Anselmo recordaba una semana de su vida, cuando era sólo un muchacho inmaduro, ignorante, impulsivo y lleno de prejuicios, aunque él no se daba cuenta de sus deficiencias y defectos. Tenía una memoria impresionante y una gran capacidad para aprender todo tipo de materias de estudio y otros temas, además de unas ansias enormes de superación personal, lo que lo empujaba a acometer constantemente nuevas metas en su vida.
Siempre se había sentido limitado por la pobreza de su familia, obligado a trabajar desde muy temprana edad. Podría decirse que ya trabajaba, ayudando a su madre en un negocio desde que que tenía unos cinco o seis años. A esa edad ya atendía a los clientes de una pensión (hostal), en el pueblito del sur de Chile, donde había nacido. La pensión de llamaba «Bahía» y la había fundado su madre, con dinero que le diera el padre del muchacho, administrador de un fundo, a quien vio una sola vez en su vida.
Anselmo había interrumpido sus estudios en la escuela secundaria para trabajar en una farmacia, como niño de los mandados. No había sido decisión suya, sino de su madre. La pobre mujer quería aliviar su economía, el dinero que ganaba lavando ropa ajena apenas le alcanzaba para pagar el alquiler de un cuartucho con techo de tejas desalineadas y rotas, con piso de tierra. La vivienda no tenía ducha ni excusado. Para lavarse había que ir a buscar agua a un pilón que había en el patio, compartido por varias familias. La única forma de poderse lavar era en un lavatorio metálico, enlozado. Había que transportar el agua en jarras y el agua sucia se sacaba en un recipiente del mismo material. Las tazas y platos también lo eran. (Ver aquí abajo).
El retrete estaba a unos cincuenta metros de distancia, junto a una higuera de frondosas ramas. Allí había una caseta emplazada sobre un pozo, también compartido con otras familias. A veces había que hacer fila, porque sus horarios coincidían en el único lugar en donde unas cincuenta personas podían hacer sus necesidades. Era un lugar maloliente, rodeado de moscas. El piso de tablas estaba semi roto y se podía ver el fondo del pozo, en el que se movían millones de gusanos.
Desde ese tiempo habían pasado ya algunos años y Anselmo había laborado en distintos lugares de trabajo. La familia había deambulado de barrio en barrio, cada cual más pobre, hasta que finalmente él se independizó y ahora vivía en un pequeño cuarto de una casona, cerca del centro de Santiago. Su gran sueño era ingresar a la Universidad. Pero a causa de sus trabajos no había podido seguir estudiando en liceos vespertinos o nocturnos. Ahora tendría que dar los exámenes de los tres últimos años en forma libre. Debía estudiar solo, sin ayuda de profesores ni compartir con otros estudiantes. Por ese motivo un día tomó la decisión de dedicar una semana entera para estudiar. Ya había conseguido todos los resúmenes necesrios para prepararse y pensaba estudiar en la Biblioteca Central.
Su inmadurez e incapacidad de ver sus limitaciones, no sólo económicas y sociales sino también de tiempo, fortaleza física y mental, lo hacían creer que dedicando un tiempo intensivo a sus estudios podría aprender lo que otros alumnos aprendían en treinta y seis meses. Era un sueño imposible, pero en el momento de su decición no entendía que por mucho esfuerzo que hiciera, jamás lograría ese propósito. Por supuesto que el fracaso fue total y Anselmo tuvo una gran frustración cuando se dio cuenta de su error. Esos días se ocuparon en otras cosas, en lugar de estudios intensivos. Se había hecho planes para cada día, e incluso para cada hora. La biblioteca estuvo cerrada por reparaciones, justamente aquella semana, lo que lo obligó a prescindir de muchos textos de estudio que no podía comprar. Los pocos textos que tenía eran insuficientes y en algunos casos estaban obsoletos o incompletos. Saltaba de materia en materia y se enredaba en cada una de ellas. Se agobiaba, leía profundamente, casi sin descansar. Salía a caminar y repetía en voz alta muchas frases. Pero nada o muy poco quedaba en su memoria. El tiempo lo apremiaba, le parecía que un gran reloj mural lo marcaba desde la mañana hasta la noche y de él salían las agujas (horario, minutero y segundero) amenazadoras, que parecían señalarle cada minuto de su vida que perdía. Muchos años más tarde recordaría esa semana como una de la más tristes de su vida y vería a muchos de sus alumnos cometer el mismo error, una y otra vez. No importaba cuántas veces se les intentara orientar y hacerlos entender que cualquier cosa que queramos aprender necesita tiempo, mucha dedicación, disciplina y perseverancia. Nuestro cerebro tiene espacio suficiente para aprender de todo, pero necesita asimilar la información, procesarla y guardarla en las neuronas que nos ayudan a filtrar millones de recuerdos y ordenarlos, de tal modo que podamos utilizar la información necesaria en el momento adecuado. Para ellos necesitamos fortalecer, tanto la memoria corta como la memoria larga. Y para tener éxito deberíamos utilizar la mnemotecnia (VER), algo que, lamentablemente nunca se incluyó en la pedagogía del siglo pasado.
Cuando se es joven todo parece más fácil. Creemos que somos capaces de cualquier hazaña y es así como vamos de fracaso en fracaso, de decepción en decepción. Una semana es un tiempo limitado, que hay que distribuir en forma equilibrada: dedicar media hora o una hora, luego descansar o hacer otro tipo de actividades y repetir el ciclo, evitando cansarse o perder la concentración. También es conveniente variar las técnicas de estudio: utilizar la lectura, hacer dibujos, resúmenes, imaginar situaciones en las que las materias cobran vida, comparar distintas fuentes de información, etcétera. Los estudios deberían ser temas de investigación: averiguar la verdad de cada postulado o enunciado, confrontando la información con varias formas de analizar los temas, buscar la verdad hasta obtener el máximo de información contrastada. Para ello no debemos fijarnos un tiempo determinado, sino una meta: llegar al final del objetivo, sin importar el tiempo que tardemos, sino la calidad en el resultado final.
Una semana es sólo eso: una semana.