas, antes del Golpe de Estado de 1973. Se trata de repetir las mismas tácticas, aprovechando una situación muy especial, a causa de la pandemia. Ahora sólo falta que empiecen a gritar que «hay que juntar rabia» como escribía «La segunda», un periódico de derechas en Chile, desde al año 1972 o que «hay que descargar toda la rechera», como decía Henrique Capriles, candidato derrotado en limpias elecciones presidenciales en Venezuela, en el año 2012.
Las mismas historias se repiten siempre, con sus propias caraterísticas, pero siguiendo una estrategia muy parecida. Se usan las carerolas, que los ricos dejaron en manos de los sirvientes durante siglos, que deberían ser un símbolo de la gente trabajadora, de los más humildes, para usarlas como nuevos símbolos de protesta contra gobiernos progresistas. Los ricos con corbatas de seda y las señoras con elegantes vestidos toman las cacerolas como juguetes de niños engreídos y mal educados con una gran poción de odio infundado, un odio ciego que los hace perder la razón.
En otros países hay gobernantes que utilizan la pandemia como excusa para declarar y mantener toques de queda y se reprime o apresa a quienes pretenden manifestar su descontento, incluyendo a periodistas, que solo quieren informar. Allí son los pobres los que tocan cacerolas. En España son los ricos. Qué mosaico de expresiones, dependiendo de en qué parte del mundo hay manifestaciones. Ahora Vox ha solicitado y logrado autorización para hacer demostraciones en automóviles, contra el gobierno. Me recuerda a Venezuela, cuando había marchas a favor y en contra del gobierno de Hugo Chávez en el año 2004. Por ese entonces fui testigo de las marchas multitudinarias de los chavistas, gente pobre y alegre, en Caracas. Los vi pasar por distinas avenidas y a veces incluso me confundí entre ellos, junto a una de mis hijas. Esa marchas me hacían recordar otras marchas, en apoyo a Salvador Allende, en los años 1972 y 1973, antes del Golpe Militar. De ellas se desprendía una luz de alegría y esperanza, era algo hermoso. Más tarde, en otras avenidas más cercanas a la Plaza Altamira, circulaban vehículos atestados de opositores, blandiendo sus banderas y gritando de forma amenazadora, sin nada de alegría. Sus miradas eran de odio contrastaban enormemente con las miradas alegres de los chavistas.
Con pandemia o sin pandemia, las historias se repiten. Los ricos se hacen más ricos y los pobres se vuelven más pobres. Los ricos se ponen violentos y luchan por mantener sus riquezas. Los pobres quieren derechos, no quieren limosnas, sino trabajo. La pandemia empeorará las condiciones de vida de la gente común. Los ricos, como siempre, mantendrán sus privilegios.