En Maracaibo hay muchos centros comerciales. El más grande es el que hay en la Avenida Guajira (Sambil). Otros son Galerías y Doral. Todos esos centros comerciales, llamados «mall»(palabra prestada del inglés) están situados a relativa corta distancia uno del otro, en la zona norte de la ciudad. Hay otros pequeños «mall» pero muchos aún más pequeños centros comerciales, que no han recibido el nombre de mall.
Ayer estuve en uno de ellos, al lado del Hotel Maruma, uno de los hoteles más grandes y famosos de Maracaibo. Se lo llama el «Palacio de los Eventos». De palacio no tiene nada; de eventos, no sé si se tuvo alguna vez la intención de que allí se llevaría a cabo eventos artísticos o culturales. Lo que hay actualmente son algunas empresas que dictan cursos de distinta índole, como danza, modelaje, cocina, karate, contabilidad, etc. También hay oficinas de ministerios, bufetes de abogados, peluquerías, centro de comunicaciones, etc. Lo curioso es que más del 70 % de los locales comerciales están desocupados, perteneciendo la mayoría de estos al Banco Industrial.
Tuve que esperar allí a alguien que asistía a un curso de especialización. Recorrí sus tres plantas, bajando y subiendo por varias escaleras solitarias, ubicadas en distintas entradas. Quise comprar un periódico o revista puesto que olvidé llevar un libro para leer. Pero fue imposible encontrar un solo sitio donde vendieran periódicos ni nada que se pudiera leer, a diferencia de los centros comerciales que hay en otros países. En uno de los locales se anunciaba el periódico La verdad, un periódico de oposición. Pero ese local estaba cerrado, tal vez por ser día sábado. En Suecia, por muy pequeño que sea un centro comercial, siempre hay un quiosco donde se puede comprar material para leer. Lo mismo sucede en España, Francia o Alemania. Aquí, en un relativo mediano centro comercial de Maracaibo, absolutamente nada, lo que muestra la falta de costumbre de sus ciudadanos de leer, de informarse de temas culturales o por lo que sucede en su país o en el mundo. Esto me dio mucha lástima y pensé que podría abrir allí una librería, así como lo hice hace treinta años en Estocolmo.
Mientras recorría los casi solitarios pasillos (día sábado) tuve tiempo de reflexionar sobre muchos problemas de actualidad. Ya he empezado a escribir sobre los conflictos en el Medio Oriente, asociados a los problemas globales de la sociedad.
También estuve pensando en la mejor forma de ayudar en algunos problemas de la vecindad, la protocolización de títulos de propiedad, burocracia, errores al existir una cooperativa que no tiene sustento legal, un comité de tierras que ha estado inactivo o no ha sabido trabajar, incertidumbre entre todos los vecinos por la inseguridad de legitimar sus viviendas, etc. En ese sector se han cometido errores que más bien podrían figurar en alguno de los capítulos de Cien Años de Soledad, del escritor Gabriel García Márquez.
También estuve reflexionando sobre uno de los temas que quiero abordar pronto en mis blogs: EL DERECHO.
Sabido es que el responsable de las bases principales del Derecho occidental fue Napoleón Bonaparte, que recuperó el antiguo Código o Derecho Romano. Sin embargo, debemos considerar que el derecho romano tuvo precursores en la antigua Grecia. Para comprobar esto se puede leer La República y otras ideas de Platón y Aristóteles. Pero hay que remontarse aún más en la Historia y analizar escritos de filósofos chinos, como Confucio, que esbozaron las primeras ideas relacionadas con el Derecho.
Desde mi punto de vista, el Derecho de los estados existentes en el siglo XXI debería ser cambiado totalmente. No se puede seguir aplicando nociones de hace miles de años a la actual realidad. Las Constituciones y las leyes deben ser reactualizadas en todos los países occidentales y deberían cambiarse completamente en los demás países, en primer lugar, dándoles un carácter laico, independiente totalmente de influencias religiosas. Las leyes y constituciones o cartas magnas deben contemplar la existencia de estados laicos, basados en los principios de verdadera democracia, definiendo claramente este concepto. La verdadera democracia no debe aceptar estado monárquico ni religioso o teocrático alguno. Todos los poderes deben ser elegidos por los ciudadanos y se deben reivindicar los derechos a la soberanía, independencia, libertad, justicia social, igualdad y solidaridad. No basta ya con los simples tres enunciados de la Revolución Francesa: igualdad, libertad y fraternidad. Esos términos han sido adaptados para que sirvan a una clase social opresora, desconociendo totalmente el verdadero principio de toda revolución: Justicia Social.
El Derecho (democrático) debe ajustarse a los principios verdaderamente democráticos e impedir que exista la explotación del hombre por el hombre, en cualquiera de sus expresiones: esclavista, feudalista o capitalista.
Enlaces:
Nacimiento del Derecho Moderno
Derecho y socialismo democrático